Dios nunca se equivoca

Dios nunca se equivoca.

Recuerdo vívidamente estas palabras, que son el título de un capítulo del libro de Evelyn Christenson What Happens When Women Pray [Qué ocurre cuando las mujeres oran].

Sinceramente, cuando las leí por primera vez, me sentí cínica. Sonaban banales e ingenuas. Asumí con arrogancia que la autora no había pasado por muchos problemas en su vida o, de lo contrario, no habría hecho una afirmación tan audaz. En mi opinión, Dios es bueno y todopoderoso, pero decir que nunca se equivoca tiene implicaciones de gran envergadura;  implicaciones que parecen incoherentes a la luz de la enorme maldad y el sufrimiento que hay en el mundo. La afirmación de Christenson me molestó tanto que tuve la tentación de no seguir leyendo su libro.

En esa época, acababa de pasar por una crisis matrimonial y estaba embarazada de nuestra hija mayor. Y yo estaba agradecida por haber recuperado nuestro matrimonio, pero decir que Dios no se había equivocado me parecía exagerado. Mi vida ya había sido difícil en diferentes áreas. Pasé mucho tiempo entrando y saliendo del hospital cuando contraje la poliomielitis siendo un bebé. Me acosaron durante toda la escuela primaria. Y, recientemente, había sufrido tres abortos.

Me resultaba difícil creer que Dios no había cometido un error enviándome alguna de mis pruebas.

¿Todo mi sufrimiento?

Aunque me costaba creer que Dios nunca se había equivocado, sí creía que Dios había estado presente por lo menos en algunos de mis primeros sufrimientos.

Cuando vine a Cristo a los dieciséis años, ya entonces empezaba a entender el propósito de Dios para con mi discapacidad. Me había topado con Juan 9, donde Jesús les dice a sus discípulos que el hombre no había nacido ciego a causa de algún pecado, sino para que las obras de Dios se manifestaran en su vida. Cuando leí ese versículo, supe que Dios me estaba hablando directamente a mí. Dios me manifestó que mi sufrimiento tenía un propósito, lo cual cambió mi forma de ver mi vida y mis luchas.

Sin embargo, aunque había comprobado que Dios usaba mis carencias físicas para mi bien, dudaba que dicho principio se aplicara a todo mi sufrimiento.

Lo que dice Dios acerca de la soberanía

A pesar de mi escepticismo, como estaba dirigiendo en la iglesia el estudio del libro de Christenson, tuve que seguir leyéndolo. Antes de la reunión, le pedí a Dios sabiduría y dirección, y mi atención fue atraída por pasajes que tratan de la soberanía y el propósito divino. Tomé una concordancia e hice una lista de algunos versículos que me llamaron la atención, como estos:

¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre. Pues aun vuestros cabellos están todos contados (Mt 10:29-30).

Yo sé que tú puedes hacer todas las cosas, y que ningún propósito tuyo puede ser estorbado (Job 42:2, LBLA).

Muchos pensamientos hay en el corazón del hombre; mas el consejo de Jehová permanecerá (Pr 19:21).

Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero; […] Yo hablé, y lo haré venir; lo he pensado, y también lo haré (Is 46:10-11).

Seguí releyendo estos versículos aunque no tenían sentido para mí.

Una verdad de la que no me puedo librar

Cuando comenzamos el estudio bíblico vi que todo el mundo quería opinar acerca de la misma frase que me había llamado la atención a mi: «Dios nunca se equivoca». Algunos estaban completamente en desacuerdo con la frase y les molestaba. «Por supuesto, en el mundo ocurren cosas terribles» —insistían— «pero no debemos atribuírselas a Dios». Otros compartieron la dolorosa experiencia de haber perdido un ser querido y las luchas que habían tenido a causa de ello.

Alguien, de forma casi mecánica, dijo: «Recordad que Romanos 8:28 dice: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”, lo que significa que Dios tiene el control de todas las cosas y lo utilizará para nuestro bien». Cuando sus frías palabras resonaron en mi mente, me parecieron más una trivialidad o un tópico que la verdad. El hecho de que la hermana citara esa doctrina, aparentemente sin apreciarla ni comprenderla, hizo que yo estuviera a punto de defender la perspectiva contraria.

Sin embargo, aunque quería, no pude hacerlo. La verdad es que después de leer la Biblia con atención, no podía negar el concepto de que Dios nunca se equivoca. De alguna manera, en lo más profundo de mi ser, sabía que las palabras de la autora coincidían con las Escrituras. Sin saber muy bien por qué, creía que era una verdad transformadora. Y, por tanto, compartí mis convicciones con el grupo, aunque todavía no las comprendía del todo.

¿Por qué murió mi hijo?

Unas semanas más tarde, tuve que poner a prueba mis palabras. Haciéndole una ecografía rutinaria a nuestro bebé al cumplir veinte semanas de embarazo, nos enteramos de que Paul tenía un problema cardíaco que ponía en peligro su vida y que requeriría cirugía. Me dije a mí misma y a los demás que Dios nunca se equivoca. Repetí una y otra vez dichas palabras hasta que las hice mías. De forma inexplicable, la paz de Dios me alcanzó mientras pronunciaba esas palabras; palabras que me acompañaron durante todo el embarazo.

Paul fue operado con éxito al nacer y se empezó a recuperar favorablemente. Pero casi dos meses después, murió de forma inesperada por la negligencia de un médico. Aunque estábamos conmocionados, mi marido y yo hablamos en el funeral de Paul, y volvimos a decir que Dios nunca se equivoca. Nos ayudamos mutuamente a encontrar esperanza en el Señor a través de esas palabras.

En aquel momento, dicha frase fue sincera, pero semanas después del funeral de Paul, esas mismas palabras me parecieron de nuevo banales e ingenuas. ¿Por qué murió Paul? ¿Por qué lo permitió Dios? Si había sido por la negligencia de un médico, ¿no significaba eso que Dios había cometido un error esta vez?

La teología me parecía por completo vacía e inerte. No tenía ningún sentido. Las palabras rebotaban en mi mente y caían al vacío. No sabía qué pensar ni cómo orar. Así que no lo hice, y me alejé de Dios.

Meses más tarde, Dios, en su gracia, me atrajo de nuevo a él. Mientras sollozaba en mi coche, me alcanzó el insondable amor de Dios y entendí que la frase que había estado rechazado era una verdad tan sólida como una roca. Eran palabras sobre las que podía construir mi vida. Palabras que podían sostenerme a través de los días más tenebrosos. Dios no se había equivocado al crear a nuestro bebé Pablo, dárnoslo por un tiempo y llamarlo de vuelta a él. La vida de Pablo estuvo por completo dirigida por un propósito divino.

El plan A de Dios

Después de la muerte de nuestro bebé, leí el libro de Joni Eareckson Tada Cuando Dios llora, el cual me ayudó a ver la importancia de creer en la soberanía de Dios. Joni dice:

O bien Dios gobierna, o bien Satanás establece la agenda del mundo y Dios se limita a reaccionar. Si este fuera el caso, el Todopoderoso se convertiría en el chico de la limpieza de Satanás, barriendo después de que el diablo lo pisoteara todo e hiciera todo el mal posible, buscando una manera de sacar algo bueno de la situación. Pero ese no era el plan mejor que tenía para ti, no era el plan A, no era exactamente lo que tenía en mente. En otras palabras, aunque Dios lograra arreglar las cosas, tu sufrimiento no tendría ningún propósito (p. 84).1

Al igual que hizo el título del capítulo de Christenson, las palabras de Joni me sacudieron de arriba a abajo. Cada segundo de mi sufrimiento tenía un propósito. Estaba viviendo bajo el plan A de Dios. Comprender sus palabras y hacerlas mías cambió la forma en la que veía la vida, dándome fuerzas para seguir adelante en las pruebas más duras, haciendo que buscara siempre la dirección de Dios y estuviera agradecida de que mi dolor tuviera un propósito en sus manos.

Incluso en mis pesadillas

«Dios nunca se equivoca». Esta frase ha moldeado mi vida, la ha reformado y me ha permitido mantenerme firme a través de muchas tormentas. Me aferré a ella cuando me diagnosticaron el síndrome de postpoliomielitis. Y me la seguí repitiendo a mí misma cuando mi primer marido nos abandonó.

Necesitaba tener la seguridad de que Dios estaba conmigo en mis pruebas. La seguridad de que incluso cuando mis pesadillas se hacían realidad, Dios no se había equivocado. Saber que Dios va a utilizar hasta mis peores situaciones para mi bien y para su gloria. Dice Christenson:

Este es el lugar al que llegas cuando, después de años y años de pruebas y dificultades, ves que todo ha ayudado para tu bien y que la voluntad de Dios es perfecta. Entiendes que Dios no ha cometido ningún error. Él conocía de antemano todos los «qué hubiera pasado si» de tu vida. Cuando finalmente reconoces esto, te es posible tener gozo, un profundo gozo incluso en medio de la prueba (pp. 89-90).2

No tenía una categoría para ese tipo de fe o perspectiva cuando leí por primera vez estas palabras años atrás. Pero ahora, más de veinte años después, estoy agradecida por ellas. Agradezco que el mismo Dios que caminó con Evelyn Christenson a través de las diversas pruebas de su vida y le enseñó a orar, haya caminado conmigo y también me haya enseñado a mí.

Pero por encima de todo, estoy agradecida por saber que Jesús, que murió para que yo pudiera vivir, me ama con amor eterno y se preocupa por cada detalle de mi vida, nunca se equivocará.

1. La cita del libro Cuando Dios llora no ha sido tomada de la edición en español, sino que ha sido traducida directamente del original en inglés. (N. del T.).

2. La cita del libro What Happens When Women Prayha sido traducida directamente del original en inglés. (N. del T.).

Vaneetha Rendall Risner

Vaneetha Rendall Risner

Vaneetha Rendall Risner es la autora de Walking Through Fire: A Memoir of Loss and Redemption. Vaneetha y su esposo Joel viven en Raleigh, NC, donde ella escribe en su sitio web, alentando a los lectores a volverse a Cristo en su dolor.