Ella sabía que normalmente el hombre da el primer paso. Sabía que lo que estaba haciendo parecería al menos sospechoso, quizá escandaloso. Sabía lo que los demás podrían decir. Sabía cuánto podía perder (después de todo lo que ya había perdido). Y, sin embargo, allí estaba Rut, en la oscuridad —vulnerable, esperanzada, confiada, valiente—, esperando en silencio a los pies de un hombre que podía despertarse en cualquier momento.
Incluso en una época más igualitaria como es la nuestra, puede que nos haga sentir incomodos el extraño y valiente paso que dio Rut aquella noche:
Y cuando Booz hubo comido y bebido, y su corazón estuvo contento, se retiró a dormir a un lado del montón. Entonces ella vino calladamente, y le descubrió los pies y se acostó (Rt 3:7).
Tal fue la forma en la que Rut le pidió a Booz que la tomara como esposa. ¿Pero por qué se lo pidió así? ¿No había otra manera? ¿No podría su suegra haber tanteado a los siervos de Booz?
Tal vez. Pero Dios, en su sabiduría, decidió unir a este hombre y a esta mujer de manera poco usual. Y cuando miramos la escena más de cerca, lo que en ella es insólito en realidad está realzando la belleza del amor de esta pareja. Este momento potencialmente embarazoso pone de relieve lo que hace de Booz un marido virtuoso y, lo que también hace de Rut, una esposa virtuosa.
Fue una mujer virtuosa
Aunque nos pueda parecer escandaloso que Rut se acostara junto a Booz mientras él dormía, parece que, a los ojos de Dios, ella actuó con honor y pureza. Y a pesar de todas las hermosas descripciones que tenemos de Rut en estos cuatro capítulos, solo se le llama «mujer virtuosa» una vez, y es justo aquí, en este momento tan vulnerable. Booz, al reconocerla en la oscuridad y aceptar su iniciativa humilde y sumisa, le dice:
Ahora pues, no temas, hija mía; yo haré contigo lo que tú digas, pues toda la gente de mi pueblo sabe que eres mujer virtuosa (Rt 3:11).
Fue virtuosa cuando murió su marido, fue virtuosa cuando su suegra se quedó sola, fue virtuosa en tierra extranjera, fue virtuosa mientras trabajaba largas jornadas en el campo y fue virtuosa incluso aquí, en la oscuridad, en la era, esperando a los pies del hombre que deseaba. La mujer verdaderamente virtuosa lo es tanto en secreto como cuando los demás la observan, y Rut era evidentemente esa clase de mujer.
Entonces, ¿qué es lo que distingue a Rut como una futura esposa virtuosa a los ojos de Booz, pero sobre todo a los ojos de Dios?
Fue una mujer leal
El registro del carácter virtuoso de Rut comienza con la historia de su sorprendente lealtad.
Su suegra, Noemí, había perdido a su marido y a sus dos hijos, incluido el marido de Rut. Noemí vio lo sombrío que se había vuelto su futuro y trató de convencer a sus dos nueras de que volvieran con sus familias. En respuesta: «Orfa besó a su suegra, mas Rut se quedó con ella» (Rt 1:14). Teniendo Rut grandes razones para marcharse y salvarse, se quedó y cuidó de su suegra. Mira cuán profunda fue su lealtad:
No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios. Donde tú murieres, moriré yo, y allí seré sepultada; así me haga Jehová, y aun me añada, que solo la muerte hará separación entre nosotras dos (Rt 1:16-17).
Rut podría haberse marchado, pero la fe y el amor la habían unido a Noemí. Quedarse significaba sufrir. Quedarse significaba sacrificio y riesgo. Quedarse podría haber significado incluso la muerte, sobre todo en un período en el que los jueces de Israel, aunque tenían que cuidar de las viudas, «cada uno hacía lo que bien le parecía» (Jue 17:6). Pero nada haría que Rut se fuera ahora.
Cuando le llegó la noticia, su futuro marido se sintió especialmente atraído por la lealtad que ella había mostrado: «He sabido todo lo que has hecho con tu suegra después de la muerte de tu marido, y que dejando a tu padre y a tu madre y la tierra donde naciste, has venido a un pueblo que no conociste antes» (Rt 2:11).
Fue una mujer intrépida
Rut no podría haber sido leal en estas circunstancias sin ser también valiente. Su valentía queda claramente constatada en el juramento que le hace a Noemí:
Donde tú murieres, moriré yo, y allí seré sepultada; así me haga Jehová, y aun me añada, que solo la muerte hará separación entre nosotras dos (Rt 1:17).
Rut era consciente de lo mal que podían llegarlo a pasar. Recuerda que ya había enterrado a su marido y a su cuñado (y, probablemente, ni siquiera había conocido a su suegro). La muerte se había convertido en una compañera inseparable de su familia. Partió sin ninguna garantía de que la vida como viuda en Israel sería mejor que las pruebas por las que había pasado. Y, sin embargo, cuando el amor se enfrentó al miedo —un miedo real, grave, que amenazaba su vida— el amor prevaleció.
De este modo, Rut se convirtió en una hija de Sara, aquella esposa virtuosa que la precedió, que esperó en Dios y se revistió de la belleza de la obediencia. Porque, a pesar de lo frágil y desalentadora que se había vuelto su vida, Rut «[hizo] el bien, sin temer ninguna amenaza» (1 P 3:5-6) ya que el gran Dios de Sara se había convertido en su Dios (Rt 1:16). Las mujeres como Rut no se desaniman fácilmente porque han experimentado un amor sabio y soberano más grande que todos sus posibles miedos.
Fue una mujer inquebrantable
Rut no solo no tenía miedo, sino que estaba convencida de su decisión, y su suegra lo sabía. «Y viendo Noemí que estaba tan resuelta a ir con ella, no dijo más» (Rt 1:18). Su amor era un amor intenso, fuerte y tenaz.
Y no era porque Rut no escuchara y no tuviera en cuenta los consejos (Rt 2:22-23; 3:3-5), pero tampoco retrocedía ni se rendía fácilmente. Siguió amando cuando mujeres más débiles habrían abandonado, y siguió trabajando cuando mujeres más débiles habrían renunciado. Por ejemplo, cuando llegó al campo de cebada, uno de los siervos le explicó a Booz que Rut le había dicho: «Te ruego que me dejes recoger y juntar tras los segadores entre las gavillas. Entró, pues, y está desde por la mañana hasta ahora, sin descansar ni aun por un momento» (Rt 2:7). Incluso los sirvientes se sorprendieron por el esfuerzo y la resistencia de esta mujer trabajando en el campo.
Rut hizo lo que pudo —yendo incluso más allá de sus fuerzas— para cuidar de aquellos que Dios había puesto bajo su cuidado, incluso cuando los riesgos fueron grandes, incluso cuando sus fuerzas se agotaron, incluso cuando otros habrían entendido que no hubiera resistido y, todo ello, lo hizo porque Rut fue una mujer virtuosa.
Fue una mujer piadosa
En último lugar, Rut fue una mujer virtuosa porque fue una mujer piadosa.
Aunque Rut había sido una extranjera, moabita de nacimiento, ahora también era temerosa de Dios de todo corazón. «Tu pueblo será mi pueblo» —le dijo a Noemí— «y tu Dios mi Dios» (Rt 1:16). Esto nos recuerda a lo que el apóstol Pedro respondió cuando Jesús preguntó a los discípulos si querían irse con los demás: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6:68). La lealtad de Rut para con Noemí, su valentía para dejar el hogar y su tenaz determinación, seguramente florecieron en el jardín de su recién hallada fe en Dios.
La fe unió a Rut con Noemí, y también atrajo a Booz hacia Rut. El día que la conoció, le dijo:
He sabido todo lo que has hecho con tu suegra después de la muerte de tu marido […]. Jehová recompense tu obra, y tu remuneración sea cumplida de parte de Jehová Dios de Israel, bajo cuyas alas has venido a refugiarte (Rt 2:11-12).
Sí, Booz admiraba cómo Rut cuidaba de su suegra, pero también veía cómo se había escondido en Dios, refugiándose bajo sus amplias y fuertes alas. No solamente era una mujer fiel, sino una mujer colmada de fe. Pero no te confundas: las mujeres virtuosas no son mujeres orgullosamente independientes. Saben que necesitan ayuda y que son dependientes y vulnerables y, por eso, se entregan a la gracia de Dios. Sirven, se sacrifican y se arriesgan porque ponen sus ojos más allá de esta tierra, allí donde vive su verdadera esperanza.
Cuando Booz se despertó y vio a su futura esposa tendida a sus pies, no vio la pura y fugaz belleza de una mujer más joven —y eso que era mucho más joven—; vio la belleza más profunda, más madura y más estable de una esposa verdaderamente virtuosa.
¿Deben ellas dar el primer paso?
¿Qué le podemos decir a las mujeres solteras de la actualidad cuando se preguntan si deberían dar el primer paso para conseguir su propio Booz? ¿Debe el hombre actuar siempre primero, como se aconseja a menudo? ¿Se equivocó Rut al dar el primer paso y dar a conocer su interés? ¿Podría seguir siendo un modelo para las mujeres de ahora que quieren honrar el llamado del hombre a tomar la iniciativa? Por mi parte, creo que Rut es un ejemplo maravilloso para las mujeres solteras de nuestro tiempo y, no solo a pesar del paso inusual que dio, sino precisamente por haberlo dado. Me da la sensación de que el germen de algunas relaciones piadosas puede verse reprimido a causa de un miedo excesivo a que cualquier iniciativa de la mujer socave la llamada del hombre a liderar.
Estoy convencido que Dios llama al hombre a ser quien lleve una carga especial de responsabilidad y a que tome la mayor parte de la iniciativa en las relaciones. Pienso que el hombre debe ser, por lo general, el que se arriesgue a ser rechazado, protegiendo a la mujer dando siempre un paso al frente de manera sutil y, a veces, tomando más riesgos. También creo que si la pareja se casa, el hombre será el único responsable de liderar, proteger, proveer y pastorear a ella y a su familia, y creo que las bases para dicha clase de liderazgo sano se establecen desde la primera cita (e incluso antes). Una mujer piadosa debería buscar un novio y, posteriormente, un marido, que inicie y dirija su relación de manera consistente.
Sin embargo, Rut se encontraba en una situación particular. Quizás tú también lo estés. Booz, siendo un hombre virtuoso —y considerablemente mayor; Rt 3:10—, a lo mejor no habría considerado nunca acercarse a Rut. También sabía que él no era el redentor, el pariente más cercano en la línea (Rt 3:12), y es posible que no quisiera deshonrar al otro hombre dando el primer paso por Rut. Tal vez Rut y Booz nunca se hubieran casado si Rut no hubiera estado dispuesta a mostrar su interés.
Y por muy extraña, incluso sugestiva, que nos pueda parecer ahora la escena, es muy posible que haya sido la forma más honorable en la que Rut pudo mostrar dicho interés en su época. Incluso su audaz paso fue discreto y dejó la iniciativa final en manos de él, no de ella. Rut encontró una manera de mostrar su interés que sostuvo y alentó el honor y liderazgo de Booz como hombre.
Así que, sí, Dios llama a los hombres a tomar la iniciativa en las citas cristianas, pero eso no significa que una mujer piadosa nunca pueda dar ningún paso de fe para mostrar su interés, especialmente en el contexto de una comunidad cristiana que puede ayudarla a expresar dicho interés, al mismo tiempo que le da cierta protección ante el dolor de un posible rechazo. Si conoces a un hombre piadoso y te gustaría que este te cortejara, pregúntale a Dios si hay formas creativas, humildes y sinceras en las que puedes invitarle a que lo haga.
Y si lo haces, no estaría de más que, siguiendo el valioso ejemplo de Rut, pidieras consejo y ayuda a una amiga creyente mayor y más madura en la fe.
Marshall Segal es escritor y editor gerente de desiringGod.org. Es el autor de Not Yet Married: The Pursuit of Joy in Singleness & Dating. Se graduó de Bethlehem College & Seminary. Él y su esposa, Faye, tienen dos hijos y viven en Minneapolis.