El ser humano es un ser sociable y aunque esa realidad debería ser palpable en toda convivencia, nos encontramos constantemente envueltos en conflictos los unos con los otros, no solo en esta sociedad tan precaria de principios, sino también en la relación de pareja y de familia, e incluso de la familia de la fe.
No se trata aquí de cómo evitar los conflictos, que implicaría un tema propio, sino cómo solucionar uno que ya existe.
Es lógico y natural que tengamos opiniones diferentes y maneras distintas de hacer las cosas. Además surgen muy a menudo comentarios fuera de lugar que con intención o sin ella hieren a otros. Esto crea disensiones y tensiones que dañan e incluso pueden llegar a romper las relaciones. ¿Qué hacer en estos casos?
He aquí algunas normas, que no son sugerencias, porque pienso que son de obligada aplicación para, al menos, los que dicen ser cristianos.
Sométete a la Escritura, a la voluntad de Dios
Toda la Escritura, sean sus leyes directas, sus principios generales o sus ejemplos a imitar, son normas para ti directamente venidas del Señor (Deuteronomio 29:29).
La Escritura no está solo para admirarla y menos aún para entretenernos con ella, sino para obedecerla, y no hacerlo es pecado (Santiago 1:22-25).
Confía en ella, en sus juicios y principios
Tienes que venir a la Escritura totalmente convencido de que, como Palabra de Dios, es totalmente sabia y útil para tus necesidades (2 Timoteo 3:16-17), igual de convencido de la medicina que te ha mandado tu médico, dispensado el farmacéutico y que tomas en tu casa. Bueno, aun incluso más seguro porque tu médico del alma no se equivoca nunca.
Reconoce el pecado propio, el error y todo lo que pudiste hacer mal
La mayoría de las veces estamos tan obsesionados con lo que nos parecen graves faltas del otro que no vemos las propias (Mateo 7:3).
Tenemos que recordar siempre, incluso cuando tenemos razón en algún asunto, que somos pecadores (Romanos 3:10-12). Las voces y violencia verbal para defender un argumento, la falta de paciencia, misericordia y humildad, son pecados.
Confiesa tus pecados
El orgullo y la arrogancia no son en ningún caso buenas herramientas, tampoco para alcanzar paz; pero la humildad y sinceridad, sí. Si vienes a tu pareja o a tu hermano confesando sinceramente que hiciste mal, le mostrarás que has hecho un análisis profundo del conflicto, le dejarás muy desarmado en la pelea y allanarás el camino (Proverbios 28:13; Santiago 5:16).
Busca y ve lo que aún no se ha hecho
Ninguna situación es «blanco o negro» ni se arregla con solo cuatro palabras dichas. Posiblemente no fue el mejor momento del día, y hay que buscar otro (Efesios 4:26; Santiago 1:19), quizá algún consejero sabio, alguna ayuda externa de amigos en común, pueda aportar algo no visto. Damos gracias a Dios por los buenos libros escritos a nuestro alcance que se pueden consultar (Proverbios 11:14; 15:22).
Respeta al otro
Cuando la Escritura dice que debemos amar incluso a nuestros enemigos (Mateo 5:43-44), se refiere al amor práctico, preciso en sus manifestaciones y no en una mera idea, idílica quizá, pero impracticable.
Tienes que ver qué es lo que hizo mal y el porqué, intentar entenderle, ponerte en su lugar y, solo entonces, ayudarle a ver y hacer lo que no ha podido o querido hacer. No es exigir o esperar, por ejemplo, a que te pida perdón, sino ayudarle a hacerlo (Romanos 14:1; 15:1).
Debes ejercer paciencia, pues no todos llegan a ver tan claro o tan rápido como tú (1 Tesalonicenses 5:14), orar por él, por ti, por la situación (Efesios 5:18; 1 Tesalonicenses 5:17; Santiago 5:16).
Ve hasta donde puedas ceder
Quizá el asunto o los asuntos que han creado esta situación no son en realidad tan importantes, y hay lugar a que puedas ceder.
En asuntos de conciencia ve y toma, exige, lo que la Escritura dice y no lo que a ti te parece (Hechos 4:19; 5:29; Romanos 2:15). Tu conciencia puede ser débil (1 Corintios 8:7, 12), o estar endurecida (1 Timoteo 4:2). Quizá incluso sepas considerar no juzgar la libertad del otro en ciertos asuntos, con tu conciencia (Corintios 10:29).
Debes tener la disponibilidad de ceder aun cuando tengas la razón y el otro esté claramente equivocado (1 Corintios 15:23; 8:9ss.).
Clarifica tus prioridades
No todas las verdades, principios o razones son igual de importantes.
Pongamos algunos ejemplos: es verdad que hay que bautizarse y que hay que hacerlo por inmersión, pero quizá el mandato de hacerlo (Mateo 28:19) sea más fundamental que el modo (Hechos 8:36, 38).
En el matrimonio, la relación, el mantenimiento de la unión es más importante que el bienestar propio (1 Corintios 7:3 ss.).
Con respecto a la relación con el Señor: Primero, antes es el «fruto» del Espíritu (Gálatas 5:22-25) que el «don» del Espíritu (1 Corintios 13:1-13). Lo que glorifica a Dios es la fidelidad y la obediencia más que el servicio o la manera de hacer (1 Corintios 12:22 ss.). Segundo, tu prioridad y mayor bien es el contentamiento, el estar satisfecho en Él (Salmo 27:4).
Sobre todo y en todo busca la gloria de Dios
Quién sabe, quizá tu pesar, lucha o pérdida en el conflicto, le dé más gloria a Dios (1 Corintios 6:20; 10:31; 1 Pedro 3:14, 17, 4:13).
Publicado por Editorial Peregrino en la revista Nueva Reforma (n. 110).
Luis Cano Gutiérrez, hijo de poeta y modista, fue rescatado por la gracia de Dios a los 18 años. Estudió en el Colegio Bíblico de la Misión Evangélica Europea (EMF) en Inglaterra, para posteriormente pasar a formar parte de dicha misión desde 1985. La Iglesia Cristiana Evangélica de Ciudad Real les envió como obreros a Cuenca, donde trabajaron durante 20 años en el establecimiento de una iglesia, para posteriormente retornar a Ciudad Real, donde lleva 10 años como pastor en su iglesia de origen. Casado con Pilar, y tiene dos hijas, y una nieta.