¿Quién mató a Jesús?

Hace varios años, un amigo mío que era pastor en
Illinois predicó ante un grupo de presos de una
cárcel estatal durante Semana Santa. En cierto
punto del mensaje, hizo una pausa y preguntó a
los hombres si sabían quién había matado a Jesús.

Algunos dijeron que fueron los soldados. Otros
dijeron que los judíos. Otros, Pilato. Después
de que hubo un silencio, mi amigo simplemente
dijo: «Su Padre lo mató».

Eso es lo que dice la primera parte de
Romanos 8:32: Dios no escatimó a su propio Hijo
sino que lo entregó —a la muerte—. «Jesús fue
entregado por el plan predeterminado y el previo
conocimiento de Dios» (Hechos 2:23). Isaías 53 lo
expresa de un modo aún más claro: «Nosotros le
tuvimos por azotado, por herido de Dios…
Pero quiso el Señor quebrantarle, sometiéndole
¡su Padre! a padecimiento» (Isaías 53:4, 10).

O como dice Romanos 3:25: «Dios lo exhibió
públicamente como propiciación por su sangre».
Así como Abraham levantó el cuchillo sobre el
pecho de su hijo Isaac, aunque luego lo libró
al encontrar un carnero en el matorral, así Dios
Padre levantó el cuchillo sobre el pecho de su
propio Hijo, Jesús, pero no lo libró, porque él
era el Cordero él era el sustituto.

Dios no escatimó a su propio Hijo porque esa era
la única forma de librarnos a nosotros.
La culpa por nuestras transgresiones, el castigo
por nuestras iniquidades, la maldición por
nuestro pecado, nos hubieran llevado
inexorablemente a la destrucción del infierno.
Pero Dios no escatimó a su propio Hijo: lo entregó
para que fuera herido por nuestras transgresiones,
molido por nuestras iniquidades y crucificado por
nuestro pecado.

Este versículo es el versículo más hermoso de la
Biblia para mí, porque el fundamento de la promesa
de la gracia venidera de Dios, que lo abarca todo,
es que el Hijo de Dios cargó en su cuerpo todo mi
castigo y toda mi culpa y toda mi condena y toda
mi responsabilidad y todas mis faltas y toda mi
corrupción, para que yo pudiera presentarme
delante de un Dios grande y santo como alguien
perdonado, reconciliado, justificado, acepto y
beneficiario de sus indescriptibles promesas de
placer a su diestra por siempre jamás.

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