Nos hemos rodeado de pantallas. En el escritorio. En la sala de estar. Incluso en los dormitorios y las cocinas. Cada vez más en los coches. Y acabaremos teniendo una para cada pasajero en los aviones. Y, lo que es más importante, las pantallas viajarán cómodamente con nosotros a todas partes, ¡con nuestro precioso «tesoro» en las manosss y los bolsillosss siempre!1
Hace tiempo, las pantallas venían unidas a cajas pesadas y poco manejables. Ya no. Ahora son tan finas como los marcos de la fotos e, incluso, más finas. Algunos de nosotros tenemos más pantallas en nuestras casas que cuadros en la pared.
Vivimos en una época dirigida y orientada de forma asombrosa por la imagen y lo visual. Por tanto, haremos bien en preguntarnos con regularidad, y de forma reflexiva, qué imágenes estamos dejando pasar ante nuestros ojos, y de qué manera nos están moldeando. Las imágenes en movimiento son poderosas. Pueden captar y arrancar la atención que no queremos prestarles (por ejemplo, en un restaurante). Y nuestros hábitos relacionados con las pantallas nos afectan de diferentes formas.
Y aún con todo, es fácil que nos dejemos cautivar por las pantallas y pasar por alto el poder profundamente formativo y reformativo del gran medio invisible que las acompaña: las palabras. Las palabras, sobre todo las palabras habladas, son el gran poder invisible que da sentido a nuestro mundo de imágenes y da forma a cómo elegimos vivir.
Palabras para el bien y para el mal
Quizá más que los otros cuatro sentidos, la capacidad de oír nos hace profundamente humanos.
Después de que el tacto se desarrolle en la tercera semana, el oído es el siguiente sentido en desarrollarse en el útero —a las veinte semanas aproximadamente—, y se considera que es el último sentido en apagarse cuando morimos. Lo cual tiene lógica para nosotros, como criaturas del Creador, que es —¡asombrosamente!— un Dios que habla y se revela a sí mismo. En primer lugar, nos creó para escucharle, para recibir y responder a sus palabras. Creó el mundo, mediante palabras, diciendo: «Sea la luz». Él «habla» la nueva creación en nuestras almas al efectuar el nuevo nacimiento a través de la Palabra de verdad, el evangelio (Stg 1:18; 2 Co 4:6). Y, en la vida cristiana, hace crecer nuestras almas predicando su Palabra y las hace perseverar cuando retenemos su Palabra (1 Co 15:1-2; 1 Ts 2:13).
Cuando la serpiente se deslizó en el huerto, no le mostró a Eva un video de Instagram, ni realizó un baile de TikTok. Habló. Introdujo su veneno en el corazón de la mujer a través de sus oídos. Después de todo, Dios había hablado para crear el mundo. Le había dado a Adán instrucciones usando palabras acerca de cómo vivir en el mundo. Así también, cuando Satanás atacó, vino con algo más peligroso que una espada o una piedra. Vino con palabras, apoyándose en el asombroso poder de lo audible e invisible, buscando desautorizar las palabras de Dios. «¿Conque Dios os ha dicho?» (Gn 3:1).
¿Quién está en tu mente?
En esta época de pasmosa saturación y consumo de medios de comunicación, haremos bien en recordar el profundo poder de las palabras; poder que cambia el mundo.
Ya sean las palabras que acompañan a la televisión y a YouTube, o las palabras escritas de los artículos y los tweets, o los medios puramente auditivos de los pódcasts y los audiolibros, las palabras dan forma a nuestro interior y lo llenan, penetran profundamente y moldean rápidamente nuestros deseos, decisiones y vida diaria: la totalidad de lo que somos. No se trata de que a lo mejor las palabras nos están moldeando, sino las palabras de quién lo están haciendo.
¿La voz de quién —ya sea a través de audio, palabras escritas, registradas en vídeo, o la charla cara a cara a la vieja usanza—, llega con más regularidad a tus oídos y penetra en tu alma? ¿De quién es la voz que capta tu limitada atención, y te centra o te distrae? ¿Qué voces anhelas escuchar? ¿Qué palabras son las que entran más fácilmente en tu alma y siembran semillas de vida (o de muerte)? ¿A quién acoges en ese espacio íntimo que es tu mente?
Entreteniendo a los demonios
Las palabras que escuchas y aprecias más, ¿siguen «la corriente de este mundo» (Ef 2:2)? ¿Te estás conformando «a este siglo» (Ro 12:2) en lugar de transformarte «por medio de la renovación de [tu] entendimiento»? ¿Cuán a menudo te conectas a Internet y cuánto te influye este? Algunos han hospedado a ángeles sin saberlo (He 13:2), ¡vigila que no estés tú dando hospitalidad a demonios!
Dos líneas de un reciente correo electrónico de Coalición por el Evangelio me sorprendieron grandemente:
Los creyentes influidos excesivamente por Internet están siendo cada vez más moldeados por la política partidista y la cultura pop secular. ¿El resultado? Iglesias divididas y fragmentadas, disminución del número de miembros de iglesia, y líderes cansados
Me sorprendieron grandemente porque era un diagnóstico acertado. Los padres, pastores y aquellos que forman discípulos fueron en su día los maestros que nos enseñaban en mayor medida. ¿Qué sucede cuando las palabras y las opiniones de la televisión e Internet tienen más influencia en la formación de los creyentes que sus propias iglesias? El resultado está ante nuestros ojos.
¿De quién son las palabras que te están moldeando?
Para muchos, la lucha por promover la fe entre esta generación —para no sobrevivir simplemente, sino para progresar como creyentes— no solo tiene que ver con lo que vemos, sino, quizá con la misma importancia —si no más—, con lo que oímos y a quién escuchamos.
Dios nos creó para que vivamos el evangelio, que es ante todo un mensaje diseñado para oírse. «Así que la fe es por el oír» —dice el apóstol Pablo— «y el oír, por la palabra de Dios» (Ro 10:17). ¿Y cómo recibimos el Espíritu?, «por el oír con fe» (Gá 3:2). «Aquel, pues, que os suministra el Espíritu, y hace maravillas entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley, o por el oír con fe?» (Gá 3:5). Las voces que habitualmente permitimos y acogemos en nuestra mente tienen el profundo poder de moldearnos. «En el sensorio de la fe» —escribe Tony Reinke en su libro acerca de los innumerables espectáculos visuales actuales— «el oído es órgano principal».2
La entrada a un nuevo año es un momento tan bueno como cualquier otro para hacer un inventario de las voces audibles y las palabras escritas que nos llegan diariamente, especialmente las que elegimos escuchar. ¿Qué palabras recoges? ¿Las palabras de quiénes no solo oyes, sino que escuchas fascinado? ¿De quiénes son las palabras que llenan tus redes sociales y tus listas de pódcasts? ¿Qué escuchas de camino al trabajo, o mientras caminas, haces ejercicio o limpias? ¿A quién acudes para pedir consejo? ¿Qué pódcasts, qué programas, qué series, qué músicos y qué audiolibros escuchas? ¿Tus elecciones se rigen por la búsqueda del entretenimiento, o por la búsqueda de Dios? ¿Buscas la gratificación instantánea o la santificación progresiva? ¿Persigues el consumo superficial y sin sentido, o el crecimiento cuidadoso y reflexivo?
A quien escuchas con deleite hoy, será a quien más te parecerás mañana. Como Jesús mismo dice siete veces en los Evangelios, y luego siete veces más en Apocalipsis: «El que tiene oídos para oír, oiga».
Un desafío digno de año nuevo
Al mismo tiempo que analizamos los efectos y los algoritmos de los nuevos medios de comunicación, y cómo Internet moldea a los creyentes y a nuestras iglesias en particular, encontramos un desafío digno, claro, sencillo, ancestral y determinante.
Para aquellos de nosotros dispuestos a escuchar y prestar atención a las advertencias, la solución, por supuesto, no es tapar los oídos que Dios ha formado tan maravillosamente, sino abrirlos y recibir con interés las palabras y las voces que son verdaderas, buenas, vivificadoras, equilibradas y que magnifican a Cristo. Aún más importante que lo que mantenemos alejado de nuestras mentes y corazones, es aquello con lo que los llenamos; y nada es más digno que las palabras de Dios mismo.
Dios nos hizo para meditar, no para ir picoteando ansiosamente un mensaje tras otro. El hecho de que podamos detenernos y reflexionar, meditar y pensar, y que podamos recapacitar acerca de la verdad —y no solo acerca de las mentiras—, y acerca del bien que Dios ha hecho —y no solo acerca del mal que otros hacen—, es una característica extraordinaria de la forma en que los seres humanos están diseñados. Si eres sincero, tal vez reconocerás que tu mente está fragmentada. Los mensajes de texto y las notificaciones, los tweets y los memes, los anuncios y los clips de audio y vídeo han erosionado tu capacidad de poner atención de forma seria y profunda, y no estás seguro de qué hacer para romper con esa inercia, pero te gustaría hacer una pausa y pulsar la «tecla de actualizar». ¡Haz que la Palabra de Dios sea la tecla que actualice tu sistema!
Haz que la voz de Dios en la Escritura sea la primera que escuches cada mañana. Y, sobre todo, que sea su voz la que más te agrade recibir y la que procures atesorar más profundamente en tu alma a través de sus palabras. Que sus palabras sean tu meditación matinal reposada, y el lugar al que vuelvas para recuperar el equilibrio en los momentos que puedas aprovechar. Ora y procura que su Palabra esté «sobre tu corazón», que sea repetida a tus hijos, y que esté presente en tus conversaciones y contigo cuando vayas «andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes» (Dt 6:6-7).
Descubrir el bien
Haz que la meditación en la Palabra de Dios sea un desafío digno en este nuevo año inmerso en esta nuestra era mediática. Media hora de meditación sin prisas, incluso recreándote, para disfrutar de las palabras de Dios, fortalecerá tu alma para la inevitable verbosidad de los dramas diarios, las noticias novedosas y las palabras ociosas que parece que encontramos a cada paso en este mundo. «El que pone atención a la palabra hallará el bien, y el que confía en el Señor es bienaventurado» (Pr 16:20, LBLA; énfasis añadido).
Con el tiempo, descubrirás que Dios puede restaurar verdaderamente lo «que comió la oruga, el saltón, el revoltón y la langosta» (Jl 2:25). El Señor puede reconstruir tu mente, tu capacidad de concentrarte y mantener la atención, y puede restaurar tu corazón y darte sabiduría y estabilidad.
¿Cuán diferente podría ser el próximo año si decides filtrar lo que entra en tu mente?
1. El autor está imitando aquí la forma de hablar de Gollum, el personaje de la novela El Señor de los Anillos obsesionado con el Anillo Único y al que se refiere como su «tesoro». (N. del T.)
2. Reinke, Tony: Competing Spectacles: Treasuring Christ in the Media Age, p. 148 (Wheaton, Illinois: Crossway, 2019). Traducido del original en inglés. (N. del T.).
David Mathis es editor ejecutivo de desiringGod.org y pastor de Cities Church. Es esposo, padre de cuatro hijos y autor de Rich Wounds: The Countless Treasures of the Life, Death, and Triumph of Jesus (2022).