Predicamos en la presencia de Dios

El mensaje del predicador —el heraldo— no es simplemente un conjunto de hechos que hay que entender. Es una constelación de glorias que hay que atesorar. Y, a veces, es una tempestad de horrores de los que hay que huir. Cualquiera que piense que el mensaje del predicador puede ser presentado como una explicación aislada, no capta el significado que Pablo aplica a la frase «¡predica la palabra!» (o «proclama», o «anuncia», como dicen otras traducciones). ¡Predica, proclama, anuncia la Palabra, las buenas noticias, a Cristo! La predicación es tanto una enseñanza precisa como una proclamación sincera. Es una exaltación expositiva.1

Para ver el peso y la maravilla de este llamado a anunciar la Palabra de Dios, considera el mandato más sorprendente que encontramos en la Biblia de predicar la Palabra. Digo «más sorprendente» porque no hay nada parecido en ninguna otra parte de las Escrituras. Me refiero a 2 Timoteo 4:1, versículo que constituye la introducción al mandato «predica la palabra» (2 Ti 4:2, LBLA). No conozco ningún otro mandamiento bíblico que tenga una introducción tan ampliada, exaltada e intensa (aunque 1 Ti 5:21 se le acerca).

Una introducción incomparable

Pablo presenta el mandato «predica la palabra» en el versículo 2 después de haber redoblado la intensidad de dicho mandato en el primer versículo mediante cinco cláusulas. Cada una de ellas ha sido elegida para reforzar, profundizar y aumentar la importancia del mandato de predicar. Dudo que alguien pueda exagerar alguna vez cuán serio es lo que Pablo pretende transmitir aquí:

Te encargo solemnemente, 

en la presencia de Dios 

y de Cristo Jesús, 

que ha de juzgar a los vivos y a los muertos, 

por su manifestación y por su reino: Predica la palabra.

Te encargo solemnemente

«Te encargo solemnemente». La palabra en el original —diamarturomai— significa «testificar» y va acompañada de un prefijo que la intensifica y añade peso, de ahí el «solemnemente». Ten en cuenta que el apóstol está instituyendo el mandato de predicar, pero utiliza el concepto «testificar solemnemente» para su propia exhortación. ¿Qué significa decir: «Te testifico solemnemente que prediques la Palabra»? Fíjate que no dice: «Te ordeno solemnemente […]: Predica la palabra». La palabra testificar parece implicar que Pablo está hablando en el contexto de un tribunal donde hay grandes cosas en juego. Testificar sugiere que él ha visto algo, o oído algo, y no está simplemente dando su propia opinión. Está dando testimonio de algo que ha visto u oído. Y ese encuentro con lo que ha visto u oído le ha hecho reflexionar de manera tan seria que ha dado como resultado esta intensa invocación de cinco cláusulas.

En la presencia de Dios

«Te encargo [testifico] solemnemente, en la presencia de Dios».  Aquí podemos echar un vistazo a lo que Pablo tiene en la mente cuando entrega este testimonio-mensaje «predica la palabra». Está en la presencia de Dios. Es consciente de la atención especial e íntima con la que Dios está observando este testimonio. La implicación es que Dios es quien ha autorizado este mandato. Y está claro que es un testimonio porque viene con la autorización directa de Dios. Pablo está testificando que Dios está detrás de dicho mandato. Dios está presente, cuidando de que el mandato sea entregado. No existe autorización más alta ni testigo más acreditado para presidir este testimonio judicial. «Te testifico en la presencia de Dios».

Y de Cristo Jesús

«Te testifico solemnemente, en la presencia de Dios y de Cristo Jesús». Añadir a Cristo Jesús a los participantes de este testimonio solemne para predicar la Palabra no aumenta la autoridad del mandato porque no hay autoridad más alta que la de Dios, pero sí añade a alguien al grupo con la mayor relevancia en la predicación. Dios es el Autor de la Palabra que predicamos, y Jesucristo es el centro de su historia. Si quieres que el asunto adquiera solemnidad, cuando le ordenes a Timoteo que predique la Palabra dile que la orden está siendo entregada en presencia del Autor y el Sujeto de toda la predicación (de hecho, de toda la realidad).

Quien ha de juzgar a los vivos y a los muertos

«Te testifico solemnemente, en la presencia de Dios y de Cristo Jesús, [quien] ha de juzgar a los vivos y a los muertos». De las cientos de cosas que Pablo podría haber dicho acerca de Jesús, dice que él va a juzgar a los vivos y a los muertos. ¿Por qué? El asunto parece ser que cuando se trata de predicar, lo que está en juego es más alto que cualquier recompensa o amenaza en esta vida. En la predicación estamos tratando con personas y realidades que son muchísimo más grandes que este mundo. Su existencia, sus recompensas y castigos transcienden esta vida.

Cristo está activo en este mundo, gobernando a los vivos. Y Cristo está —y siempre estará— activo más allá de este mundo, tratando con justicia a los que han muerto. Esta gloriosa persona es inevitable en la vida e ineludible en la muerte. Antes o después, todos se encuentran con él como Juez. Nuestra predicación se basa en estos grandes temas y Pablo quiere que sintamos el peso de su importancia.

Por su manifestación y por su Reino

«Te testifico solemnemente, en la presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a los vivos y a los muertos, por su manifestación y por su reino». Cinco de las seis veces que se usa la palabra «manifestación» —epiphaneian— en el Nuevo Testamento se produce en las Epístolas Pastorales. Dicha palabra se refiere al menos una vez a la manifestación histórica de Jesús en la encarnación (2 Ti 1:10), y al menos dos veces a la futura segunda venida de Cristo (1 Ti 6:14; Tit 2:13). Las otras dos, incluido nuestro texto, se pueden tomar en ambos sentidos (2 Ti 4:1, 8). Quizá la ambigüedad sea intencionada. ¿Amas su manifestación (pasada y futura; 2 Ti 4:8)? ¿Y sientes el peso que tiene respecto a la predicación la manifestación de Dios mismo en la historia (pasada y futura)?

Es decir: «Predicador, ten en cuenta esto: proclamas la Palabra del Rey del universo que ha prometido volver»: aquel que vino una vez no para condenar, sino para salvar (Jn 3:17), pero que ahora vendrá para juzgar. En estos tiempos donde estás llamado a predicar —¡entre sus dos manifestaciones!—, puede que el Señor parezca distante porque no se manifiesta. Pero te digo que prediques sabiendo que y, no lo olvides nunca, ¡Cristo se ha manifestado y volverá a hacerlo!

Y cuando regrese, se manifestará como Rey y su Reino se establecerá públicamente. Ya no dirá: «Mi reino no es de este mundo» (Jn 18:36). Reinará abiertamente y sin oposición. Todos sus enemigos serán echados en las tinieblas de afuera (Mt 22:13; 25:30). Ya nunca más se podrán oponer a Dios. Y toda la verdad que hayas predicado será reivindicada públicamente y, todos aquellos que han tenido comezón de oír y han rechazado el evangelio, serán avergonzados.

Predica la Palabra

Por tanto, Timoteo, una vez más: «Te testifico solemnemente, en la presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a los vivos y a los muertos, por su manifestación y por su reino: Predica la palabra». Esta clase de introducción ampliada, exaltada e intensa del mandato de predicar la Palabra es extraordinaria. Por tanto, la predicación —alumbradora y anunciadora, la exultación expositiva— es de extraordinaria importancia.

Si Dios te ha llamado a predicar, la tarea, por supuesto, es humanamente imposible. La predicación es adoración. Y la predicación está dirigida a despertar la adoración. Tanto adorar, como despertar la adoración, son milagros. No son cosas que simplemente elegimos. No podemos adorar por voluntad propia, como tampoco podemos conmovernos cuando queramos. Es una obra de Dios, que nos abre los ojos ante lo que es verdaderamente conmovedor.

Pero, fiel es el que te llama. Él lo hará. Te puedo testificar por mis cuarenta años en el ministerio de la Palabra que, a través de los mejores y peores tiempos, Dios ama ayudar al predicador que anhela mostrar la Palabra de forma clara para el santo gozo de su pueblo, por la sangre de Jesús y para la gloria de Dios. Él te ayudará.

1. Piper hace aquí referencia a unos de sus libros: Expository Exultation, traducido al español por Editorial Portavoz bajo el título: Exultación Expositiva: La predicación cristiana como adoración.

John Piper

John Piper

John Piper es fundador y profesor de desiringGod.org y canciller del Bethlehem College & Seminary. Durante 33 años, fue pastor de la Bethlehem Baptist Church, Minneapolis, Minnesota. Es autor de más de 50 libros, incluyendo Sed de Dios: Meditaciones de un hedonista cristiano y más recientemente Coronavirus y Cristo.