¡Oh pecadores, venid a Cristo!

Me conmovió mucho la exposición fiel, cuidadosa y precisa de Romanos 9 que hizo John. Nos señaló la gracia infinita de Dios y la gloria de su soberanía y, acto seguido, nos señaló la agonía de Pablo por ver a su propio pueblo perdido, sus «parientes según la carne». ¿Sentimos la misma agonía cuando vemos a los perdidos a nuestro alrededor?

Sinceramente, no estaba preparado para lo que John nos iba a compartir al final de su mensaje. Nos transportó hasta una tienda abarrotada en la que él, siendo jovencito, vio a su propio padre, un evangelista, suplicar a los pecadores que vinieran a Jesús: «¡Oh, ven a Cristo! ¿Por qué no vienes a Cristo?».

El tiempo y el espacio se colapsaron enfrente de mí cuando recordé haber estado en el misma clase de reunión, escuchando la misma llamada suplicando venir a Cristo, muchas, muchas veces cuando era niño. Recuerdo una vez en particular, cuando siendo un niño de nueve años escuché a un predicador a tiempo parcial y que era un minero de fosfato a tiempo completo, predicar el evangelio y luego rogarnos que viniéramos a Cristo. Y lo hice.

Sé que mi salvación es mucho más de lo que entendí en aquel momento. Sé que mi salvación está asegurada en el plan eterno de un Dios soberano. Sé que fui llamado eficazmente por el Espíritu Santo. Tuve la bendición de tener padres creyentes y crecer bajo un testimonio cristiano. Pero también sé que el Espíritu Santo utilizó a un sencillo predicador al cual no le importó suplicar a los pecadores y, así, fue como vine a Cristo.

Cuando John comenzó a cantar «¡Cuán tiernamente nos está llamando Cristo!», y a llamar dulcemente a una generación de jóvenes creyentes reformados a cantarla y suplicar con fervor y un corazón roto, mi corazón también se rompió. Volví a saborear la dulzura de mi propia conversión, y me sentí más en casa de lo que las palabras pueden describir.

Pero también se me rompió el corazón con gran pesar por el hecho de que la mayoría de los 8000 jóvenes presentes en ese enorme recinto nunca habían visto a un evangelista suplicar, ni a un padre piadoso presentar el evangelio a un pecador llamado por el Espíritu Santo a huir para refugiarse en Cristo.

Imagínate lo que fue escuchar 8000 voces, en su mayoría jóvenes y en su mayoría hombres, cantando —algunos seguramente por primera vez—: «Venid, venid, si estáis cansados, venid; ¡cuán tiernamente os está llamando! ¡Oh pecadores, venid!».

Me invadió un sentimiento de gozo y profunda gratitud por lo que ocurrió en aquel recinto ese jueves por la tarde. Todos pudimos ver a un evangelista suplicando a los pecadores, señalando a Cristo, sin avergonzarse de suplicar con emoción, pasión y urgencia agonizante. Escuché la convicción del Espíritu Santo en las voces de una generación naciente mientras cantábamos dicho himno, y mi espíritu se elevó dentro de mí. No me importó perder la compostura con tal de experimentar el gozo de ese momento.

El himno «¡Cuán tiernamente nos está llamando Cristo!», aún resuena en mis oídos, y la ungida exposición de John Piper aún resuena en mi corazón. Estoy agradecido más allá de lo que las palabras pueden expresar porque sé que más personas escucharán este mensaje. No os atreváis a perdéoslo.

• Aquí tienes el conmovedor extracto de siete minutos del mensaje de John Piper acerca de las invitaciones evangelísticas de su padre: https://youtu.be/zOWmAQucC-I; y esta es la predicación completa por si quieres escucharla o leerla:

 https://www.desiringgod.org/messages/persuading-pleading-and-predestination

• Y esta es la grabación de Bob Kauflin dirigiendo a los 8000 asistentes de T4G 2014 en el himno «Softly and Tenderly» (¡Cuán tiernamente nos está llamando Cristo!):

https://vimeo.com/93160651

Albert Mohler

Albert Mohler

Albert Mohler se desempeña como presidente del Seminario Teológico Bautista del Sur en Louisville, Kentucky. ‎ ‎Liderando con palabras‎