Dios en búsqueda de nuestra alabanza y nosotros
en búsqueda de deleitarnos en él son una misma
búsqueda. El propósito de Dios de ser
glorificado y nuestro propósito de ser
satisfechos alcanzan su meta en esta única
experiencia: nuestro deleite en Dios, que se
desborda en forma de alabanza.
Para Dios, la alabanza es el dulce eco de su
propia excelencia en el corazón de sus hijos.
Para nosotros, la alabanza es la cumbre de
nuestra satisfacción, que surge de vivir en
comunión con Dios.
La deslumbrante implicación de este descubrimiento
es que toda la energía omnipotente que mueve el
corazón de Dios a buscar su propia gloria también
lo impulsa a satisfacer los corazones de aquellos
que buscan gozarse en él.
Las buenas nuevas de la Biblia consisten en que
Dios no se muestra para nada renuente a satisfacer
los corazones de aquellos que esperan en él.
Ocurre exactamente lo opuesto: aquello que puede
hacernos más felices que ninguna otra cosa es
también en lo que Dios se deleita con todo su
corazón y con toda su alma.
Con todo su corazón y con toda su alma, Dios se
une a nosotros en la búsqueda de nuestro gozo
eterno, porque la consumación de ese gozo en él
redunda en la gloria de su propia valía infinita.
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