Enfermedad, pecado o sabotaje

Toda la vida, si se vive de todo corazón por
la fe y en pos de la gloria de Dios y la
salvación de otras personas, es como el caso
del cristiano que va a una aldea azotada por
una plaga. El sufrimiento resultante es
parte del precio de vivir en el lugar al
que usted fue en obediencia al llamado de
Dios.

Al elegir seguir a Cristo del modo que él
manda que lo sigamos, elegimos también todo
lo que ese camino conlleva según su soberana
providencia. Por lo tanto, todo el sufrimiento
que resulta por seguir el camino de la
obediencia es un sufrimiento con Cristo y por
Cristo, ya sea que se trate de un cáncer o de
otro tipo de conflicto.

Y es «por elección», es decir, nosotros por
voluntad propia optamos por el camino de la
obediencia en el cual el sufrimiento nos espera,
y no murmuramos contra Dios. Es probable que
oremos, como Pablo, para que el sufrimiento nos
sea quitado (2 Corintios 12:8); pero si está
dentro de la voluntad de Dios, acabamos
abrazándolo como parte del costo de ser
discípulo en el camino de la obediencia que nos
conduce al cielo.

Todos los sufrimientos que atravesamos en el
camino de la obediencia cristiana, ya sea por
persecución, enfermedad o accidente, tienen
algo en común: todos amenazan nuestra fe en la
bondad de Dios y nos tientan a abandonar este
camino.

Por lo tanto, cada victoria de la fe y toda
perseverancia en la obediencia dan testimonio
de la bondad de Dios y del precioso valor de
Cristo, sin importar si el enemigo es la
enfermedad, Satanás, el pecado o un sabotaje.
Eso significa que todo sufrimiento, de cualquier
tipo, que soportamos en el camino de nuestro
llamamiento cristiano es un sufrimiento con
Cristo y por Cristo.

Con él en el sentido del sufrimiento que nos
sobreviene a medida que vamos caminando con él
por la fe, y en el sentido que es soportado con
las fuerzas que él nos suple mediante su
ministerio de sumo sacerdote quien se compadece
de nosotros (Hebreos 4:15).

Por él en el sentido de que el sufrimiento
prueba y demuestra nuestra lealtad a su bondad
y poder, y en el sentido de que revela el valor
de Cristo como compensación y recompensa
totalmente suficiente.

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