Un destino horrible

¿Recuerdan haberse perdido cuando eran pequeños,
o resbalarse al borde de un precipicio, o estar
a punto de ahogarse, y de pronto ser rescatados?
Se aferraron a su preciada vida. Temblaron por
lo que casi habían perdido. Se sentieron felices,
muy felices, y agradecidos. Se estremecieron de
gozo.

Así me siento al final del año por haber sido
rescatado de la ira de Dios. Esta Navidad
encendimos la chimenea en nuestro hogar. Por
momentos, el carbón estaba tan caliente que
cuando lo avivaba sentía que la mano me quemaba.
Retrocedí y sentí un escalofrío ante el horrendo
pensamiento de la ira de Dios en el infierno por
el pecado. ¡Cuán indeciblemente espantoso será!

En la tarde del día de Navidad visité a una
mujer que se había quemado más del ochenta y
siete por ciento del cuerpo. Ha estado internada
desde agosto. Mi corazón se conmovió al verla.
¡Qué maravilloso fue darle esperanza por medio
de la Palabra de Dios! Salí del hospital no solo
pensando acerca de su dolor en esta vida, sino
también del dolor eterno del cual fui salvo por
medio de Jesús.

Considerémoslo juntos. ¿Será que este gozo
estremecedor es el modo adecuado de terminar el
año? Pablo se alegraba en que el Señor que está
en los cielos es «Jesús, quien nos libra de la
ira venidera» (1 Tesalonicenses 1:10). También
nos advirtió que Dios «pagará a cada uno
conforme a sus obras… a los que… no obedecen a
la verdad, sino que obedecen a la injusticia:
ira e indignación» (Romanos 2:8), y que «por
causa de [la fornicación, la impureza y la
codicia] la ira de Dios viene sobre los hijos
de desobediencia» (Efesios 5:6).

Aquí estoy, a fin de año, terminando mi
recorrido por la Biblia y leyendo el último
libro, Apocalipsis. Es una gloriosa profecía
de la victoria de Dios y del gozo eterno de
todos los que «toman gratuitamente del agua
de la vida» (Apocalipsis 22:17). No más
lágrimas, no más dolor, no más depresión, no
más tristeza, no más muerte (21:4).

Pero ¡cuán terrible es el destino de los que
no se arrepienten ni se sujetan al testimonio
de Jesús! La descripción de la ira de Dios
que nos ofrece el «apóstol del amor» (Juan)
es aterradora. Aquellos que rechazan el amor
de Dios «beberá[n] del vino del furor de Dios,
que está preparado puro en el cáliz de su ira;
y será[n] atormentado[s] con fuego y azufre
delante de los santos ángeles y en presencia
del Cordero. Y el humo de su tormento asciende
por los siglos de los siglos; y no tienen
reposo, ni de día ni de noche»
(Apocalipsis 14:10-11). «Y el que no se
encontraba inscrito en el libro de la vida fue
arrojado al lago de fuego» (20:15). Jesús
«pisará el lagar del vino del furor de la ira
de Dios Todopoderoso» (19:15). Y «del lagar
saldrá sangre que subirá hasta los frenos de
los caballos por una distancia como de
trescientos veinte kilómetros» (14:20).

¡Tiemblo con gozo de que soy salvo! La santa
ira de Dios es un destino horrible. Hermanos
y hermanas, corran lejos de esa ira, corran
con todas sus fuerzas. ¡Salvemos a cuantas
personas podamos! ¡No me extraña que haya más
gozo en los cielos por un pecador que se
arrepiente que por noventa y nueve justos!
(Lucas 15:7).

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