No podemos perder al final

Cuando Jesús estaba muerto y enterrado, con
una gran roca que fuera rodada contra la
tumba, los fariseos le pidieron permiso a
Pilato para sellar la roca y cuidar la tumba.

Hicieron lo más que pudieron… en vano.
Era inútil entonces, es inútil hoy día y
siempre será inútil. No importa cuánto
traten de hacer, nadie podrá mantener a
Jesús derrocado. No lo podrán mantener
enterrado.

No es difícil darse cuenta: Él puede salir
porque no fue forzado a entrar. Él mismo
se dejó difamar y acosar y votar en su
contra y despreciar y patear y matar.

Yo doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie
me la quita, sino que yo la doy de mi propia
voluntad. Tengo autoridad para darla, y
tengo autoridad para tomarla de nuevo
(Juan 10:17-18).

Nadie puede mantenerlo caído porque nadie
jamás lo tumbó. Él dio su vida cuando estaba
listo.

Cuando parece que estará enterrado para
siempre, Jesús está haciendo algo
maravilloso en la oscuridad. «El reino de
Dios es como un hombre que echa semilla en
la tierra, y se acuesta y se levanta, de
noche y de día, y la semilla brota y crece;
cómo, él no lo sabe» (Marcos 4:26-27).

El mundo cree que Jesús ya no está —que está
fuera del camino— pero Jesús está trabajando
en los lugares donde hay oscuridad. «Si el
grano de trigo no cae en tierra y muere,
queda él solo; pero si muere, produce mucho
fruto» (Juan 12:24). Él se dejó enterrar
«Nadie me quita la vida»— y vendrá en poder
cuando a él le plazca —«tengo autoridad para
tomarla de nuevo»—.

«…a quien Dios resucitó, poniendo fin a la
agonía de la muerte, puesto que no era
posible que Él quedara bajo el dominio de
ella» (Hechos 2:24). Jesús tiene su
sacerdocio hoy día «según el poder de una
vida indestructible» (Hebreos 7:16).

Durante veinte siglos, el mundo ha hecho
lo imposible —en vano—. No lo pueden enterrar.
No lo pueden controlar. No lo pueden callar
o limitar. Jesús está vivo y totalmente
libre para ir y venir adonde le plazca.
Confiemos en él y vayamos con él, sin
importar adónde. No podemos perder al final.

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