Lo que el fraude sexual dice acerca de ti

Querido esposo y esposa,

Después de leer las contribuciones y las súplicas de los anteriores colaboradores de esta Serie, hay poco que pueda añadir que no caiga en la «vana repetición». Si después de haber leído lo que ellos han escrito, tu conciencia no está fortalecida para repeler las tentaciones sexuales, ¿de qué servirá cualquier cosa que yo añada?

Pero te sugiero que empieces por recordar que el adulterio es incompatible con la fe que profesas. El pecado de adulterio le dice al mundo que tú no crees realmente en Dios. Tal vez sea útil aclarar esto. Si estás pensando en adulterar, por lo menos medita en estas cuatro preguntas y podrás comprobar qué es lo que crees.

1. ¿Crees que Dios lo ve todo?

No crees realmente a Dios cuando declara saber con seguridad «que [tu] pecado [te] alcanzará» (Nm 32:23). Si crees que puedes salirte con la tuya, solo porque logras —al menos por un tiempo— ocultarlo de la gente, como hizo David, estás actuando como si Dios no existiera, o si lo que dice no tuviera ninguna importancia.

Ya sea en esta vida o en el último día, tu pecado será expuesto. Actuar como si eso no fuera verdad es no creer en lo que el Dios todopoderoso afirma: «todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta» (He 4:13).

Para el creyente, no es solo el miedo a ser sorprendido por sus hermanos lo que puede frenar sus fantasías sexuales, sino la fe en que Dios cumple su palabra, en que no puede ser burlado y que no se le puede ocultar ningún pecado.

2. ¿Crees lo que Dios dice acerca del adulterio?

No crees realmente a Dios cuando describe lo vacío y vergonzoso que es el adulterio. Las Escrituras lo describe de muchas maneras. Podríamos empezar por las inquietantes advertencias de Proverbios (p. ej.: Pr 6:20—7:27), o por la prohibición directa del adulterio en el Decálogo (Éx 20:14), también tenemos una descripción histórica del adulterio y sus trágicos resultados (p. ej.: 2 S 11-12), o las numerosas advertencias contra la fornicación y el adulterio en el Nuevo Testamento, y el vínculo alarmantemente estrecho entre el adulterio físico y la apostasía espiritual (hasta el punto de que Dios se representa a sí mismo a través de la profecía de Oseas como el todopoderoso que ha sido traicionado por su esposa), y esto contrasta con la descripción histórica de un José fiel que lucha con éxito contra la tentación sexual evitando así la fornicación —por su parte— y el adulterio por parte de la mujer de Potifar (Gn 39).

El relato de José es especialmente instructivo. José sabe muy bien que si él y la mujer de Potifar tienen una aventura, traicionará a Potifar (Gn 39:8-9). Ya es malo de por sí que dos personas solteras mantengan relaciones sexuales ilícitas. Pero es peor cuando uno de ellos —o ambos— está casado con otra persona: la traición a tu pareja es un acto incomprensible; es un fraude sexual.

José reconoce que las dimensiones del pecado solo pueden calcularse viendo el adulterio como un pecado contra Dios (Gn 39:9), y esto es muy importante. José no se prepara el camino para poder adulterar organizando sus excusas de antemano: es solo un pecadillo, un momento de debilidad, sucederá solo una vez y, además, estoy solo y como soy un esclavo no tengo perspectivas de matrimonio, y tal vez Dios use este amorío para proveer mi liberación. No, José llama a las cosas por su nombre y entiende que si cometiera adulterio, el más agraviado sería Dios: «¿cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?» (Gn 39:9). Este es el paso que David no dio hasta que su pecado con Betsabé fue expuesto (Sal 51:4).

A nivel práctico, José evitó a esa mujer siempre que pudo; no era el típico mujeriego que disfrutaba viendo lo cerca que podía estar del fuego sin quemarse (Gn 39:10). Lo más impresionante es que era la clase de hombre que prefería conservar su pureza aunque eso significara que los demás creyeran que era una persona inmoral, en vez de ser un hombre que quería ser un adúltero secreto mientras todos, excepto su compañera de inmoralidad, lo consideraban puro (Gn 39:11-20). Si eliges cometer adulterio, demuestras ser todo menos puro: el adulterio secreto es más valioso para ti que la integridad moral. Desprecias lo que te dice Dios.

La cuestión es evidente. Dios ha hablado claro acerca de este tema y, si estás decidido a consumar adulterio sin tener en cuenta lo que te dice, das testimonio de que no le crees. Eres un ateo disfrazado de creyente.

3. ¿Crees en lo que Dios dice acerca del matrimonio?

Hasta ahora he destacado la clase de incredulidad que no tiene en cuenta cómo Dios evalúa el adulterio e ignora sus claras consecuencias. Pero también hay una gran variedad de pasajes que sostienen que el matrimonio es algo maravilloso, un don de Dios, un mandato basado en la creación, una imagen de la relación entre Cristo y la Iglesia, el lugar donde se desarrolla la intimidad de la relación, la zona segura para criar a la descendencia, el espacio para ejercer la disciplina piadosa, la ubicación donde el hombre y la mujer se unen y se complementan de la mejor manera para la gloria de Dios y el beneficio de su pueblo. Si no comprendes y aceptas estas realidades, muestras tu incredulidad: no tomas la Palabra de Dios en serio.

Pero, dirás, mi matrimonio no es así. Mi mujer ya no me quiere realmente, nos hemos distanciado, ya no amamos las mismas las cosas. Si Cristo tratara así a la Iglesia cada vez que ella pusiera su amor en cosas que él dice que no debemos amar, todos estaríamos condenados. Todos nosotros vivimos en un mundo que aún gime bajo la maldición del pecado, esperando la manifestación final de los hijos de Dios (Ro 8:19).

Eso significa que hay personas solteras que nunca se casarán; ¿han sido estafadas? Significa que hay creyentes que se enfrentarán a una violenta persecución; ¿han sido traicionados? Significa que hay matrimonios que se tambalearán y cónyuges que serán infelices; ¿se les ha robado el placer y ahora tienen el derecho de pisotear sus votos? O, por el contrario, ¿acaso no hemos sido llamados a tomar nuestra cruz y seguir a Jesús, con la seguridad de que si padecemos junto con él, también reinaremos con él (Ro 8:17; 2 Ti 2:12)?

En resumen, lo que necesitamos es más fe: fe en las promesas de Dios, en la descripción de Dios de los nuevos cielos y tierra, en la esperanza de lo maravillosa que será la vida resucitada, en el inimaginable gozo y santidad que experimentaremos cuando estemos ante Dios. Y, respecto a las tentaciones sexuales, debemos confiar en las palabras de Dios cuando nos describe algo de la gloria venidera; entre ellas, las bodas del Cordero (Ap 19:7). Es decir, la unión entre Cristo y su pueblo producirá una intimidad tan profunda que todas las intimidades anteriores, por muy hermosas que fueran, quedarán totalmente eclipsadas. A los quince minutos de estar en la eternidad, ningún creyente que se haya visto obligado a vivir en celibato en esta vida se quejará de que le han estafado. Ningún creyente que haya mantenido sus votos matrimoniales lamentará no haber cedido y disfrutado de un poco de sexo ilícito a escondidas.

Si no ves las cosas de esta manera significa que simplemente no crees en lo que Dios dice. Sabemos que nuestra fe es patéticamente débil. En un sentido, se parece a la «fe» que condena Santiago; la «fe» que ejercen Satanás y sus demonios, una «fe» que nunca podrá salvarlos. Satanás cree que hay un solo Dios (Stg 2:19), incluso cree que Jesús resucitó de entre los muertos y que hay una resurrección final de justos e injustos. Pero esa clase de fe nunca ha salvado a un demonio ni a un ser humano. La fe que salva se caracteriza no solo por creer lo correcto, sino por apoyarse y descansar en las palabras y los caminos de Dios, por confiar feliz y decididamente en Dios y en sus promesas. La fe que se limita a recitar un credo, pero no produce ningún fruto, es la fe de los demonios.

4. ¿Crees en la abundante gracia de Dios?

Existe una muestra más de que la incredulidad está invariablemente relacionada con el adulterio. Dios promete proporcionar toda la gracia necesaria para superar la tentación (1 Co 10:13). Mejor aún, derrama su Espíritu Santo sobre nosotros, cuyo fruto en nuestras vidas incluye «mansedumbre [y] templanza» (Gá 5:23). Así que no debemos satisfacer «los deseos de la carne» (Gá 5:16); sino que tenemos que andar «también por el Espíritu» (Gá 5:25). Darle la espalda a tan abundantes suministros de gracia y fuerza es la forma más grosera de incredulidad impenitente.

Mi querido hermano y hermana, 

Cree en el evangelio, y no solo en la garantía del perdón, sino en sus ordenanzas y en sus promesas, y en las descripciones de la gloria de nuestro espléndido Dios.

D.A. Carson

D.A. Carson

DA Carson es profesor emérito de Nuevo Testamento en Trinity Evangelical Divinity School en Deerfield, Illinois. Es miembro fundador de The Gospel Coalition y autor de ¿Cuánto tiempo, oh Señor?