Simplemente humanos

No somos dioses.

No somos ángeles.

No somos bestias.

Somos seres humanos.

Pero, ¿qué significa esto exactamente?

Durante siglos, la iglesia se ha visto obligada a descartar muchas suposiciones extrañas sobre lo que significa ser humano. Algunos de los padres de la iglesia insinuaron que los humanos son criaturas en equilibrio en una cuerda floja, suspendidas en algún lugar entre los ángeles (por un lado) y las bestias salvajes (por el otro).

A veces nos inclinamos precariamente hacia las bestias; a veces caminamos hacia los ángeles, pero nunca estamos seguros de quiénes somos. Parece que estamos destinados a vivir cada día con rodillas temblorosas y pies resbaladizos, tratando de mantener el equilibrio sobre esta tensa cuerda de la incertidumbre existencial.

Así, para muchos, sólo podemos existir en tensión entre dos cosas: lo que ni somos ni podemos llegar a ser (ángeles), y las criaturas que no nos atrevemos a tratar de imitar (las bestias).

Sí, ser humano es tener similitudes con los ángeles (adoramos a Dios). Sí, ser humano es tener algún tipo de relación con el reino animal (Dios se preocupa por nosotros de forma análoga a como se preocupa por los gorriones y otros animales).

Pero, aunque hay vínculos, no somos ángeles, y no somos animales salvajes. Somos seres humanos.

Nuestro marco de trabajo

Dios «conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo» (Sal 103:14). No somos polvo porque seamos pecadores; somos polvo porque somos humanos. Somos polvo porque fuimos formados originalmente de barro del suelo. Y eso significa que, para todos nosotros, el polvo es nuestra composición básica (Gn 2:7; 3:19, 23; 18:27).

La compasión de Dios por nosotros no es porque nos hayamos convertido en polvo por nuestra culpa, sino que él nos diseñó intencionadamente como polvo desde el principio.

Y Dios recuerda que somos polvo, nunca lo olvida. Estar hecho de polvo es ser débil y efímero y necesitado y frágil. Estar hecho de polvo es ser fácilmente quebrantado (Job 4:19). Y Dios nunca deja de recordar este hecho.

Dios es nuestro Alfarero. Nunca pasa por alto cómo nos hizo, y de qué nos hizo. Somos ásperos unos con otros, y con nuestros hijos, cuando olvidamos esta verdad fundamental sobre nuestra naturaleza humana compartida. Pero Dios nunca comete este error porque nunca olvida cómo nos hizo. Éramos barro en las manos del Alfarero. Por lo tanto, nunca ignora que somos polvo. Él conoce nuestras fuerzas y capacidades. Conoce todas nuestras incapacidades inherentes. «Nos conoce incluso mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos»1.

El polvo es el gran igualador de todos los logros humanos (Ecl 3:20). Dios es Aquel que nos devuelve al polvo (Sal 90:3; 104:29).

Ser polvo es ser una criatura finita.

Esperanza de Resurrección

Dios insufló su vida en la polvorienta forma de Adán. Y en ese momento, lo que Dios hizo en aquel día no fue un súper animal, ni una medio bestia ni un medio ángel. Dios hizo a Adán y Eva completamente humanos.

Pero también nos hizo del polvo para que todos esperáramos un nuevo cuerpo en el futuro, un cuerpo glorioso más adecuado para vivir en el gozo eterno de la presencia de Dios.

Tus muertos vivirán; sus cadáveres resucitarán. ¡Despertad y cantad, moradores del polvo! Porque tu rocío es cual rocío de hortalizas, y la tierra dará sus muertos (Is 26:19).

Ser humano, ser polvo, es estar en posición para la futura resurrección. Dios nos hizo polvo, no como un fin, sino como un medio para resucitarnos en la gloria de un cuerpo espiritual (1 Co 15:47-49).

Nuestra mayor esperanza es que «esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad» (1 Co 15:50-58).

Pero por ahora, somos polvo, hechos un poco menores que los ángeles (Sal 8:5-8). Incluso Jesús, por un tiempo, ocupó su lugar a nuestro lado, un poco más bajo que los ángeles (He 2:5-9).

Esto se debe a que, por ahora, todos los humanos pre-resucitados somos polvo. Y aunque a menudo olvidamos este hecho, para nuestro propio agotamiento y desesperación, Dios nunca lo olvida.

Unidos por el milagro

Es cierto, el hombre es una complejidad de paradojas. «El hombre no es ni ángel ni bestia —dijo Pascal—. Lo desafortunado es que el que actúa como un ángel actúa como un bruto».

Sí, a menudo no estamos a la altura de la dignidad que Dios nos ha dado. Pero fundacionalmente, no encontramos nuestra vocación en procurar vivir una vida angelical, o en evitar la vida de las bestias. No, encontramos nuestra vocación como portadores especialmente diseñados de la imagen de Dios. Hechos de polvo, hechos hombre y mujer por el diseño deliberado del Alfarero (Gn 1:27; 5:2; Mt 19:4).

Sólo los humanos están hechos a imagen de Dios. Ninguna otra criatura disfruta de esta designación, ni los ángeles, ni ninguna bestia. Dios miró a través del corredor del tiempo mediante su visión soberana y planeó un ser que pudiera unirse a la Divinidad a través de la encarnación con el propósito de la redención. Jesús es ese ser, completamente Dios y de alguna manera también completamente criatura, una criatura especial, con un cuerpo, alma y mente especiales, que podría unirse a Dios con el propósito de vivir en la tierra y luego ser crucificado y levantado de los muertos. Un humano.

La imagen perfecta de Dios (Cristo) se convierte en el glorioso patrón que dio forma a un ser que ningún ángel ni bestia salvaje podría igualar. Dios creó a Adán y Eva (y a ti y a mí) para reflejar a su Hijo, y para hacer un camino de redención en la historia de su creación. Esta es la incomparable gloria de ser una criatura humana. Somos polvo hecho conforme a la imagen de Cristo.

No somos ángeles. No somos dioses. No somos animales salvajes. Somos seres humanos, especialmente diseñados para un glorioso propósito redentor.

Somos seres humanos.

Polvo ante un Padre

Y sin embargo, «no somos hierro, ni siquiera arcilla —dijo Spurgeon—. Somos polvo que se mantiene unido por un milagro diario». Amén. Y esto es fundamentalmente lo que significa ser humano. Polvo, que se mantiene unido cada momento por un milagro, necesitado de la misericordia sostenida por Dios cada nanosegundo de nuestras vidas en la tierra. Somos sostenidos a cada momento del día solo por la gracia de un amoroso Padre celestial que nunca olvida lo que tan a menudo olvidamos nosotros mismos: Somos criaturas del polvo (Sal 103:13-14).

Dios es nuestro Padre, y esta es la causa fundamental detrás de lo que significa ser humano. No estamos atrapados en algún lugar entre los ángeles y los gusanos. Fundamentalmente, ser completamente humano significa que estamos llamados a abrazar nuestro lugar como hijos de Dios, y abrazar a Dios como nuestro Padre.

Estamos llamados a temer a Dios, como un hijo obediente que apropiadamente respeta a su propio padre. «Es casi como si este Dios buscara razones para ser tan paciente como sea posible —escribe Don Carson—. Pero también es cierto que un padre humano es probablemente mucho más compasivo y tolerante con un hijo o hija que le “teme” y básicamente le respeta»2.

Cuando nos ponemos de pie en nuestros polvorientos andamios con corazones que temen a Dios, el Alfarero nos ve y tiene compasión en nuestras formas de barro. Él recuerda que somos polvo. Y nosotros recordamos lo que significa ser humano en primer lugar.

1 Derek Kidner: Psalms 73-150 (Kidner Classic Commentaries), p. 399 (2014).

2 D. A. Carson: For the Love of God, Volume 2: A Daily Companion for Discovering the Riches of God’s Word (2006).

Tony Reinke

Tony Reinke

Tony Reinke es el escritor principal de Desiring God y autor de Competing Spectacles (2019), 12 Ways Your Phone Is Changing You (2017), John Newton on the Christian Life (2015), y Lit! A Christian Guide to Reading Books (2011). Es el anfitrión del podcast Ask Pastor John y vive en el Phoenix con su esposa y tres hijos.