Fui un predicador creyente en el evangelio que no predicaba el evangelio

Fui un predicador creyente en el evangelio que no predicaba el evangelio

El evangelio es el glorioso mensaje de salvación que Dios ofrece a los pecadores. Son las buenas noticias de la muerte, sepultura y resurrección de Cristo por los pecados de los hombres, y el anuncio de los eternos beneficios que recibimos por gracia. Un mensaje simple, pero de profundas implicaciones. Una gran noticia que presupone una terrible noticia: Dios salva a pecadores gratuitamente de la condenación eterna.

Martín Lutero, el gran reformador del siglo XVI, decía: “La verdad del evangelio es el principal artículo de toda doctrina cristiana. Más necesario aún es que conozcamos bien esta doctrina, que se la enseñemos a los otros y que la metamos en su cabeza continuamente”.

Fui un ministro del evangelio que durante muchos años no predicó el evangelio a su congregación. ¿Cómo sucedió esto? Permíteme retroceder.

Son los primeros años de la década de los 40. Imagínate a un joven entusiasta de pie sobre una mesa de billar en la pequeña ciudad de Dubois, al oeste de Pensilvania, predicando el evangelio a tu padre y a sus amigos. De adolescente, mi padre pasaba la mayor parte de su tiempo libre en el billar, fumando cigarrillos y perdiendo dinero. Fue criado en una iglesia tradicional liberal. Nunca había oído del evangelio hasta que un audaz y autoproclamado heraldo de las buenas noticias se encaramó un mensajero sobre una mesa de billar y anunció que «Cristo murió por los impíos».

El sermón no produjo resultados inmediatos, pero el mensaje de la cruz fue comunicado claramente. El joven predicador nunca vio el fruto de su labor, fue asesinado en la Segunda Guerra Mundial. Pero poco después de la guerra, Dios salvó a mis padres recién casados, y durante el resto de su vida, permaneció agradecido por ese joven que le presentó inicialmente el mensaje de la gracia salvadora. Vivió el resto de sus días comprometido con el evangelio. De profesión, era un DJ de radio entre los cuarenta mejores. Cada día terminaba la emisión diciendo: «Este es tu primo del country, Charles Archibald Moore, despidiéndose de ustedes y animándoles a poner su fe y confianza en Jesucristo y su preciosa sangre». Nunca se avergonzó del evangelio, y siempre medía la capacidad de un predicador basándose en las veces que mencionaba «la sangre de Jesucristo».

Avancemos rápidamente al año 1961. Nací el mismo día que mi abuela materna fue sepultada. En su funeral, se predicó ese mismo evangelio y mi tío llegó a la fe salvadora. Todo esto para decir que el evangelio era el centro de nuestra vida familiar mucho antes de que yo naciera. Menciono esto no para presumir, sino para afirmar que Dios, en su misericordia, me colocó en un hogar en el que el evangelio era una prioridad. Con el paso del tiempo, Dios me dio vida espiritual a la edad de 16 años cuando, mientras escuchaba el evangelio por enésima vez, el Espíritu Santo me regeneró y me concedió el arrepentimiento y la fe salvadora.

Dediqué mis años universitarios a compartir agresivamente el evangelio a los perdidos a través de la influencia de un ministerio universitario. Me gradué de la Universidad de Georgia en 1984 y comencé mi primer trabajo ministerial dos días después. Trabajé como un director de jóvenes demasiado entusiasta, y mis esfuerzos evangelísticos daban evidencia de que estaba completamente convencido de que el evangelio es poder de Dios para salvación. Aunque mi metodología en ese entonces era decisionista, mi carga por aquellos adolescentes era profunda y genuina.

Afortunadamente, mi teología atravesó un cambio significativo durante esa etapa de la vida. Las verdades de la soteriología reformada se apoderaron de mi corazón y mi entusiasmo por rescatar a los perdidos permaneció. Con el tiempo, obtuve una maestría en Divinidad y me convertí en el pastor de Shore Baptist Church en Bayside, Nueva York. Si escucharas mis sermones desde 1984 hasta 2005 —y te sugiero encarecidamente que no inviertas tu tiempo en ello— te sería difícil encontrar un solo mensaje en el que no predicara el evangelio a los incrédulos. ¡Fui criado con el evangelio, creía en el evangelio y predicaba el evangelio!

Sin embargo, mis sermones y todo mi ministerio eran incongruentes. Siempre había una parte del mensaje dedicada a los inconversos. Les decía en términos claros la necesidad de venir en fe a Cristo para la vida eterna. No me arrepiento de cómo me dirigí a los enemigos de Dios. El evangelio estaba en todos los mensajes que predicaba, pero había un problema: se limitaba a los inconversos.

Una vez marcada la casilla obligatoria del llamado externo a la salvación, entonces predicaba el resto de mi sermón a los creyentes. La parte del mensaje relativa al crecimiento espiritual podía ser fiel al texto, pero casi siempre estaba motivada por razones moralistas y/o legalistas.

¿Cómo era esto posible? En mi cosmovisión, el evangelio era para los no salvos, y únicamente para los no salvos. La aplicación práctica para la vida cristiana diaria estaba motivada por largas listas de tareas y, por lo general, impulsada por la culpa y la vergüenza. Los mensajes, que siempre incluían un anuncio de «ven a Jesús para la salvación», eran en su mayor parte discursos motivacionales basados en las obras con capítulos y versículos de apoyo. Esto era tristemente cierto por que no entendía el hecho de que el evangelio es tanto para los no salvos como para los salvos, tanto para la evangelización como para la santificación.

No estaba reteniendo intencionalmente la ayuda del evangelio a los santos; simplemente no comprendía que el evangelio es para los creyentes. ¿Cómo pude pasar esto por alto cuando es tan claramente obvio en el Nuevo Testamento? Nunca sabré la respuesta a esa pregunta. Puedo, no obstante, compararla a mi descubrimiento de las doctrinas de la gracia. Cuando me señalaron la soberanía de Dios en todas las cosas, de repente la vi en todas las Sagradas Escrituras. Fue como si alguien hubiera robado mi Biblia a mitad de la noche y hubiera insertado versículos en cada página que respaldaban la gloriosa verdad de que «la salvación es del Señor».

Asimismo, cuando se me hizo ver que el evangelio es para los salvos, fue una revelación igualmente profunda. Irónicamente, muchos de los versículos que apoyan inequívocamente el hecho de que los cristianos necesitan el evangelio eran versículos que había aprendido de memoria cuando era niño. Por ello, es muy importante enseñar no solo lo que un versículo dice, sino también lo que significa.

Los miembros que Dios usó para llamar mi atención fue el deseo de aprender del tema de la plantación de iglesias. En 2005, conocí a algunos hombres que eran parte de una Sovereign Grace Church. Conocía muy poco de su ministerio en ese momento. Sabía que tenían música muy buena y que eran fructíferos en la plantación de iglesias. Cuando fui invitado a asistir a una conferencia de pastores en abril de 2005, fui con la intención de aprender algo acerca de cómo nuestra iglesia podía ser más efectiva en sus esfuerzos por plantar iglesias en Nueva York. Mi intención era noble, pero Dios tenía algo mucho más fundamental guardado para mí.

En ese tiempo, no estaba muy capacitado para supervisar los esfuerzos de plantación de iglesias y, lamentablemente, esa conferencia no incrementó mis capacidades. Hasta el día de hoy, quince años más tarde, sigo siendo comparativamente deficiente en cuanto al tema de la plantación de iglesias. Sin embargo, se me presentó amablemente algo infinitamente más valioso, y fue la clara enseñanza de la Escritura de que el evangelio es de suma importancia en la vida de un hijo de Dios.

En esa conferencia, el pastor Mike Bullmore de Bristol, Wisconsin, predicó un sermón titulado: «La centralidad funcional del evangelio». Una luz se encendió en mi cabeza y mi vida cambió para siempre. El pequeño libro naranja de C. J. Mahaney, The Cross Centered Life (La vida centrada en la cruz), reforzó todo lo que había aprendido en esa conferencia. También me ayudaron los escritos de Jerry Bridges en su obra maestra, The Gospel for Real Life (El evangelio para la vida real).

Aún recuerdo el profundo encuentro revolucionario que tuve con Dios y su Palabra. Estas verdades que invadieron mis pensamientos y mi predicación tuvieron un profundo impacto en mi corazón y ministerio. No tengo el vocabulario suficiente para expresar adecuadamente la alegría que inundó mi corazón cuando llegué a ver que cada aspecto de mi vida en Cristo se define por el hecho de que Cristo, mi Redentor, sufrió en mi lugar y resucitó para mi justificación. Una vez más, estuvo delante de mis narices todo el tiempo y simplemente no lo vi.

Todo lo que estoy diciendo se puede demostrar con solo leer las palabras que están escritas en la Biblia. No necesitamos tener un decodificador especial para ver que el evangelio es para los regenerados. Este evangelio glorioso llega hasta las áreas más profundas de nuestra vida. Un énfasis fresco en el evangelio producirá simultáneamente una convicción más profunda del pecado y un alivio más dulce cuando se aplica al alma.

Siempre había vivido con un sistema de valores muy legalista y basado en el desempeño. En mi teología, el concepto de «gracia» siempre tuvo un énfasis forense con respecto a mi justificación. Para ser claros, ¡todavía lo creo! Solo que nunca pude aplicar la «gracia» en la vida diaria hasta que vi cómo el evangelio orienta la vida cristiana. Estas conexiones a Cristo crucificado cambiaron radicalmente la forma en que vivía, enseñaba y predicaba.

Cuando presenté mi nuevo amor por el evangelio a mi congregación, lo aceptaron inmediatamente con alegría. De hecho, no recuerda que alguien se haya opuesto a la prioridad general de que el evangelio es lo más importante. Quince años más tarde, es un deleite escribir este artículo y recordar la historia de cómo Dios tocó mi corazón con estas gloriosas verdades.

Permíteme citar algunos ejemplos de la Escritura acerca de cómo el evangelio orientó mi manera de pensar, predicar y vivir.

  • Dar: 2 Corintios 8:9: «Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos».
  • Servicio: Marcos 10:45: «Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos».
  • Matrimonio: Efesios 5:25: «Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella»
  • Pureza: 1 Corintios 6:20: «Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios».
  • Perdón: Efesios 4:32: «Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo».

Suena muy extraño ahora, pero, como dije al inicio, realmente fui un ministro del evangelio que durante muchos años no predicó el evangelio a su congregación.

Incluso ahora, tengo una batalla semanal (a veces diaria) para mantener a Cristo y su evangelio como la característica preeminente de mis sermones y servicio. Me conviene recordar continuamente lo que Pablo dijo a un grupo de cristianos en Corinto: «Ahora, hermanos, quiero recordarles el evangelio que les prediqué, el mismo que recibieron y en el cual se mantienen firmes» (1 Co. 15:1).

¿Por qué tendría el apóstol que dar este recordatorio a personas que ya lo conocen? ¿Por qué tendría que recalcar este evangelio (que es lo más importante) a personas que ya han sido salvadas por él? Es porque el evangelio no solo es el medio a través del cual somos salvos, sino que también es el medio por el que andamos por esta vida.

Colosenses 2:6: «Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él». ¡Siempre conocí este versículo, pero nunca entendí este versículo!

¿Cómo recibimos a Cristo? ¡Por medio del evangelio! De igual manera, a través de ese mismo evangelio debemos andar.

Examina tu vida, tu ministerio y tus sermones. ¿El mensaje de Cristo crucificado caracteriza inequívocamente quién eres? Yo mismo necesito replantearme esta pregunta con regularidad. Tal vez un autoexamen lleno de gracia y guiado por el Espíritu mejore tu enfoque en la cruz. Y, con suerte, habrá una alegría correspondiente que acompañe a esta verdad.


Escrito por Ed Moore, Ed Moore es el pastor principal de la North Shore Baptist Church en Bayside, Nueva York.

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El ministerio 9Marcas existe para equipar con una visión bíblica y recursos prácticos a líderes de iglesias para que la gloria de Dios se refleje a las naciones a través de iglesias sanas.