La gracia soberana es el manantial de vida del
hedonista cristiano, ya que lo que el
hedonista cristiano más ama es la experiencia
de la gracia soberana de Dios llenándolo y
desbordándose por el bien de otras personas.
Los misioneros hedonistas cristianos aman
experimentar lo que Pablo describe en
1 Corintios 15:10: «no yo, sino la gracia de
Dios en mí». Se deleitan en la verdad de que
el fruto de su labor misionera le pertenece
enteramente a Dios (1 Corintios 3:7;
Romanos 11:36).
No sienten más que alegría cuando el Maestro
dice: «separados de mí nada podéis hacer»
(Juan 15:5). Se regocijan como niños en la
verdad de que Dios ha quitado el peso abrumador
de la nueva creación de sus hombros y lo carga
él mismo sobre sus espaldas. Sin resentimientos,
dicen: «no que seamos suficientes en nosotros
mismos para pensar que cosa alguna procede de
nosotros, sino que nuestra suficiencia es de
Dios» (2 Corintios 3:5).
Cuando vuelven a su casa bajo licencia, nada
les da más gozo que decir a las iglesias:
«No me atreveré a hablar de nada sino de lo que
Cristo ha hecho por medio de mí para la
obediencia de los gentiles» (Romanos 15:18).
«Todas las cosas son posibles para Dios»
las primeras palabras nos dan esperanza, las
últimas producen humildad. Son el antídoto para
la desesperación y el orgullo: el remedio
perfecto para el misionero.
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