Por qué amamos a Dios

Ya que el amor a Dios es la evidencia de que él
nos amó y nos escogió (Romanos 8:28, etc.), la
seguridad de que Dios nos ama y de que nos
escogiera no puede ser el fundamento de nuestro
amor a él. Nuestro amor a Dios, que es la
evidencia de que hemos sido escogidos, consiste
en nuestro entendimiento espiritual de la gloria
de este Dios que todo lo satisface.

No se trata en primer lugar de la gratitud por
un beneficio recibido. Se trata de reconocer que
recibir a Dios produce una la gratitud
sobrecogedora, y de deleitarnos en esta verdad.
Este reconocimiento y deleite es o debería ser,
según las Escrituras inmediato, con la certeza de
que él en verdad se ofrece a sí mismo para
nuestro eterno disfrute.

El llamado del Evangelio (Cristo murió por los
pecadores; crean en él y serán salvos) no es
primeramente un llamado a creer que él murió por
nuestros pecados. El llamado del Evangelio
consiste primeramente en creer que, debido a que
Dios redime a tal costo y con tal sabiduría y
santidad, él es digno de confianza y en él
hallamos verdadero descanso, suficiente para
satisfacer todos nuestros anhelos.

La consecuencia inmediata de creer esto
(es decir, sentir, aprehender) es la convicción
de que somos salvos y de que él murió por nosotros,
ya que la promesa de salvación es dada a aquellos
que creen así.

La esencia del hedonismo cristiano se encuentra,
por lo tanto, en el mismo centro de lo que es la
fe salvadora y de lo que significa realmente
«recibir» a Cristo o amar a Dios.

Hagamos una comparación: «Nosotros amamos, porque
Él nos amó primero» (1 Juan 4:19). Esto quizá
signifique que el amor de Dios, a través de la
encarnación, la expiación y la obra del Espíritu
Santo, nos da la capadidad de amarlo —no que la
motivación de nuestro amor sea el hecho de que él
ha obrado grandemente en nosotros—.

O quizá signifique que, al contemplar y aprehender
a Dios espiritualmente como el Dios que ama a
pecadores como nosotros con una gracia
increíblemente gratuita y mediante medios de
expiación increíblemente sabios y de gran
sacrificio, surge en nosotros el deseo de
deleitarnos en este Dios por quien es él, en lugar
de considerar que lo amamos primeramente porque
consideramos que somos personal y particularmente
escogidos por él.

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