Detrás de toda enfermedad y problema está la
voluntad final de Dios. Esto no significa que
Satanás no tenga parte en el asunto; de hecho,
es probable que él siempre esté involucrado de
una forma u otra con propósitos destructivos
(Hechos 10:38). Pero su poder no es decisivo:
él no puede obrar sin el permiso de Dios.
Ese es uno de los puntos referentes a la
enfermedad de Job. El pasaje bíblico deja en
claro que, cuando la enfermedad le sobrevino a
Job, «Satanás… hirió a Job con una sarna maligna»
(Job 2:7). Su esposa lo instó a maldecir a Dios,
pero Job dijo: «¿Recibiremos de Dios el bien, y
el mal no lo recibiremos?» (Job 2:10). Y otra
vez, el autor del libro elogia a Job diciendo:
«En todo esto no pecó Job con sus labios».
En otras palabras: ésta es una visión correcta
de la soberanía de Dios sobre Satanás. Satanás
es real y puede tener parte en nuestras
calamidades, pero no es la parte final, ni la
parte decisiva.
Santiago explica claramente que Dios tenía un
buen propósito en todas las aflicciones de Job:
«Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis
visto el fin del Señor, que el Señor es muy
misericordioso y compasivo».
Por lo tanto, Satanás pudo haber estado implicado,
pero el propósito final era de Dios, y era
«misericordioso y compasivo».
Es la misma lección que aprendemos de
2 Corintios 12:7, donde Pablo dice que el aguijón
en su carne era un mensajero de Satanás y, aun
así, le fue enviado para ayudarlo a alcanzar su
propia santificación: «para que la grandeza de las
revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue
dado un aguijón en mi carne, un mensajero de
Satanás que me abofetee». ¡Para que no me exaltase
desmedidamente!
Ahora bien, la humildad no es el propósito de
Satanás al afligirnos. Por lo tanto, este
propósito es de Dios, lo que quiere decir que
Satanás fue usado por Dios para cumplir sus buenos
propósitos en la vida de Pablo.
Encuentra más devocionales de John Piper en Español
en nuestro sitio web: