Municiones contra la ansiedad

Cuando siento ansiedad respecto de que mi
ministerio pueda resultar inútil o vacío,
lucho contra la incredulidad con la promesa de
Isaías 55:11: «Así será mi palabra que sale de
mi boca, no volverá a mi vacía sin haber
realizado lo que deseo, y logrado el propósito
para el cual la envié».

Cuando me ataca la ansiedad y me siento
demasiado débil para hacer mi trabajo, batallo
contra la incredulidad con una promesa de
Cristo: «Te basta mi gracia, pues mi poder se
perfecciona en la debilidad» (2 Corintios 12:9).

Cuando estoy ansioso por las decisiones que
tengo que tomar acerca del futuro, batallo
contra la incredulidad con la promesa: «Yo te
haré saber y te enseñaré el camino en que debes
andar; te aconsejaré con mis ojos puestos en ti»
(Salmos 32:8).

Cuando me siento ansioso por tener que
enfrentar opositores, lucho contra la
incredulidad con la promesa: «Si Dios es por
nosotros, ¿quién contra nosotros?»
(Romanos 8:31).

Cuando estoy ansioso por el bienestar de las
personas que amo, batallo contra la incredulidad
con la promesa de que si yo, siendo malo, sé
dar cosas buenas a mis hijos, mucho más el
«Padre que está en los cielos dará cosas buenas
a los que le piden» (Mateo 7:11).

Y lucho para mantener el equilibrio espiritual
recordando que todo el que ha dejado casa, o
hermanos, o hermanas, o madre, o padre, o hijos,
o tierras, por causa de Cristo recibirá
«cien veces más ahora en este tiempo: casas, y
hermanos, y hermanas, y madres, e hijos, y
tierras junto con persecuciones; y en el siglo
venidero, la vida eterna» (Marcos 10:29-30).

Cuando me ataca la ansiedad a causa de la
enfermedad, batallo contra la incredulidad con
la promesa: «Muchas son las aflicciones del
justo, pero de todas ellas lo libra el Señor»
(Salmos 34:19).

Y recibo con temblor la promesa de
Romanos 5:3-5: «la tribulación produce paciencia;
y la paciencia, carácter probado; y el carácter
probado, esperanza; y la esperanza no desilusiona,
porque el amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones por medio del Espíritu Santo
que nos fue dado».

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