Hablar de la muerte es muy emotivo y produce en las personas reacciones muy diferentes. Hay quienes lo evitan totalmente, no quieren oír del tema, como si fuera una atracción a la mala suerte el tan solo hablar de ello. No quieren reconocer que es una parte natural, lógica, de la vida, puesto que es el fin de ella a la que todos llegaremos. Pasar esa vida intentando engañarla, no afrontando la vejez, negando o no queriendo oír sobre los resultados negativos de una enfermedad mortal, puede ser una insensatez.
Otros, al contrario, desde muy temprano en sus vidas ya están pagando «el seguro de los muertos o decesos», ya tienen preparada su mortaja, deciden los detalles de su funeral: inhumación o incineración, dónde deben de ir sus restos, sean huesos o cenizas, las canciones que deben tocarse e incluso el texto bíblico del que hablar.
La Escritura en realidad no dice mucho, apenas muestra interés por los detalles, e incluso para encontrar algún pasaje que nos ilustre y que nos sirva de principios básicos, hay que esforzarse e incluso alguno cae en «forzarlo» para que diga lo que realmente no dice. Por tanto, deberíamos empezar por lo básico, lo importante, es decir, por lo que la Escritura y no los sentimientos o tradiciones humanas pueden decirnos, y luego pasar a dar libertad en lo secundario.
Pongamos el ejemplo de organizar una boda para ilustrarlo. Si se empieza pensando en el vestido de la novia, y sé que esto puede ser muy importante para ella (blanco de «pureza», como de princesa que es como se siente, etc.), o la ceremonia, las promesas, el convite, los invitados, etc. es empezar mal. Se puede prescindir de todo esto o modificarlo con mucha imaginación y ser una boda, con tal de que haya amor, pacto de fidelidad, unidad y compromiso, tal como enseña Génesis 2:24.
Así debe ser con la muerte, el paso a la otra vida, no pensar primeramente en lo secundario, donde hay que ejercer libertad y respeto, y sí ver si tenemos lo esencial, lo que realmente requiere o demanda la Escritura:
1. Lugar e importancia del yo.
La persona es cuerpo y aliento de Dios (Génesis 2:7), cuerpo y alma (Mateo 10:28), cuerpo, alma y espíritu (1 Tesalonicenses 5:23), corazón, alma y mente (Mateo 22:37) y otros (Hebreos 4:12; 10:22). Es decir, somos una parte interior y otra exterior. La exterior, el cuerpo o carne, se va deshaciendo o desgastando (2 Corintios 5:1), a veces nos es como una prisión (Romanos 7:24), y al final, pase por la tumba o no, volverá al polvo del que vino (Génesis 2:7; 3:19).
Con esto no quiero dar la impresión de que la Escritura desprecia o ignora el cuerpo, pues este tiene también la imagen de Dios (Génesis 1:26; Santiago 3:9). Por lo cual, en vida, hay que cuidarlo y adornarlo con las virtudes adecuadas (Colosenses 3:10).
El alma tras la muerte y después de dejar el cuerpo pasa directamente a estar con Cristo, en gozo y en espera de la resurrección del cuerpo (2 Corintios 5:8; Filipenses 1:23; Hebreos 12:23) si es que puso su fe en Cristo (Lucas 23:43); de lo contrario, el pecador no arrepentido condenará su alma (Lucas 16:24ss.), a la espera de la condenación del cuerpo en el infierno tras el juicio (Hebreos 9:27).
Nuestra preocupación y atención por tanto, debe de estar en la salvación del cuerpo y el alma, y no en los beneficios del cuerpo (Lucas 12:40) o lo que le puedan hacer (Mateo 10:28).
2. El poder de la resurrección
Entendemos aquí el poder de la resurrección para vida de los creyentes, porque sabemos que hay resurrección para condenación (Juan 5:29).
Jesús dice que el que cree en él vivirá porque él es la resurrección (Juan 11:25). Con su resurrección vendrá la nuestra (Romanos 6:5), el mar y el Hades entregarán a sus muertos (Apocalipsis 20:13) no importa el estado de sus restos, o la forma de muerte o de su funeral, pues aunque se siembre en corrupción o deshonra, siempre se resucitará en incorrupción y gloria (1 Corintios 15:42-43), pues no depende de lo que se haga al cuerpo, sino de lo que hizo Cristo.
3. El rito funerario cristiano
No hay tal cosa como un funeral cristiano. Si nos limitamos a la Escritura solo podemos encontrar principios generales, como el respetar a los muertos, reconocer sus obras (Hechos 9:39), tener duelo (Hechos 8:2), empatizar con los que han perdido al ser querido (Juan 11:35) etc. Solo la tradición es la que ha impuesto ciertos ritos funerarios a los creyentes, como hemos visto anteriormente con el ejemplo de las bodas; pero no hay funerales cristianos, como no hay música o ropa cristiana. En todo caso los cristianos tienen que ser luz al mundo en su manera de vestir, el uso del arte y la cultura y en la manera que tratan a los muertos y a sus propios cuerpos.
¿Es más adecuada la inhumación (entierro del cuerpo), la incineración (la quema del cuerpo hasta las cenizas) o la donación de órganos o el cuerpo entero a la ciencia? ¡Es indiferente!
Como hemos visto anteriormente, lo importante es prepararnos para el más allá, para la salvación del cuerpo y el alma, y descansar en la resurrección que Cristo traerá.
Este mensaje cristiano tiene que estar en la predicación y no en el rito. Sea cual sea el trato que demos al cuerpo en el funeral, siempre con respeto por supuesto, lo importante es el mensaje bíblico que traigamos y la actitud personal que mostremos.
4. Algunos textos bíblicos
Debemos tener cuidado del uso que hacemos de las Escrituras en algunos temas. Todavía hay quien piensa que Onán pecó y fue castigado por interrumpir el coito (Génesis 38:4ss.), y no por no dar descendencia a su hermano. Interpretación deformada que aun mantienen en la Iglesia católica para su «planificación familiar». La secta de los Testigos de Jehová, todavía ven que la prohibición de comer sangre tiene que ver con las transfusiones. Un ejemplo más de su manera de tergiversar las Escrituras.
Deuteronomio 21:22-2: «Si alguno hubiere cometido algún crimen digno de muerte, y lo hiciereis morir, y lo colgareis en un madero, no dejaréis que su cuerpo pase la noche sobre el madero; sin falta lo enterrarás el mismo día, porque maldito por Dios es el colgado; y no contaminarás tu tierra que Jehová tu Dios te da por heredad».
Debemos tener cuidado de cómo entendemos las leyes mosaicas, pues sabemos que las leyes ceremoniales y civiles ya no se aplican a los que estamos en el nuevo pacto. Aun así, el texto solo nos dice cómo tratar con un condenado, el contexto es sobre el castigo del criminal, y aun así no se condena ningún otro método.
Josué 7:23-26: «Y tomándolo de en medio de la tienda, lo trajeron a Josué y a todos los hijos de Israel, y lo pusieron delante de Jehová. Entonces Josué, y todo Israel con él, tomaron a Acán hijo de Zera, el dinero, el manto, el lingote de oro, sus hijos, sus hijas, sus bueyes, sus asnos, sus ovejas, su tienda y todo cuanto tenía, y lo llevaron todo al valle de Acor. Y le dijo Josué: ¿Por qué nos has turbado? Túrbete Jehová en este día. Y todos los israelitas los apedrearon, y los quemaron después de apedrearlos. Y levantaron sobre él un gran montón de piedras, que permanece hasta hoy. Y Jehová se volvió del ardor de su ira. Y por esto aquel lugar se llama el Valle de Acor, hasta hoy».
Josué castiga a Acán con apedreamiento, quema y entierro. La incineración no era fácil en la antigüedad, por lo que hacer diferencia entre incinerar (reducir a ceniza) y cremar (quemar la carne) es muy forzado. Aun así y aunque fuera una excepción, el acto de quemar existía y se usaba. Viendo la actitud de Josué en otros casos (Josué 8:29; 10:27) lo que Josué parecía querer es dejar una lección o aviso a las futuras generaciones, no honrar los cuerpos.
1 Samuel 31:12-13: «… todos los hombres valientes se levantaron, y anduvieron toda aquella noche, y quitaron el cuerpo de Saúl y los cuerpos de sus hijos del muro de Bet-sán; y viniendo a Jabes, los quemaron allí. Y tomando sus huesos, los sepultaron debajo de un árbol en Jabes, y ayunaron siete días».
¿Por qué los valientes hicieron el esfuerzo de robar los cuerpos de Saul y sus hijos, cargarlos hasta Jabes y quemarlos para luego enterrarlos? Podemos aceptar que dependería de sus circunstancias de guerra, pero podemos concluir que siendo una excepción, (ver también Amós 6:10), era posible, que no encontraron indigno quemar los cuerpos (sabemos que no es más o menos santo la carne con sus huesos) y que las circunstancias pueden multiplicarse también hoy.
Amos 2:1: «Así ha dicho Jehová: Por tres pecados de Moab, y por el cuarto, no revocaré su castigo; porque quemó los huesos del rey de Edom hasta calcinarlos».
Quemar los huesos del rey de Edom (¿incineración?) fue el cuarto pecado por el cual Jehová no revocó el castigo a Moab. Pero el contexto nos dice que Dios no tiene dificultad en quemar o arrasar todo Moab (v. 2). Lo que se castiga no es el acto literal de quemar, sino el desprecio o abuso que mostraron con la tierra de Edom en su rey.
Debemos concluir que en la Escritura no es lo mismo decir «no creían en la incineración» a «no la practicaban sino con ciertas circunstancias». ¿Creían, por ejemplo, los patriarcas en el masaje corporal? El que no se diga que lo practicaran, no quiere decir que lo condenaran.
Debemos tener sumo cuidado en diferenciar lo que son mandatos y principios bíblicos, que son de obligado cumplimiento para el creyente hoy, y los ejemplos y descripciones de la época, de los que podemos aprender pero no siempre aplicar.
Si los primeros cristianos practicaban la ceremonia funeraria el mismo día (Juan 11:17,34; Hechos 5:6,10), lavaban el cuerpo (Hechos 9:37), lo ungían (Mateo 26:12), lo envolvían con lienzo y lo embalsamaban con aceites (Juan 19:39-40) y plañideras lo acompañaban (Lucas 7:12; Hechos 8:2) ¿Deberíamos hoy nosotros hacer lo mismo?
5. A modo de conclusión
Se puede afirmar que en la Escritura, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, la práctica habitual era enterrar a los muertos; pero esa preferencia no condenaba otras posibles.
Se puede afirmar también que la Escritura está más preocupada con lo que hacemos con el cuerpo en vida y de cómo, en unión con el alma, lo salvamos de la condenación eterna.
El «funeral cristiano» debe de estar marcado principalmente por el recuerdo de las obras del difunto, de la empatía de los que lo perdieron y de la oportunidad para proclamar el evangelio. Y por lo tanto, esto se puede hacer igualmente si se entierra, se incinera, se lo ha tragado el mar, o se lo han comido las alimañas. El polvo vuelve al polvo.
Aun así, y si aplicamos el principio de buscar siempre el bien y con el bien, lo mejor, me atrevo a sugerir que donar el cuerpo para beneficio de otros y de la medicina es una buena opción, o al menos, que lo despojen de todo lo que sea útil ¿No sería un buen testimonio el que los cristianos fueran los primeros en donaciones para salvar a otros? ¿No podríamos intuir que Pablo no estuviera dispuesto a hacer lo mismo cuando con tanto afecto y pasión por los suyos escribe 2Corintios 12:15; 1 Tesalonicenses 2:8; o incluso Romanos 8:3? ¿No sigue siendo hoy un peligro que tumbas, mausoleos y capillas se conviertan en lugar de peregrinación, veneración y culto?
Dios tiene conocimiento de las intenciones del corazón cuando hacemos lo que hacemos, y en algunos asuntos hay que dejar el juicio a él solo.
Publicado por Editorial Peregrino en la revista Nueva Reforma (n. 107).
Luis Cano Gutiérrez, hijo de poeta y modista, fue rescatado por la gracia de Dios a los 18 años. Estudió en el Colegio Bíblico de la Misión Evangélica Europea (EMF) en Inglaterra, para posteriormente pasar a formar parte de dicha misión desde 1985. La Iglesia Cristiana Evangélica de Ciudad Real les envió como obreros a Cuenca, donde trabajaron durante 20 años en el establecimiento de una iglesia, para posteriormente retornar a Ciudad Real, donde lleva 10 años como pastor en su iglesia de origen. Casado con Pilar, y tiene dos hijas, y una nieta.