Ella detuvo su mundo por mí.
Hace cuatro años, cuando estuve en el hospital durante diez aterradores y tortuosos días, mi esposa Luella nunca se apartó de mi lado. No solo estaba allí durante las horas normales de visita para hablar con los médicos y para saludar a los visitantes a los que yo no podía saludar. Dormía a mi lado en un incómodo sillón reclinable todas las noches.
Cuando los espasmos volvían, el dolor se intensificaba, o la enfermera me despertaba para tomar las medicinas, Luella estaba conmigo. Por la mañana, cuando me despertaba para enfrentar un día que realmente no quería enfrentar, Luella estaba ahí conmigo. Cuando llegaron las lágrimas, ella estaba allí para consolarme. Cuando me desanimaba, ella se apresuraba a animarme.
Me dijo muchas cosas alentadoras en esa habitación del hospital en mis momentos de sufrimiento físico y espiritual, pero había cinco palabras que me repetía una y otra vez: «Paul, tu Señor está cerca». ¡Cuánto necesitaba escuchar esas palabras!
Más que palabras
Desde entonces, he pensado muchas veces que la fiel y atenta presencia de Luella en los días más oscuros y en los momentos más débiles es una hermosa imagen de la fiel presencia de otro. Dios es quien está presente hasta el final. Él ha invadido nuestra vida por su gracia. Está con nosotros, por nosotros y en nosotros.
La esperanza que tenemos es más que un sistema teológico o algunos principios de sabiduría para la vida cotidiana. Nuestra esperanza se basa en la voluntad, la fidelidad, el poder y el amor de la presencia de Dios con nosotros. Es el regalo supremo para todos los que caminan por el duro y accidentado camino entre el nacimiento y la eternidad. Dios no nos ha dado un regalo más dulce y hermoso que el regalo de sí mismo. Él es el regalo que lo cambia todo.
Nuestra esperanza no se encuentra en entender por qué Dios trae dificultades a nuestras vidas. Nuestra esperanza no se encuentra en la creencia de que de alguna manera vamos a luchar en nuestras fuerzas. Nuestra esperanza no se encuentra en los médicos, abogados, pastores, familia o amigos. Nuestra esperanza no se encuentra en nuestra resistencia o ingenio. Nuestra esperanza no se encuentra en las ideas o las cosas. Aunque busquemos en todos ellos ayuda temporal, en última instancia, nuestra esperanza descansa en la fiel y bondadosa presencia del Señor con nosotros.
Dos versículos para memorizar de nuevo
Estoy seguro de que has memorizado estos dos versículos innumerables veces, pero quiero dirigir tu atención a ellos de nuevo. Estas dos increíbles promesas sobre la presencia de Dios proporcionan una esperanza verdadera, duradera y robusta cuando las cosas que esperabas están golpeadas, maltratadas y rotas en pedazos.
«He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt. 28:20).
Es importante señalar que Jesús dijo estas palabras a sus discípulos mientras les encargaba que dieran sus vidas como agentes de su gran misión redentora. Jesús terminó su comisión con estas palabras porque conocía el mundo al que enviaba a sus discípulos y sabía a qué se enfrentarían.
Sabía que su camino sería difícil y su trabajo incómodo. Sabía que se enfrentarían a una constante oposición, malentendidos, acusaciones y rechazo. Sabía que serían perseguidos y encarcelados, acosados y golpeados, y que muchos de ellos darían sus vidas por su causa.
Pero no los dejaría sufrir solos. No permitiría que sufrieran en su propia fuerza. No los abandonaría a su propia posición política. No los dejaría confiar en su propia sabiduría. Les daría a estos leales sufrientes la garantía de que siempre estaría con ellos. No pensaría en enviarlos a la crueldad de este mundo caído sin ir con ellos. Sabía a lo que se enfrentaban, y les daría lo que necesitaban, y más que nada, lo que necesitaban, era a él.
«No te dejaré, ni te desampararé» (Jos. 1:5).
Esta promesa se da numerosas veces en las Escrituras. Cada vez que uno de los hijos de Dios o toda la comunidad de hijos de Dios se enfrentaba a algo nuevo, difícil o abrumador, Dios los saludaba con esta promesa. Nunca los llamó a una tarea, los envió a un destino, o los llevó a una dificultad, para luego abandonarlos. No importa cuán dura fuera la situación o cuán inadecuada fuera su respuesta, Dios estaba con ellos y para ellos. La declaración de que nunca los abandonaría es un recordatorio significativo y una protección para todos los que sufren.
No es un Señor distante
En un indescriptible acto de gracia inmerecida, Dios te ha hecho su lugar de morada, y en la fidelidad de esa gracia nunca se alejará de ti.
En todos los altibajos emocionales y espirituales, en los días buenos y malos, cuando luchas o sucumbes, una cosa es segura: tu Señor está contigo, y no hay lucha externa o guerra interior que lo aleje de sus hijos. Su presencia garantiza que en tu sufrimiento tendrás todo lo que necesitas.
A continuación, una meditación en forma de verso que escribí para animar mi alma cuando mi Señor me llevó a lugares inesperados y difíciles. Oro para que las verdades del evangelio estimulen en ti la adoración, el descanso y el gozo que las dificultades de la vida, en este lado de la eternidad, no tendrán el poder de opacar.
No eres un Señor distante, o un Maestro independiente, moviendo los peones en el tablero en un acto impersonal de triunfo.
Tu señorío no me separa de ti, como un siervo está separado de su rey. No, tú cumpliste tu plan soberano invadiendo mi mundo oscuro y desordenado en la persona de tu Hijo, entregándote a ti mismo, en gracia radical, a la gente que no vio ningún valor en tu cercanía.
Tú eres el Maestro, pero eres Emmanuel. Tú eres el Señor, pero eres Padre. Tú eres el Rey, pero eres Amigo. Eres soberano, pero eres Pastor.
Tu reino no es a la distancia. No, tu reino nos acerca a ti. Hoy tengo esperanza porque no eres distante. Y celebro el asombroso descanso y la fuerza que encuentro en que tu soberanía te ha acercado a mí.
Paul Tripp es un pastor y autor de más de 20 libros, incluyendo My Heart Cries Out: Gospel Meditations for Everyday Life.