En Marcos 8:15, Jesús advirtió a sus discípulos: «Guardaos de la levadura de los fariseos, y de la levadura de Herodes». Los discípulos no entendieron la idea, pensando que Jesús hablaba del pan (acababa de alimentar a 4000 personas).
Cuando Jesús dice que nos cuidemos de la levadura de los fariseos, se refiere a la justicia propia, lo que a menudo llamamos «legalismo». Pero el legalismo no siempre es tan evidente como el fuego del infierno y el azufre fundamentalista. La justicia propia puede ser muy sutil. Tan solo un poco de ella puede extenderse y tomar el control. Lo mismo ocurre con la levadura de Herodes, con la que Jesús se refería básicamente a la «mundanalidad».
La levadura de los fariseos y la levadura de Herodes parecen ser peligros opuestos a simple vista. Los fariseos son religiosos; Herodes no lo es. Los fariseos son legalistas; Herodes es licencioso. Estos son los dos extremos entre los que los pecadores nos encontramos con frecuencia en el gran péndulo espiritual de la vida. Nuestras iglesias también tienden a oscilar entre estos polos. A menudo justificamos nuestras prácticas diciendo: «Bueno, al menos no somos como esos tipos».
Pero, «un poco de levadura leuda toda la masa» (Gá 5:9). Si cedemos un centímetro ante el legalismo o el libertinaje, avanzarán un kilómetro. Por esta razón Jesús nos llama a cuidarnos de ambos. También nos llama a guardarnos de ambos para que no pensemos que una pequeña dosis de uno es el antídoto para el veneno del otro.
Mejor que el equilibrio
Estoy convencido de que esta es la forma en que muchos han forjado sus ministerios. Esperamos huir del legalismo «aflojando un poco». O esperamos arrepentirnos de la mundanalidad «apretando un poco». Muchas iglesias tradicionalistas se enorgullecen de no ser tan mundanas como las iglesias contemporáneas. ¡Si tuviéramos los ojos puestos en Cristo, más bien estaríamos asombrados por el mero hecho de poder ser una iglesia!
Sin duda, todos requerimos aflojar y apretar en lugares estratégicos, pero este tipo de «equilibrio» no es en absoluto lo que Jesús recomienda. Jesús enseña que debemos cuidarnos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes, porque quiere que encontremos nuestro sustento en él; que nos percatemos de que él es nuestro pan.
Encontramos esta enseñanza también en la parábola del hijo pródigo. Un hombre tenía dos hijos, uno lleno de levadura herodiana y el otro de levadura farisaica. No necesitaban «equilibrio», sino entender que ambos eran hijos por herencia, un derecho que no podían perder o ganar debido a su comportamiento.
La naturaleza misma de la gracia desecha todas las medidas de equilibrio. No se equilibra la ley con la gracia, o viceversa. No se controlan mutuamente. Pensar así revela una mala comprensión de ambas. Tratar de encontrar un equilibrio entre las dos es imaginarlas como fuerzas iguales, pero opuestas, como si fueran sinónimo de legalismo y libertinaje. Creemos que la manera de equilibrar el legalismo es introducir un poco de libertinaje y llamarlo «gracia». Si creemos que la «gracia» provoca demasiado libertinaje, buscamos equilibrarla con un poco de ley. Pero cualquiera de las dos opciones, citando a Lewis, quien a su vez citó a Lutero, es «subir por un lado del caballo y caerse por el otro».
¿Polos opuestos?
En el momento en que el hijo pródigo vuelve en sí y se arrepiente, notamos que mueve el péndulo hacia el extremo contrario:
Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros (Lc 15:17-19).
Fue a donde todos somos impulsados a ir para complacer al Padre: a la ley. Después de gastar todas las misericordias de su padre, piensa que no quedan más. Iré a trabajar para mi padre, piensa. En este punto, muestra que es muy parecido a su hermano mayor, quien se distingue por confiar en sus obras todo el tiempo.
Cuando buscamos el camino del Pan de vida, empezamos a ver que estos polos no son tan opuestos como parecen. Tanto la religión como la falta de ella son fundamentalmente proyectos para salvarse a sí mismos. Ambas son formas de justicia propia, aunque la primera tiene como objetivo ganar la justicia y la segunda se basa en recibirla automáticamente. Por lo tanto, no hay sabiduría en la búsqueda de un equilibrio entre la «gracia» y la ley.
El Pan del cielo
La verdadera sabiduría está en abandonar los impulsos mundanos y religiosos, y en lugar de ello fijar nuestros ojos en Jesús. Así que, ya sea que estemos predicando «no debes…» o «seis pasos prácticos para…», podemos realmente estar privando a la gente del único poder real para experimentar el amor de Dios y obedecer los mandamientos divinos.
El cristianismo no es un sistema de vida, un código religioso, un conjunto de consejos o instrucciones para una vida más exitosa y un comportamiento modificado. El cristianismo se trata de la resurrección de los muertos. ¿Alguien escribiría, en respuesta a la palabrería de Tony Robbins u Oprah Winfrey, una canción como esta?
En vil prisión mi alma padeció,
atada en pecado y a oscuridad.
Pronto en mi celda resplandeció
la clara luz de su verdad.
Cristo las férreas cadenas destruyó
Quedé ya libre, ¡Gloria a Dios!
El mensaje del evangelio es un anuncio de lo que Dios ha hecho en Cristo, y cuando avanza con poder es porque Dios ha obrado. El evangelio no se hace más poderoso por un predicador dinámico o un grupo musical; esas cosas pueden adornar el evangelio de una manera excelente, pero el evangelio no puede ser mejorado. El mensaje de la vida sin pecado de Cristo, su muerte sacrificial y su gloriosa resurrección es el poder espiritual en sí mismo.
Es mucho más fácil cuantificar «decisiones» o manos levantadas. Pero la obra transformadora del corazón que se supone debe ocurrir después proviene solo del Espíritu de Dios. El evangelio que nos salvó del pecado y de la muerte debería ser un recordatorio de que el cristianismo tiene su origen en Dios mismo. El cristianismo es sobrenatural. Y es con el Pan que descendió del cielo que debemos alimentar al pueblo de Dios.
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Jared Wilson es el autor de varios libros, incluyendo el más reciente «The Imperfect Disciple: Grace for People Who Can’t Get Their Act Together»