Un Mesías para los magos

A diferencia de Lucas, Mateo no habla de los
pastores que fueron a visitar a Jesús al
establo, sino que inmediatamente pone
énfasis en los extranjeros que venían del
oriente para adorar a Jesús.

Mateo describe a Jesús, desde el principio
hasta el final de su Evangelio, como el
Mesías universal de las naciones, no solo
de los judíos.

Aquí, los primeros adoradores que se
presentan son magos de la realeza o
astrólogos o unos hombres sabios que no
venían de Israel, sino del oriente —quizás
de Babilonia—. Ellos eran gentiles, eran
impuros.

Hacia el final de Mateo, las últimas palabras
de Jesús son: «Toda autoridad me ha sido dada
en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced
discípulos de todas las naciones».

Sus palabras no solo abrieron las puertas
para que nosotros los gentiles pudiéramos
regocijarnos en el Mesías, sino que fueron una
prueba más de que él era el Mesías. Una de
las reiteradas profecías era que las naciones
y sus reyes acudirían a él como el soberano
del mundo entero. Por ejemplo, Isaías 60:3 dice:
«Y acudirán las naciones a tu luz, y los reyes
al resplandor de tu amanecer».

Por lo tanto, Mateo añade pruebas del
mesianismo de Jesús y demuestra que él es el
Mesías un Rey y Aquel quien cumpliría las
promesas para todas las naciones y no solo para
Israel.

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