Hace unos 1600 años, Agustín dijo: «En este mundo hay dos cosas esenciales: la vida y la amistad. Ambas deben ser muy apreciadas y no debemos infravalorarlas». Tiene razón, aunque, basándonos en el comportamiento, parece que muchos hombres subestiman esta última.
Estudios confirman lo que muchos de nosotros ya sabemos por observación y experiencia: A medida que los hombres envejecen, suelen perder la conexión con sus amigos. Al llegar a la adultez, muchos hombres de la cultura occidental (incluidos los cristianos) tienen pocos o ningún amigo cercano, amigos que los conozcan de verdad. Es una tendencia preocupante. Tenemos una población creciente de hombres mayores solitarios, y estamos descubriendo que la soledad es tan perjudicial para nuestra salud como el tabaco.
Pero esta tendencia es preocupante no únicamente por sus efectos nocivos para la salud. Como cristianos, no consideramos que la amistad sea un mero beneficio para la salud, como la nutrición y el ejercicio. Los amigos son más importantes para nuestro ser interior, para lo que somos.
La Biblia nos enseña no solo que hemos sido creados para la amistad (Gn 2:18; Ec 4:9-12), sino también que somos influenciados por nuestras amistades (Pr 13:20; 27:17).
Un hombre, probablemente más de lo que sabe, debe lo que ha llegado a ser a los amigos que le ayudaron a formarse. Y si es sabio, no subestimará esta necesidad fundamental de tener amigos a medida que envejece, pues los necesitará tanto al final de su vida como cuando empezó.
Los hombres que me formaron
Al reflexionar sobre lo necesarias que son las amistades masculinas para nuestro crecimiento, no puedo dejar de agradecer a Dios por los hombres que me formaron. Siguen siendo una fraternidad inestimable que se remonta a más de cinco décadas. Dios los ha usado a todos para instruirme y perfeccionarme. Cada uno ha dejado su marca indeleble. Cada uno merece ser honrado. Pero para ilustrar el papel fundamental de la amistad, me gustaría mencionar solo a algunos hombres cuyo impacto ha sido particularmente inmenso.
Tal vez estos ejemplos te recuerden los diferentes tipos de amigos que Dios nos da para edificarnos en el camino. Quizá también te recuerden lo mucho que necesitamos las amistades, y lo importante que es luchar por ellas.
Los muchachos que me cuidaron
Conocí a mis dos mejores amigos de la infancia, Brent y David, cuando éramos niños de preescolar. Nos unió un accidente geográfico: nuestros padres compraron casas en Southridge Road. Pero, como observó C.S. Lewis, esos accidentes no son casualidad:
Cristo, que dijo a sus discípulos: «Vosotros no me habéis elegido a Mí, sino que Yo os elegí a vosotros», puede realmente decir a cada grupo de amigos cristianos: «Vosotros no os habéis elegido unos a otros, sino que Yo os he elegido a unos para otros» (Los cuatro amores, p. 101).
Nuestra amistad tripartita se forjó tras pasar incalculables horas juntos después de la escuela, los fines de semana, durante las de pijamadas (en las que casi no dormíamos), en los largos y perezosos días de verano. Escuchábamos música y jugábamos en el campo de fútbol del patio trasero, en la cancha de baloncesto de la entrada y en la sala de juegos. Planeábamos nuevas aventuras, hablábamos de chicas, íbamos en bicicleta por toda la zona oeste del metro, hablábamos sobre Dios… todo ello con muchas peleas intercaladas.
A través de todo esto, nos ayudamos a navegar por las aguas a menudo difíciles, a veces peligrosas y otras veces dolorosas, de la infancia y la adolescencia, y nos animamos entre nosotros a amar y confiar en Jesús. Nos ayudamos mutuamente a llegar a la edad adulta y nos apoyamos cuando cada uno de nosotros se casó con una maravillosa mujer piadosa. Estos muchachos ayudaron a cuidarme. La bondad y la misericordia que recibí a través de ellos y de ellos es incalculable.
Un hermano en tiempo de angustia
Jim, mi hermano mayor (por cinco años), llegó a la fe en Cristo durante su primer año como universitario. Yo era un niño de 13 años, serio, creyente en Jesús y maleable, que admiraba a su hermano mayor, y Jim se convirtió en mi primer padre en Cristo Jesús por medio del evangelio (1 Corintios 4:15), y me mostró con palabras y hechos lo que significaba ser un hombre cristiano.
Y lo ha hecho durante las últimas cuatro décadas. A lo largo de los años, hemos colaborado juntos en ministerios juveniles y universitarios, en misiones en el extranjero, en la plantación de iglesias en el centro de la ciudad, en la dirección del culto y en la composición de canciones. Y Jim ha estado a mi lado en las épocas más profundas y oscuras de mi vida. Después de mi esposa, es mi consejero más confiable y el pastor que mejor me conoce.
Nuestra amistad se ha forjado caminando juntos por el duro camino que lleva a la vida (Mt 7:14). Él es realmente «un hermano en tiempo de angustia» (Pr 17:17). Gran parte de lo mejor de lo que soy se lo debo a Jim.
Un amigo que ama en todo tiempo
Conozco a Barry desde hace unos seis años, y es un amigo que ama «en todo tiempo», sin importar cómo me vaya o lo que haya hecho (Pr 17:17). Los últimos dos años han sido una temporada difícil de la vida para mí, y Barry ha sido un santuario de seguridad, una ciudad de refugio. Es un «hombre entendido» que, como pocos, es capaz de entender las «aguas profundas» de mi corazón (Pr 20:5). Cuando he acudido a él como «caña cascada» y «pábilo que humea» (Mt 12:20), con una extraordinaria mezcla de amabilidad, gentileza y franqueza, Barry ha aplicado el bálsamo de la gracia y la verdad de Dios a lugares sensibles de mi alma.
Siendo un amigo relativamente nuevo, puedo ver la influencia formativa que Barry está teniendo en mí. Estoy aprendiendo a amar a los demás a la manera de 1 Corintios 13 que he recibido de él. ¿Qué precio se le puede poner a semejante regalo?
Camaradas
La mayoría de las amistades que han marcado mi vida, desde la secundaria, se forjaron cuando un grupo de nosotros trabajó codo con codo para cumplir una misión en común para la gloria de Jesús. Para los hombres, la misión es quizá la mayor forjadora de amistades:
La búsqueda o perspectiva común que une a los amigos no los absorbe hasta el punto de que se ignoren entre sí o se olviden el uno del otro; al contrario, es el verdadero medio en el que su mutuo amor y conocimiento existen. A nadie conoce uno mejor que a su «compañero» (Los cuatro amores, p. 83).
Varios hombres han sido grandes camaradas para mí. Pero hay uno que se sobresale entre ellos: John Piper. Durante casi tres décadas, John y yo hemos sido compañeros de yugo en la búsqueda común llamada Desiring God. Y como hemos estado absortos en buscar juntos, en oración, la mejor manera de difundir una pasión por la supremacía de Dios en todas las cosas para el gozo de todos los pueblos a través de Jesucristo, nuestra amistad se ha profundizado. Pocos nos conocen tan bien como nosotros nos conocemos.
Es imposible expresar con palabras lo profunda y penetrante que ha sido la influencia de John en mí. Solo sé que su amistad, en nuestra misión compartida, ha formado incomparablemente mi corazón y mi alma.
Amigos hasta el final y más allá
Cada uno de los hombres que he mencionado (y el resto que no he mencionado) ha contribuido significativamente en mi formación. Cada uno ha dejado una huella única en mí gracias a su temperamento, dones, experiencias de vida, vocación y perspectiva únicos. Imagino que también que has sido bendecido con relaciones similares en algún momento de tu vida. Y si tú y yo hemos sido tan influenciados y ayudados por amigos en el pasado, ¿hay alguna razón para pensar que los necesitaremos menos en el futuro?
Lo que nos hace pensar en la terrible tendencia de los hombres mayores sin amigos y solitarios. ¿Por qué ocurre esto? No voy a aventurar respuestas sencillas. Hay factores complejos que alimentan esta tendencia: factores internos y externos, factores personales, sociales y espirituales.
¿Cómo, pues, podemos evitar ese futuro sin amigos? Es algo en lo que debemos reflexionar ahora. Será necesario que trabajemos —y trabajemos juntos, como amigos, familiares e iglesias— para averiguar cómo resistir la tentación de quedarnos aislados a medida que envejecemos. Pero los retos a los que se enfrentan estas relaciones no deberían sorprendernos. Las cosas más difíciles de conseguir suelen ser las más importantes.
Recuerda que no necesitaremos menos a nuestros amigos al final de nuestra vida que al principio. Los necesitaremos más para que nos ayuden a superar el último capítulo de pérdidas antes de la Gran Ganancia (Fil 1:21). Necesitaremos sus virtudes, sus perspectivas, sus consejos, sus oraciones y su presencia que fortalecen el corazón. Necesitaremos a nuestros amigos hasta el final, y para el final.