Todos necesitamos ayuda

Todos necesitamos ayuda. No somos Dios. Tenemos
necesidades, debilidades, confusiones y
limitaciones de todo tipo. Necesitamos ayuda.

Pero todos nosotros tenemos algo más: pecados.
Por eso es que, en el fondo, sabemos que no
merecemos recibir la ayuda que necesitamos,
y nos sentimos acorralados.

Necesito ayuda para vivir la vida, lidiar con
la muerte y enfrentarme a la eternidad; necesito
ayuda con mi familia, mi esposa, mis hijos, mi
soledad, el trabajo, la salud y las finanzas.
Necesito ayuda, pero no la merezco.

¿Qué haré entonces? Puedo intentar negarlo todo
y comportarme como un superhombre que no necesita
ayuda de nadie. También puedo intentar hundir
todo, junto con mi vida, en una piscina de
placeres carnales. O puedo simplemente entrar en
una desesperación paralizante.

No obstante, en vista de nuestro caso perdido,
Dios declara: Jesucristo se convirtió en Sumo
Sacerdote para acabar con la desesperación por medio
de la esperanza, para humillar a los superhombres y
a las supermujeres, y para rescatar a esos
desdichados de las aguas en las que se están
ahogando.

Sí, todos necesitamos ayuda. Y no, ninguno de
nosotros merece la ayuda que necesita. Pero no
sucumbamos ante la desesperación, ni el orgullo,
ni la lascivia. Prestemos atención a lo que Dios
dice. Debido a que tenemos un gran Sumo Sacerdote,
el trono de Dios es un trono de gracia. La ayuda
que obtenemos ante ese trono es la misericordia y
la gracia para la ayuda oportuna.
¡Gracia para la ayuda! No una ayuda merecida,
sino una ayuda por gracia.

No está acorralado. No ceda ante esa mentira.
Necesitamos ayuda. No la merecemos, pero podemos
alcanzarla. Puede obtenerla ahora mismo y para
siempre, si recibe al Sumo Sacerdote y confía en
él, Jesús, el Hijo de Dios, y se acerca a Dios por
medio de él.

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