En una sociedad poscristiana, posmoderna, «postodo», el pueblo de Dios está llamado a operar desde la valentía, no desde el miedo. Y cuando vivimos con valentía, poniendo nuestra esperanza en la realidad de quién es Dios y lo que Dios ya ha logrado, eso lo cambia todo. Somos liberados para ser el pueblo de Dios y vivir la misión de Dios a pesar de los nuevos desafíos que se nos presenten.
Pero dado el panorama cultural, cada vez más hostil, ¿cómo se presenta la tarea de hacer nuevos discípulos, en términos de evangelización? ¿Y cómo la llevamos a cabo? Creo que te va a sorprender por dónde irán mis respuestas, aunque probablemente no debería.
El evangelismo en una era de incredulidad
Cuando hablamos de lo que significa ser valiente y fiel en una era de la incredulidad, tenemos que hablar de la Gran Comisión. Esa es nuestra misión. Y aunque siempre ha sido así, creo que ahora más que nunca la evangelización debe incluir la hospitalidad. La hospitalidad no es el todo de la valentía o de la evangelización, pero vivir con valor implicará ser hospitalario.
La cultura popular ha tergiversado la idea de la hospitalidad. Cuando la Biblia habla de la hospitalidad, casi siempre la vincula a los extranjeros y a los forasteros: a personas que no son como nosotros. La hospitalidad significa dar la bienvenida a los que están fuera de nuestro círculo normal de amigos, al tipo de personas que solo se pueden invitar a entrar si se tiene un nuevo corazón. Es abrir nuestras vidas y nuestros hogares a aquellos que creen de forma diferente a nosotros.
La hospitalidad está en toda la Biblia. De hecho, es tan importante para Dios que cuando Pablo enumera los rasgos necesarios para que un hombre esté cualificado para el cargo de anciano en una congregación local, encontramos que debe ser «irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar…» (1 Ti 3:2). Para ser anciano, un hombre tiene que ser capaz de abrir su vida y mostrar amabilidad a aquellos que creen de forma diferente a él. Tiene que abrir su mundo a aquellos que están fuera de lo que él cree.
Ahora bien, ¿por qué se iba a tomar Dios tan en serio la hospitalidad? Bueno, porque él ha sido muy hospitalario con nosotros. Incluso cuando vivíamos como sus enemigos, vino y nos salvó. Abrió la puerta y nos invitó a su presencia. Al extender nuestra propia hospitalidad a los que nos rodean, demostramos que realmente apreciamos la hospitalidad divina que hemos recibido .
No estoy sugiriendo que la hospitalidad bíblica sea el remedio infalible para que la evangelización funcione en el siglo XXI. ¿Pero no podría ser —en nuestra cultura cínica, polarizada, crítica, caótica— que una cálida dosis de acogedora hospitalidad tomara a algunas personas por sorpresa y abriera la puerta a oportunidades de hacer discípulos de Jesucristo?
Cuatro maneras de mostrar hospitalidad
El Dios del universo se toma en serio la hospitalidad. La hospitalidad puede crear un punto de entrada para vivir la Gran Comisión y evangelizar a nuestros vecinos, especialmente en una era de incredulidad en que la mayoría de las personas piensan que la iglesia es algo completamente diferente a lo que en realidad es. Sin embargo, todavía tenemos que preguntarnos: ¿Cómo mostramos hospitalidad hoy en día? No es complicado, aunque eso no significa que sea fácil.
1. Recibe a todos los que conozcas
Creo que el mejor primer paso es saludar a todas las personas que veas. Eso es fácil si eres como yo, que soy un extrovertido total. Eso es difícil si eres introvertido, y tal vez estás pensando: «¿Podemos pasar al número dos, por favor?». Pero a menudo las mejores pasos son los más difíciles de dar. Ora pidiendo gracia y fuerza, arriésgate y saluda a la gente.
2. Entabla relaciones con las personas
Recuerda que cada persona que conozcas es eterna. Nunca has conocido a un mero mortal, como dice la famosa observación de C. S. Lewis, y nunca has conocido a un humano que no haya sido creado a imagen de tu Dios. ¿Cómo podemos no preocuparnos e interesarnos por quienes nos encontramos? No creo que esto sea demasiado difícil. Simplemente requiere que hagamos preguntas abiertas, dejando salir nuestra curiosidad interior.
Podemos pensar que todo esto es obvio, pero a menudo nos abstenemos de hacerlo. Necesitamos conocer a las personas, interesarnos por ellas y escucharlas, en lugar de intentar pensar en cómo podemos decir algo memorable o gracioso.
3. Haz de la cena una prioridad
Una y otra vez, la Palabra de Dios pone de manifiesto la santidad de comer juntos. Largas cenas con buena comida, buena bebida, buena compañía y buenas conversaciones que se centren en nuestras creencias, nuestras esperanzas, nuestros miedos: esa es una buena cena. Y no me refiero solo a una cena con amigos. Sí, come con tu pequeño grupo de la iglesia, invita a tus mejores amigos, pero recuerda que la hospitalidad significa dar una cariñosa bienvenida a aquellos que están fuera de tu círculo normal de amigos. Es abrir tu vida, y tu casa, a aquellos que creen de forma diferente a ti.
4. Ama a quien no «encaja»
En cada ambiente de trabajo, en cada vecindario, conocemos gente que, por cualquier razón, es atípica. Hay muchos hombres y mujeres así a nuestro alrededor, quizá más que nunca, en este mundo globalizado. Debido a la forma en que el pecado nos afecta, tendemos a huir de las diferencias y de estar rodeados de personas que piensan diferente y tienen una apariencia diferente a nosotros. Pero quiero que pienses esto: Jesucristo se acerca a los de «afuera». Dios nos ofrece una hospitalidad radical a ti y a mí. Por eso aprendemos a amar y buscar al de fuera, porque nosotros fuimos el de fuera.
Todo comienza con valor
Por más oscuro y terrible que parezca el panorama ahora mismo, por tremendo y tóxico que sea, sabemos que la batalla ya está ganada, y eso significa que no luchamos en los términos del mundo. Esta era de incredulidad puede parecerle grande e intimidante a la iglesia, pero es simplemente una pequeña trama secundaria en una historia más grande y mejor: la historia más grandiosa jamás contada.
Y de forma espectacularmente paradójica, existe un gran abismo entre la historia de Dios y nuestras historias. Aunque sabemos que hay realidades espiritualmente significativas en juego, estamos llamados a una fidelidad sencilla y cotidiana que se desarrolla en vidas marcadas por la hospitalidad.
En cierto modo, las acciones grandes y llamativas, el tipo de cosas que fotografiamos, ponemos un filtro y mostramos a todos nuestros «amigos» en línea, son los que más se notan pero los requieren menos de nosotros. La verdadera valentía cristiana probablemente se parece más a invitar a un grupo de desconocidos a tu casa a cenar que a las ideas tan atractivas y exitosas que nos hemos imaginado.
Arriesgarse a ser genuinamente hospitalario en realidad requiere valor porque nos obliga a confiar en nuestro Señor y su fuerza, no en la nuestra. Cuando abrimos nuestros hogares y construimos amistades con aquellos que no se parecen a nosotros, no creen como nosotros o no actúan como nosotros, abrimos nuestras vidas y nos hacemos vulnerables. Nos arriesgamos a salir heridos y a enemistarnos con aquellos que no piensan como nosotros o actúan como nosotros. Sin embargo, podemos hacerlo por la esperanza, la fuerza y el valor que tenemos en el Señor.
Así que, saluda a la gente que veas hoy. Aprende a hacer buenas preguntas. Ábreles tu casa, especialmente si están solos o aislados. Y sobre todo, confía en que Dios use tu débil hospitalidad para mostrar su poder.
Matt Chandler es un pastor principal en The Village Church in DFW, presidente de la red de plantación de iglesias Acts 29 y autor de Joy in the Sorrow: How a Thriving Church (y su pastor) Learned to Suffer Well.