Tienes derecho a reducir la velocidad

«Reducir la velocidad» es algo que tal vez anhelas volver a hacer. A lo mejor lo pudiste saborear durante unas semanas o, incluso meses, cuando la pandemia apareció y se cancelaron muchos eventos. Pero ahora, ya vacunados y con la prisa que la sociedad tiene por volver a la vida «normal» —en la medida en que eso es posible—, vuelves a sentir la necesidad de que la vida vaya más despacio de lo que el mundo moderno permite.

No estás solo y, en buena medida, vemos este fenómeno de la misma manera.

La era de la velocidad

Según el columnista del New York Times, Thomas Friedman, vivimos en «la era de la velocidad». Nuestro mundo se ha vuelto cada vez más veloz gracias al desarrollo exponencial de la tecnología y los factores que la acompañan. Ahora «el ritmo de la tecnología y el cambio científico» —escribe— «supera la velocidad con la que los seres humanos y las sociedades se adaptan» (Thank You for Being Late, p. 39; [Gracias por retrasarte]). Friedman afirma que «estamos viviendo uno de los mayores puntos de inflexión de la historia» (Íbid., p. 3), tal vez, diría yo, sin parangón en los últimos quinientos años.

Hemos llegado a «un punto de inflexión fundamental en la historia» (Íbid., p. 4) y, quizá tú, al igual que yo, has sentido sus efectos. Las listas de cosas por hacer crecen más rápido que el tiempo que tenemos para hacerlas. Nos damos prisa por la mañana. Nos damos prisa al conducir. Nos damos prisa en el trabajo. Nos damos prisa entre reuniones, en las reuniones y durante las comidas. Prisa para preparar la cena. Prisa para comer. Prisa por bañar a los niños, y por salir de casa, y por volver a casa y por irnos a la cama. Luego, nos damos prisa para hacer más cosas por las noches y los fines de semana de las que realmente tenemos tiempo de hacer. Y, después, nos damos prisa para acostarnos, dormimos un poco y, al día siguiente, ¡volvemos a empezar!

Más importante aún que lo que las prisas constantes están haciendo a nuestra vida laboral, familiar, a nuestras relaciones y a nuestra salud emocional, es lo que están haciendo a nuestras almas. El difunto Dallas Willard —1935-2013— dio la voz de alarma siendo ya un anciano: «La prisa es el gran enemigo contemporáneo de la vida espiritual».

Busca tu equilibrio en primer lugar

El reto de vivir en una sociedad cada vez más acelerada, y de encontrar formas concretas de ralentizar nuestras vidas a una velocidad humanamente realista, está siendo abordado desde diferentes puntos de vista. Muchos libros, como Ruthless Elimination of Hurry [La eliminación despiadada de las prisas], de John Mark Comer, ofrecen diversas ideas y estrategias. Pero aquí me gustaría centrarme en una sola, pero es una idea que es tan importante, si no más, que cualquier otra: Comenzar el día al ritmo de la Palabra de Dios.

¿Quién marca el ritmo? ¿Qué voz escuchamos?

En la «era de la velocidad», nuestras vidas están inundadas de palabras. Palabras en las pantallas. Palabras en nuestros auriculares. Palabras escritas en artículos y libros electrónicos. Palabras pronunciadas en pódcasts y en la radio. Y por añadidura, las palabras en persona de la propia familia, los compañeros de piso, los vecinos y los compañeros de trabajo. La pregunta no es: «¿Hay voces en tu cabeza?». Sino, más bien, ¿de quién son las voces, y cuáles son las que llevan la batuta a la hora de moldear los deseos y la dirección de nuestra alma y de nuestra vida diaria?

Cuando empezamos el día escuchando la voz de Dios en las Escrituras, estamos recibiendo su verdad, sus conceptos, su mente, su voluntad y su corazón, para dirigir y moldear nuestra vida. Nos esforzamos por ver el mundo a través de las palabras de Dios, en vez de ver a Dios a través de las palabras del mundo. Si no recibimos las palabras de Dios en cantidad suficiente y con la debida prioridad, seguiremos inevitablemente «la corriente de este mundo» (Ef 2:2) y nos adaptaremos a él (Ro 12:2, LBLA). Con el tiempo, los patrones, la voz y el ritmo del mundo nos gobernarán.

Por tanto, empezar el día escuchando la voz de Dios es una manera significativa de frenar el oleaje del mundo y su ritmo estresante.

Muévete al ritmo de la Palabra de Dios

Acudir primero a Dios es fundamental, pero también lo es el ritmo al que nos movemos una vez que hemos acudido a él. Empezar y acabar apresuradamente nuestras lecturas, siguiendo la velocidad de la vida moderna, hará mucho menos bien a nuestras almas que aprender a dejar que la cadencia de las palabras de Dios marque nuestro ritmo.

¿Pero cómo podemos hacerlo? ¿Cómo dejamos que sea Dios mismo quien nos marque el ritmo? Vamos a considerar (1) el diseño de los libros antiguos y, especialmente, el de la Biblia, (2) cómo debemos leerlos, y (3) qué efecto puede tener dicha lectura en nosotros.

El diseño de los libros antiguos

A diferencia de muchos de nuestros libros actuales y de los contenidos de Internet, los libros antiguos ni se escribían ni se leían rápidamente. Fueron diseñados para ser leídos lentamente, disfrutándolos, releyéndolos y meditándolos. Al fin y al cabo, tenían que ser copiados a mano. Así que las palabras publicadas eran preciosas. No estaban destinadas a ser leídas una sola vez, sino muchas. Y entre todos los libros, antiguos y modernos, la Biblia es la que más recompensa la lectura lenta y periódica.

Además, son las palabras de Dios mismo. Escrito a través de sus profetas y apóstoles inspirados, el texto bíblico es fundamentalmente diferente de cualquier otro texto puramente humano y merece que lo consideremos de forma especial; y esto significa, por lo menos, leerlo sin prisas. La Biblia es el libro dado —literalmente— por el aliento de Dios (2 Ti 3:16, LBLA) y, por tanto, debemos «inhalarlo» para conseguir aliento continuo.

Si no queremos usar la Biblia de manera incorrecta y contraria a la voluntad de Dios, debemos «bajar la velocidad» y meditarla, memorizarla y estudiarla a un ritmo reposado, incluso placentero. Dios quiere que su Palabra sea leída lentamente, meditada, no leída a toda velocidad.

Una llamada a la comprensión (y a la experiencia)

También tendremos que aminorar nuestro ritmo normal de lectura de las noticias y los libros contemporáneos para poder comprender lo que los escritores antiguos, hablando en nombre de Dios, tienen que decir. Las Escrituras fueron escritas siglos —incluso milenios— antes de que naciéramos, en lugares y tiempos diferentes a los nuestros. Y no solo eso, sino que la Biblia es divina en su contenido. Pedro afirma que ninguna profecía bíblica fue nunca «traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo» (2 P 1:21; énfasis añadido).

No solo la propia Biblia está diseñada para ser leída de forma diferente —más reposada y repetidamente— que las palabras que se publican en la actualidad, sino que, también nosotros, como seres humanos y modernos, necesitamos un ritmo más cuidadoso e intencional para poder entender lo que significan las palabras y para experimentar la verdad. Leer la Biblia y, en particular, meditar en ella, significa responder emocionalmente a su verdad.

Por esta razón, leer la Biblia rápidamente, y leer la Biblia, son dos cosas incompatibles. Cuando tenemos dudas —como ocurre a menudo— acerca del significado de una palabra, frase u oración en su contexto, no nos limitamos a terminar de leer, marcar la casilla del plan de lectura y seguir adelante. Más bien, necesitamos hacer una pausa para detenernos a reflexionar. Necesitamos darnos tiempo y espacio para hacernos las preguntas pertinentes y, después, buscar las respuestas.

Alimentado, no solo informado

Por último, otro aspecto de no solo comprender el texto de la Escritura, sino también experimentarlo, podría ser resumido bajo el lema «Busca ser alimentado, no solo informado».

En el libro Meditation and Communion with God [Meditación y comunión con Dios], Jack Davis promueve que tengamos aquí y ahora «un compromiso más reflexivo y reposado con la Escritura» (p. 20). Según Davis, la naturaleza de la vida moderna y la «sobrecarga de información» que tenemos a través de la televisión, los teléfonos inteligentes y un sinfín de nuevos medios de comunicación «hace que una lectura reposada y reflexiva de las Escrituras sea más vital que nunca» (p. 22).

Y reposadamente no significa pasivamente. La lectura de calidad puede ser pausada y agradable y, al mismo tiempo, cuidadosa y activa. De hecho, ambas cosas van juntas. Un ritmo pausado deja espacio para la observación y la reflexión, mientras que la lectura activa exige cierta lentitud.

Con el tiempo, cuando vayamos conociéndonos mejor, aprenderemos qué clase de ritmo y enfoque es más propicio para alimentar nuestras almas, y no solo para informar a nuestras mentes. Aprenderemos qué ritmo nos ayuda a recuperar el aliento emocional y a encontrar el equilibrio espiritual para el día que amanece, y a cómo recoger la porción diaria de alimento para nuestras almas. La mente a menudo trabaja más rápido que el corazón. Un ritmo más rápido estimulará la mente, pero un ritmo más lento propiciará la satisfacción del alma.

Frena el oleaje del mundo 

Hazte una pregunta: «¿Con cuánta celeridad hago mis devocionales?». ¿Es importante para ti apartar un momento en el día —temprano en la mañana suele ser el mejor momento para la mayoría— para la meditación bíblica y la oración reposada? ¿Y ya has aprendido a moverte al ritmo del texto, o sientes la presión de hacer tus devocionales al ritmo de la vida moderna?

En un mundo de velocidad y aceleración, ¿cuánto bien le hará a nuestra alma —y a nuestro amor por los demás— aprender a frenar el oleaje de este mundo y sus patrones apresurados a través de la rutina vivificante —y matutina— de tomar aliento diario «inhalando» el aliento de Dios, y «exhalando» hacia él en la oración?

Seguramente, esta es una de las cosas más contraculturales que puedes hacer: acostarte sin estar mirando una pantalla, levantarte temprano, coger una Biblia de papel, poner el teléfono a un lado, y dejar que la voz de Dios en las Escrituras llene tu mente y tu corazón a su ritmo, no al del mundo.

¡Recuerda que Dios te ha dado el derecho de reducir la velocidad!

David Mathis

David Mathis

‎David Mathis es editor ejecutivo de desiringGod.org y pastor de ‎‎Cities Church‎‎. Es esposo, padre de cuatro hijos y autor de ‎‎Rich Wounds: The Countless Treasures of the Life, Death, and Triumph of Jesus‎‎ (2022).‎