¿Qué tal si descubrimos (como le ocurrió a los
fariseos) que hemos dedicado toda la vida en
tratar de agradar a Dios, pero todo el tiempo
hemos estado haciendo lo que a los ojos de
Dios era abominación?
(Lucas 16:14-15)
Alguien podría decir: «No creo que eso sea
posible, Dios no rechazaría a una persona que
ha tratado de agradarle». ¿Se dan cuenta de lo
que esta persona está preguntando? Ha basado su
convicción acerca de lo que agrada a Dios en su
propia idea de cómo es Dios. Precisamente por
eso, debemos comenzar por el carácter de Dios.
Dios es un manantial en la montaña, no un
estanque. El manantial se renueva naturalmente,
se desborda y abastece a otros de continuo;
mientras que a un estanque hace falta llenarlo
con una bomba o cubetas de agua.
Si queremos exaltar el valor de un estanque,
tendremos que trabajar arduamente para
mantenerlo lleno y en funcionamiento. Por el
contrario, si queremos exaltar el valor de un
manantial, lo que haremos es arrodillarnos con
manos y pies en el suelo y beberemos hasta que
nuestro corazón quede satisfecho, y hasta
conseguir el refrigerio y las fuerzas que
necesitamos para descender por el valle e ir a
contar a otros lo que hemos encontrado.
Mi esperanza como pecador desesperado, depende
de esta verdad bíblica: que Dios es el tipo de
Dios que se deleita con lo único que puedo
ofrecerle mi sed.
Es por eso que la libertad soberana de Dios y
su autosuficiencia son tan preciosas para mí:
son el fundamento de mi esperanza de que Dios
no se deleita en la inventiva de recursos como
bombas y cubetas, sino en pecadores
quebrantados que se arrodillan con manos y pies
en el suelo para beber de la fuente de gracia.
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