Revestidos de poder

Cristo derramó la sangre del pacto eterno.
Por medio de esta exitosa redención, obtuvo la
bendición de la resurrección de entre los muertos.
Ahora él es nuestro Señor y Pastor viviente.

Y gracias a todo esto, Dios hace dos cosas:
1. Nos provee de todo lo que es bueno para que
podamos hacer su voluntad; y
2. Obra en nosotros lo que es agradable delante
de él.

El «pacto eterno», garantizado por la sangre de
Cristo, es el nuevo pacto. Y la promesa del
nuevo pacto es la siguiente: «Pondré mi ley dentro
de ellos, y sobre sus corazones la escribiré»
(Jeremías 31:33-34). Por lo tanto, la sangre de
este pacto no solo nos da la certeza de que Dios
nos proveerá de lo que necesitemos para hacer su
voluntad, sino que también nos asegura que Dios
obrará en nosotros para hacer que esa provisión
cumpla su propósito.

La voluntad de Dios no solo fue escrita en piedra
o en el papel como un medio de gracia. Dios obra
su voluntad en nosotros, y el resultado es que
sentimos, pensamos y actuamos de una forma que
agrada más a Dios.

Aún se nos manda que hagamos uso de la provisión
que él nos da: «ocupaos en vuestra salvación con
temor y temblor». Pero lo más importante es que
se nos explica el porqué: «porque Dios es quien
obra en vosotros tanto el querer como el hacer,
para su beneplácito» (Filipenses 2:13).

Si tenemos la capacidad de agradar a Dios si
hacemos lo que le agrada es porque la gracia de
Dios, adquirida por el precio de la sangre de Cristo,
ha pasado de ser mera provisión a omnipotente
transformación.

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