Una calurosa mañana de agosto, Abril y su marido cargaron a sus hijos en el todoterreno para una semana de acampada en las Sierras. A mitad de camino, Abril se desabrochó el cinturón de seguridad y se inclinó sobre el asiento para abrir la nevera. En ese momento, un coche que venía en dirección contraria cruzó de repente delante de su vehículo cuando se dirigía a un área de descanso. No hubo tiempo de frenar. Su todoterreno chocó contra el coche, hiriendo al anciano conductor y matando a su pasajero. Abril se abalanzó contra el salpicadero, el impacto le rompió el cuello.
Eso fue hace quince años. Cuando conocí a Abril, estaba desplomada en su silla de ruedas, una tetrapléjica sentada en la consulta de terapia ocupacional y llorando de pena. El consejo de su terapeuta parecía haber caído en saco roto. Así que puse mi silla de ruedas junto a la suya y también lloré.
Mis lágrimas salían de las entrañas de una compañera de sufrimiento. Sabía de primera mano el horror al que Abril se estaba enfrentando, y supliqué en silencio: «Oh Dios, ¿cómo lo superará esta joven madre? ¿Cómo puedo consolarla?». Abril tenía razones para llorar. En dos años, su marido la dejaría, hundiéndola en una batalla por la custodia que solo le haría la vida más insoportable.
Vasijas rotas de un Salvador roto
En momentos así, Dios insiste en que compartamos su consuelo. En 2 Corintios 1:3-4, Pablo escribe:
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios.
Vemos que es su consuelo, no el nuestro, porque él es el «Dios de toda consolación». Si nos lo dejaran a nosotros, podríamos sentirnos mal por alguien como Abril, pero Dios va más allá. Aquí se llama a sí mismo el Padre de nuestro Señor Jesucristo, porque sus consuelos provienen de su propio sufrimiento. Los padres compasivos siempre están desolados por el sufrimiento desgarrador de sus hijos.
El Varón de dolores es el Pan de vida, roto y partido como alimento para gente como Abril. Y ya que somos su cuerpo, él pretende que compartamos su ánimo a través de nuestro propio quebrantamiento. Hacer menos que eso es simplemente sentirse mal.
Cómo consuela Cristo
William Arnot escribe: «Cuando lloro, [Cristo] entra por las aberturas que el dolor ha hecho en mi corazón, y suavemente lo hace suyo», Roots and Fruits of the Christian Life (Raíces y frutos de la vida cristiana, 234-35). Y cuando Cristo entra con su consuelo, pone nuestro sufrimiento del revés, levantando los espíritus tristes, llenando los corazones derrumbados y reforzando las voluntades débiles con su perseverancia y esperanza. La naturaleza del consuelo de Cristo no es solo sentir compasión, sino también redimir.
Él provoca una intimidad más dulce consigo mismo, ayudándonos incluso a «[gozarnos] por cuanto [somos] participantes de los padecimientos de Cristo» (1 P 4:13). La unión con el Señor en el sufrimiento nos hace valientes, tan valientes que podemos atender incluso a una joven madre abatida con el cuello roto.
Convertirse en sus agentes
Cuando somos receptores de los consuelos paternales de Dios, nos convertimos en el medio que usa para que su amor fortalezca a los demás en su sufrimiento. ¿Y la buena noticia? No tienes que ser tetrapléjico para consolar eficazmente a alguien como Abril; el socorro de Dios es tan intuitivo que tú eres capaz de «consolar a los que están en cualquier tribulación» (2 Co 1:4). Entonces, ¿cómo nos permite nuestro sufrimiento consolar mejor a los que sufren?
Intercesión
Consolamos a otros a través de la intercesión. Cuando intercedes por otros desde tu propio sufrimiento, hablas con el Señor que se deleita en oír «el deseo de los humildes» (Sal 10:17). Cuando oramos, como sufridores, por nuestros compañeros de sufrimiento, lo hacemos con más conocimiento, siendo más específicos, y quizás con más seriedad. Me imagino a nuestro Abogado, escuchando con atención, maravillándose: «Este que pide habla en serio; ha sufrido mucho y sabe de lo que habla».
¿Cuán útiles pueden ser esas oraciones forjadas a través del fuego, cuando se suplica por otros que sufren, sabiendo que «no tenemos lucha contra sangre y carne [como los accidentes trágicos, la tetraplejia y el divorcio], sino contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes» (Ef 6:12)? Las personas como Abril son susceptibles a las mentiras del enemigo, pero se les impide caer a través de las oraciones de un santo sufriente (Lc 22:31-32).
Su palabra
Consolamos a otros a través de su Palabra. Cuando me rompí el cuello, Dios me presentó a un creyente sufriente que hizo que centrara mi atención totalmente en las promesas de Dios. Me sorprendió cómo esas promesas le habían sostenido, y por eso tomé en serio el Salmo 119:50: «Este es mi consuelo en la aflicción: que tu palabra me ha vivificado». Mientras me guiaba a través de una promesa de la Biblia tras otra, desarrollé una visión más clara de Dios. Mis aflicciones no desaparecieron, pero encontré el coraje de Dios.
Compartí lo mismo con Abril. Pero nunca le dije: «Venga, acoge esta prueba como amiga; ¡vamos, regocíjate por tu sufrimiento!». Compartir el consuelo de Dios no es como poner una pinta de sangre vivificante encima de la mesa y decir: «Toma, cree esto; te hará bien». En su lugar, conectas tus venas espirituales a la vena que está sufriendo, para que Dios pueda infundir su verdad reconfortante a través de tu propio dolor, así como a través de tu presencia.
El cuadro más grande
Consolamos a los demás con una visión más amplia. José, que sufrió a causa de la traición, la esclavitud y el encarcelamiento, tenía una visión más amplia cuando dijo a sus hermanos malvados: «Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo» (Gn 50:20). Piensa en las veces que superaste tu propio sufrimiento: ¿Tu perseverancia no convenció a otros del poder salvador de Dios? Pablo se refería exactamente a esto en 2 Corintios 1:6: «Si somos atribulados, es para vuestra consolación y salvación».
Abril entendió que su vida era un escenario en el que Dios estaba mostrando su gracia, todo para el beneficio de una audiencia más allá de los meros observadores en este mundo (Ef 3:10). Ver cuánto había en juego a nivel cósmico fortaleció su fe.
Ayuda a hacerles valientes
La transformación de Abril fue moldeada por el sufrimiento de otros. Esas aflicciones dieron crédito a cada oración ofrecida en su nombre, así como a cada palabra que le dijeron. Cuando superas el sufrimiento, eres el mejor conducto de Dios a través del que Él restaura a otros, porque, como J. R. Miller escribe: «Esa es la forma en que Cristo consuela. Él no se sienta simplemente al lado de los problemáticos y entra en sus experiencias. Él siente compasión por ellos, pero es para hacerlos fuertes para soportarlo» Things to Live For (Cosas por las que vivir, 192).
Hace dos semanas (en el momento en que escribo esto), Abril falleció por complicaciones relacionadas con su discapacidad. En su funeral, después de que la última persona hablara, me puse al frente y dije, casi llorando: «Saber de primera mano lo que Abril tuvo que pasar cada mañana solo para sentarse en su silla de ruedas… bueno, me consuela incluso ahora en mi propia aflicción. Su simple acto de enfrentar el día me inspira a hacer lo mismo». Aquella mañana, me atrevo a decir que esa confesión, que tanto me costó, reconfortó a muchos en la congregación.
Y así, el consuelo recibido en el sufrimiento se transmite. Ya sea que hayas tenido que lidiar con un tobillo o un cuello rotos, o con una casa dividida, no puedes quedarte al margen, descansando en el consuelo que Dios te dio una vez cuando estabas en lo más bajo. Has recibido el consuelo de Dios, y por ello, se espera más de ti. Tu próxima aflicción vendrá cuando Dios te pida que encuentres a aquellos que están sufriendo más que tú, para que puedas capacitarles para lidiar con su dolor. Ayuda a hacerles valientes.
Es lo que la gente rota hace con la ayuda del Pan roto.
Joni Eareckson Tada es fundador y director ejecutivo de Joni and Friends en Agoura Hills, California.