Dios no creó el universo físico y material de
un modo arbitrario. Él tenía un propósito:
agregar maneras para que su gloria sea
externalizada y hecha manifiesta. «Los cielos
proclaman la gloria de Dios, y la expansión
anuncia la obra de sus manos» (Salmos 19:1).
Nuestro cuerpo entra en la misma categoría de
cosas físicas que Dios creó por esta razón.
Él no va a volverse atrás en el plan de
glorificarse por medio de los seres humanos y
cuerpos humanos.
¿Por qué Dios decidió tomarse la molestia de
ensuciarse las manos, por así decirlo, con
nuestra carne decadente y manchada de pecado,
a fin de reestablecerla como cuerpo de
resurrección y vestirla de inmortalidad? La
respuesta es: porque su Hijo pagó el precio
de la muerte para que el propósito del Padre
respecto al universo material se cumpliera,
o sea, que Dios fuera glorificado en él por
siempre y para siempre, incluyendo nuestros
cuerpos.
Eso es lo que el texto bíblico dice: «Por
precio habéis sido comprados [por la muerte
de su Hijo]; por tanto, glorificad a Dios en
vuestro cuerpo». Dios no desestimará ni
deshonrará la obra de su Hijo. La honrará al
levantar nuestros cuerpos de entre los
muertos, y nosotros haremos uso de nuestro
cuerpo para glorificarlo por los siglos de
los siglos.
Ese es el motivo por el que tenemos un cuerpo
ahora. Y ese es también el motivo por el que
ese cuerpo será resucitado para ser como el
cuerpo glorioso de Cristo.
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