Por qué anhelamos tener intimidad con Dios

A menudo, pensamos en las relaciones en términos de distancia. Las relaciones pueden ser cercanas o distantes. Ser humano significa estar cerca de los que amamos. Considero que si estoy con mi mujer durante una hora y no nos tocamos, hay algo que no está bien. Quiero estar cerca, y dicha cercanía incluye la proximidad física, la intimidad personal y la búsqueda de Cristo juntos.

Obviamente, esta simple observación abarca muchas más cosas. El Dios trino es íntimo y cercano en su esencia, y nos creó para estar cerca de él. Este modelo celestial permea nuestra vida y relaciones cotidianas. Está incorporado en nuestra creación y recreación. Toda la historia de la redención puede resumirse en que Dios, a través de la sangre de su Hijo, trae a sí mismo para siempre a los que antes estaban lejos (Ef 2:13). Él recibe la gloria, y nosotros la plenitud de gozo en su presencia (Sal 16:11). Así como la fe nos permite ver que «Los cielos cuentan la gloria de Dios» (Sal 19:1; cf. He 11:3), así también la fe nos permite ver que nuestro deseo natural de tener intimidad con otros seres humanos declara mucho acerca de cómo es Dios.

La mayoría de nosotros estaría de acuerdo en que esta, por así llamarla, «teología de la intimidad» está basada en las Escrituras y tiene su lugar en nuestro sistema teológico. La pregunta es: ¿cuán importante es? No toda la teología tiene la misma importancia. Aunque sea igualmente verdadera, no todas sus partes son igual de relevantes. El amor y la misericordia tienen prioridad sobre el sacrificio (Mt 9:13). Nuestra llamada a dar testimonio del evangelio de la gracia es más importante que estar preocupados por si echamos perlas a los cerdos (Hch 20:24).

La pregunta que quiero considerar es la siguiente: ¿Qué importancia tiene la enseñanza de las Escrituras acerca de las relaciones y la intimidad? Si simplemente da por sentada que es cierta, entonces, dicha enseñanza se quedará inmóvil en nuestras estanterías y rara vez influirá en nuestra vida diaria. Pero, si forma parte de los temas primordiales, entonces, lo cambia todo.

La importancia que tiene este tema en relación a las Escrituras es que apunta a nuestra identidad como sacerdotes de Dios. La labor de un sacerdote es estar en el templo de Dios, disfrutar de su comunión y crecer cada día en intimidad con él.

Sacerdotes en la creación

La aparición temprana de los sacerdotes y su intimidad con Dios apoyan su importancia teológica. Adán y Eva no son identificados explícitamente como sacerdotes, pero vivían y trabajaban en el huerto del Edén, allí donde la tierra y el Cielo se encontraban, y allí donde Dios se paseaba al aire del día. Para los hebreos familiarizados con el tabernáculo en el desierto, este era el lenguaje sacerdotal. Dios se paseó entre su pueblo en el Edén (Gn 3:8), y habitó y se paseó entre su pueblo por medio del tabernáculo (Lv 26:12).

La labor sacerdotal en el Edén consistía en «labrar» y «guardar» el huerto (Gn 2:15), y los levitas debían «guardar» y «custodiar» el tabernáculo (Nm 1:53; 3:36). En el albor del tiempo, nuestro propósito estaba claro. Fuimos creados para ser como nuestro Señor, para estar cerca de él, para vivir con él en su templo, y para participar en su vida abundante. Su presencia y su vida son coexistentes. Si tienes una, tienes la otra.

Pero entonces los sacerdotes edénicos se apartaron del Señor y entraron en un maridaje mortal, conocido a veces como el mundo-carne-diablo. Las consecuencias fueron nefastas: renunciaron a la vida, fueron separados del templo de Dios en la tierra y experimentaron la muerte. Paralelamente, la tarea sacerdotal de custodiar el santuario del Edén fue asumida por los querubines (Gn 3:24).

Dios va en busca de sus sacerdotes

Parecía que el pecado y la separación iban ser el final lógico de la historia; pero hemos de recordar que el plan de Dios era que su pueblo morase con él, y que el Señor siempre cumple sus propósitos. La muerte entró en el mundo, pero no acabó con él. La vida persistió y, si la vida persiste, es porque el Señor de la vida está cerca.

La intimidad de su presencia, que en ocasiones apenas fue manifestada, tuvo ciertamente sus momentos más evidentes e intensos. Personas como Enoc y Noé caminaron con Dios, y Abraham era amigo de Dios. La función sacerdotal perduró. Si había alguna duda de que el Señor permanecería cercano a su pueblo, la borró sujetándose a él por medio de un pacto.

Entonces, como salido de la nada, apareció Melquisedec (Gn 14:18), quien más adelante sería citado como prueba de la línea sacerdotal culminada en Jesús. Nosotros también estamos en dicha línea.

Jacob fue un sacerdote deshonesto. Era un usurpador y un engañador, pero descansó en un lugar donde el Cielo se unía a la tierra por medio de una escalera (Gn 28:10-17). Para conmemorar el lugar, lo rebautizó como Betel, o casa de Dios, y colocó una roca que anticipó el posterior templo de Dios en Israel.

Damos un salto ahora hasta el éxodo de Egipto, allí cada cabeza de familia funcionó como sacerdote durante la primera Pascua: el pueblo ofreció sacrificios, tuvo una comida comunal, y la presencia de Dios se manifestó. Toda la nación fue identificada como «un reino de sacerdotes» (Éx 19:6). El pecado no iba a poder frustrar el plan de Dios respecto a su pueblo sacerdotal. Él iría en su busca y les mostraría la intimidad de su presencia.

Sacerdotes en la casa de Dios

Sería un error pensar que la historia sacerdotal empezó cuando el tabernáculo de Dios se convirtió en una característica regular de la vida hebrea y los hombres de la tribu de Leví fueron identificados temporalmente como sacerdotes. En realidad, la función sacerdotal no era nueva. La ley del Sinaí añadió detalles al sacerdocio; la santidad, por ejemplo, pasó a ser clave para la humanidad. Para que Dios pueda morar en medio de su pueblo, este debe ser santo.

La santidad está relacionada con la distancia que está tiene respecto a su destinatario. El tabernáculo era el centro de la presencia terrenal de Dios. Los gentiles que vivían al margen de la ley divina estaban lejos de Dios. Los impuros también estaban lejos. Sin embargo, aquellos declarados limpios podían acercarse a la casa de Dios y traer sacrificios.

Los sacerdotes que habían sido limpiados y consagrados —o hechos santos— sí podían  entrar en el atrio exterior (el lugar santo). En el día de la Expiación, el sumo sacerdote podía entrar más lejos y representar al pueblo en el lugar donde el Cielo y la gloria se concentraban más plenamente en la tierra. Las instrucciones dadas acerca del tabernáculo enseñaban al pueblo cómo podía acercarse al Señor.

Gran Sumo Sacerdote

La tradición sacerdotal parece terminar con Jesús. Aunque Jesús cumplió en su muerte y resurrección con todos los detalles relacionados con el servicio y la consagración en el templo, las referencias al pueblo de Dios como «sacerdotes» son escasas.

Pablo escribió que estaba «ministrando a manera de sacerdote el evangelio de Dios» (Ro 15:16, LBLA). Pedro afirmó que somos «real sacerdocio» (1 P 2:9). Y el Apocalipsis nos identifica como «sacerdotes de Dios y de Cristo» (Ap 20:6; cf. 5:10). Sin embargo, aunque las referencias neotestamentarias a los sacerdotes son escasas, nuestra identidad sacerdotal sigue siendo el centro de la enseñanza del Nuevo Testamento.

Rastreamos esta característica de nuestra identidad a través de un título más completo, uno que sustituye y realza el título de sacerdote: santo. Los creyentes son santos, limpios y santificados por la sangre de Jesús, revestidos con túnicas sacerdotales de justicia. Pertenecemos a Dios y estamos cerca de él. Ahora, el gozo de la presencia de Dios es nuestro para siempre. Incluso somos su propio templo, y él mora en nosotros (1 Co 3:16). Somos uno en Cristo y uno con Cristo. Esto va mucho más allá de cualquier intimidad que hayamos podido imaginar.

«Yo estoy con vosotros»

En realidad, hay poquísima distancia entre la sencilla observación que hice en referencia a que las relaciones deben ser cercanas y nuestra misión como sacerdotes del Rey. Nuestro interés por dicha cercanía existe porque la intimidad y la comunión son fundamentales en cuanto al carácter de Dios se refiere. La impronta de este deseo por la cercanía es tan fuerte que impregna toda la raza humana y la propia creación. Por eso sufrimos si nos aislamos por demasiado tiempo. Dios ha establecido su Reino acercándose a nosotros y uniendo a judíos y gentiles en sí mismo. Juntos, crecemos en unidad como sacerdotes de Dios, como sus santos, allí donde el velo ha sido rasgado. Como habitantes de ese lugar íntimo, somos un pueblo enviado a los demás, para invitarlos a acercarse al Rey y Señor.

Esta cercanía sacerdotal también afecta a la manera en la que entendemos el pecado. Pecar es quebrantar la ley y esto provoca que Dios se aleje. Al igual que en las relaciones humanas, el pecado rompe la unidad. Los secretos y la culpa levantan muros y aislamiento. La confesión y la obediencia renovada sirven para aumentar nuestra comunión con Dios. Él se acerca a nosotros, y nos invita a acercarnos cada vez más a él.

En los debates teológicos actuales acerca del profeta-sacerdote-rey se suele dar poca importancia a los sacerdotes. Quizás su reputación neotestamentaria enfría nuestro interés. Pero es la parte de nuestra identidad humana que está más vinculada a la cercanía y la intimidad con Dios. Y, por tanto, su importancia tiene peso y prioridad. Esta realidad está llena de implicaciones para el día a día y el ofrecimiento del evangelio.

Por ejemplo, nuestra vida diaria se fortalecerá si entendemos que Dios desea estar cerca de nosotros. Esta ha sido siempre su intención y su propósito. Ahora mismo, él está cerca. No necesita que lo convenzamos con nuestros esfuerzos religiosos, y nosotros no necesitamos sentir la cercanía de Dios para estar seguros de que, efectivamente, está cerca nuestro. Cuando invitemos al mundo a venir al arrepentimiento, deberíamos tomarnos más tiempo en describir la experiencia de la soledad, el aislamiento, la vergüenza, el alejamiento de los demás y lo distantes que están del Señor. Entonces, escucharíamos al Dios que viene a nuestra puerta y llama invitándonos a que ejerzamos nuestra misión como sacerdotes del Rey.

En Cristo, eres un sacerdote real. Fuiste creado para estar cerca de Dios, y él ya se ha acercado a ti. «Yo estoy con vosotros», es ahora una certeza y es el resumen de todas sus promesas para con su pueblo.

Ed Welch

Ed Welch

‎Ed Welch es consejero y miembro de la facultad de ‎‎The Christian Counseling and Education Foundation‎‎. Ha sido consejero durante más de treinta años y ha escrito extensamente sobre los temas de la depresión, el miedo y las adicciones. Su libro más reciente es ‎‎Caring for One Other: 8 Ways to Cultivate Meaningful Relationships‎‎.‎