Nuestra vida en la suya

La Biblia utiliza diversos términos para referirse a lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo: salvación, regeneración, justificación, santificación, adopción, elección, redención, glorificación, etc. La pregunta que me esforcé en responder fue: ¿Cómo se relacionan todos estos términos entre sí? Más específica y personalmente, ¿cuándo, cómo y en qué secuencia ocurren estas realidades en nuestras vidas?

Como han hecho otros antes en la historia, mi pregunta buscaba entender la relación entre la justificación —ser declarado justo ante Dios— y la santificación (la obra progresiva por la que somos conformamos a la imagen de Jesús). ¿Precedió la justificación a la santificación y dio lugar a ella? ¿O la justificación se basó de alguna manera en mi santificación?

Resurrección y redención

El pasaje que suele marcar el tono del debate es Romanos 8:29-30:

Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a estos también llamó; y a los que llamó, a estos también justificó; y a los que justificó, a estos también glorificó.

Aquí tenemos el orden básico: conocido, predestinado, llamado, justificado y glorificado. La pregunta es cómo encajan en dicho esquema el resto de las realidades redentoras: salvados, redimidos, adoptados y santificados.

Mientras meditaba en ello, encontré un libro que resultó ser un punto de inflexión para mí: Resurrection and Redemption [La resurrección y la redención], de Richard Gaffin, un antiguo profesor de Westminster Theological Seminary. Es un libro pequeño de unas 150 páginas, pero es una gema teológica. La tesis básica del libro me ha sido profundamente útil para entender cómo unir las diversas ramificaciones de todo lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo.

Seremos resucitados

El libro comienza con la afirmación de que la resurrección de Cristo y la resurrección de los creyentes es una unidad que recorre todo el Nuevo Testamento. El autor cita textos como los siguientes:

Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho (1 Co 15:20).

él [Cristo] es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia (Col 1:18).

Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron (1 Co 15:16-18).

sabiendo que el que resucitó al Señor Jesús, a nosotros también nos resucitará con Jesús (2 Co 4:14).

Cada uno de estos pasajes expresa la realidad de que la resurrección de Cristo es única y, al mismo tiempo, está conectada con nuestra futura resurrección de forma inevitable. Cristo es la primicia, el primogénito de entre los muertos. Él es el Precursor, el Inaugurador, el Heraldo que nos marca el camino.

Hemos sido resucitados

Dicha unidad, sin embargo, no es simplemente una conexión entre la resurrección pasada de Cristo y nuestra resurrección futura. El Nuevo Testamento también recalca que ya hemos sido, en cierto sentido, resucitados con Cristo:

aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús (Ef 2:5-6).

sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos. Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados (Col 2:12-13).

¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva (Ro 6:3-4).

Estos pasajes enseñan que estamos unidos a Cristo no solo en su resurrección, sino también en toda su vida y muerte. Hemos muerto con Cristo. Hemos sido crucificados con Cristo. Hemos sido resucitados con Cristo. Hemos sido sentados con Cristo.

De pasajes como estos, Gaffin saca la conclusión de que esta unión existencial con Cristo es la base de la enseñanza de Pablo acerca de la salvación.

Hombre interior y hombre exterior

La unión personal y existencial entre nosotros y Cristo está entrelazada con el hecho de haber sido elegidos en Cristo antes de la fundación del mundo, así como con el hecho de haber estado, en cierto modo, «en Cristo» cuando fue crucificado, sepultado y resucitado en el primer siglo de nuestra era. En otras palabras, aunque podemos distinguir entre la redención planeada —en la eternidad pasada—, la redención realizada —en la historia, hace dos mil años— y la redención aplicada—en nuestras propias vidas individuales—, nunca podemos separarlas, ya que todas ellas tienen lugar «en Cristo».

Gaffin dirige nuestra atención hacia la tensión teológica que encontramos en la aplicación de la redención; el famoso «ya, pero aún no». En concreto, en cómo la resurrección de Jesús ha afectado la experiencia del creyente: ya hemos resucitado con Cristo (Ef 2:5); pero aún no hemos resucitado con Cristo (1 Co 15:12-20).

Gaffin utiliza la distinción que hace Pablo entre el hombre interior y el hombre exterior para resaltar este concepto. Hemos resucitado en el hombre interior, al mismo tiempo que esperamos la resurrección del hombre exterior, es decir, la resurrección del cuerpo en la segunda venida de Cristo. Pablo lo menciona explícitamente en 2 Corintios 4:16: «Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día».

¿Qué tiene que ver esto con el orden de la salvación, y los diferentes términos que usa la Biblia para describir lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo? Permíteme intentar expresar con mis propias palabras la enseñanza que podemos extraer de todo esto.

Cinco pinceladas de la misma realidad

Esencialmente, nuestra salvación es la unión con el Señor Jesús crucificado y resucitado. Pero para ayudarnos a entender la maravilla y la gloria de nuestra unión con Cristo, Dios nos da múltiples imágenes basadas en conceptos y metáforas para revelar la transcendencia de lo que Cristo ha hecho por nosotros. Cada una de dichas imágenes nos ayuda a comprender la incomprensibilidad de nuestra unión con el Señor Jesús. Podemos profundizar en el alcance de nuestra unión con Cristo utilizando:

  • Imágenes de un tribunal, en el que palabras como culpa y condena, justicia y justificación ocupan un lugar destacado.
  • Imágenes del templo, en las que se utilizan conceptos como santidad e impureza, santificación y limpieza.
  • Imágenes familiares, en las que el lenguaje del nuevo nacimiento y la adopción ocupan un lugar central.
  • Imágenes de la esclavitud y la redención, con mención a la esclavitud y el cautiverio, a la compra y la libertad.
  • Imágenes del lenguaje de la salvación y la liberación, recordando el peligro y el rescate realizado por el Salvador.

Y en vez de intentar poner los diferentes términos en la secuencia exacta, podemos verlos como las múltiples formas que Dios ha elegido para revelar la grandeza y la gloria de lo que ha hecho por nosotros.

Cinco imágenes del «ya, pero aún no»

Además, debido a la dimensión del «ya, pero aún no» de nuestra salvación, podemos ver que cada una de las imágenes contiene tres fases distintas: una fase posicional definitiva, una fase progresiva en curso y una fase final culminante. Volviendo a repasar las imágenes, podemos decir lo siguiente:

En referencia al tribunal, somos culpables y estamos condenados, pero Cristo vive, muere y resucita en nuestro favor y, por tanto, Dios nos declara justos en él. Esto es definitivo y está relacionado con una nueva posición y una condición legal basadas en la obra consumada de Cristo. Como resultado, salimos de la sala del tribunal con el veredicto de «libre» y tratamos de vivir vidas rectas y piadosas, caminando en justicia ante Dios, mientras esperamos el día en el que seremos vindicados públicamente como su pueblo, cuando nos resucite físicamente de entre los muertos.

En referencia al templo, Dios es santo y, por tanto, limpia lo impuro y aparta lo común para un uso santo. Hay una obra determinante de limpieza y santificación cuando confiamos en Cristo —estamos posicionados en él— y, así pues, durante el resto de nuestras vidas intentamos vivir vidas santas que de forma progresiva se apartan cada vez más del pecado y del mal, a la misma vez que esperamos nuestra limpieza completa y final en los cielos nuevos y la tierra nueva.

En referencia a la familia, Dios nos hace nacer de nuevo de forma definitiva y, a continuación, tratamos de caminar fielmente como sus hijos. O también podemos verlo como que nos adopta en su familia —eso es la conversión—, y ahora caminamos como hijos obedientes, mientras esperamos la declaración final de nuestra filiación y conformidad con la imagen de su Hijo cuando seamos glorificados.

En referencia a la esclavitud y redención, éramos esclavos del pecado y a la muerte, pero Dios nos liberó de forma irrevocable uniéndonos a su Hijo. A partir de entonces, buscamos vivir de forma extensiva y progresiva como hombres libres porque Cristo nos ha liberado para vivir en libertad, al mismo tiempo que esperamos la redención de nuestros cuerpos en el último día.

En referencia al peligro y rescate, Dios nos libra de la paga del pecado —la muerte— y, acto seguido y, durante el resto de nuestra vida, nos va rescatando más y más del poder del pecado como anticipación del día en el que seremos completamente liberados de la presencia del pecado en su Reino eterno.

Hecho por mí y en mí

El libro Resurrection and Redemption resultó ser un punto de inflexión para mí porque resolvió la tensión de si mi posición de justicia ante Dios —mi justificación— dependía de mi crecimiento gradual en conformidad con Jesús (mi santificación progresiva).

Gaffin, con las Escrituras en la mano, me confirmó que mi posición ante Dios —ya sea que hablemos del tribunal, el templo o la familia— estaba firme y definitivamente resuelta, simplemente por haber confiado en Jesús. La justificación es solo por fe, porque la fe me une a Cristo, quien es mi justicia. La justicia en la cual se basa mi justificación no es algo que Dios obra en mí, sino algo que Cristo ha conseguido para mí, y que ha hecho en su propio cuerpo, no en el mío. La unión con él —su vida, muerte y resurrección— me restaura delante de Dios, de modo que ahora me mira con completa satisfacción.

Así pues, partiendo de esta nueva posición ante el tribunal divino, Dios comienza a conformarme progresivamente más y más a la imagen de Jesús. La obra es a menudo lenta y, a menudo, dolorosa. El pecado permanece, aunque la paga del pecado ya no es una amenaza. Ahora mi búsqueda de la santidad y la obediencia a Dios se basa en la obra terminada de Jesús, tanto en la historia como en mi vida, y anhelo el día final en el que Dios me resucitará de entre los muertos y mostrará públicamente lo que ha hecho por mí y en mí.

Joe Rigney

Joe Rigney

‎Joe Rigney es presidente de ‎‎Bethlehem College & Seminary‎‎ y maestro de desiringGod.org. Es esposo, padre de tres hijos y pastor de ‎‎la Iglesia Cities‎‎. Su libro más reciente es ‎‎More Than a Battle: How to Experience Victory, Freedom, and Healing from Lust‎‎.‎