Meditando bíblicamente sobre la autoridad: Una entrevista con David Wells

Jonathan Leeman envió las siguientes tres preguntas sobre el tema de la autoridad a David Wells. A continuación, sus respuestas.

1. Si alguien se sentara a leer alguno de sus libros más destacados como No Place for Truth (Sin lugar para la verdad), God in the Wasteland (Dios en el páramo), Losing Our Virtue (Perdiendo nuestra virtud), Above All Earthly Powr’s (Sobre todo el poder terrenal), El valor de ser protestante, y Dios en el torbellino, ¿cuáles son algunas lecciones que podría aprender sobre cómo la gente en Occidente entiende el concepto de autoridad? 

Lo que llama la atención de nuestra situación actual, es que para muchas personas no hay algo en el mundo que pueda validar legítimamente cualquier acción o creencia. Simplemente no hay nada que haga que algo sea correcto. O, para decirlo de otra manera, estamos construyendo una brillante y compleja civilización, pero todo se basa en un vacío. Esto no significa que sea imposible para el gobierno hacer leyes, normas y regulaciones. Al contrario. ¡Estamos llenos de ellas! Pero lo que este vacío significa es que nada en la vida tiene una aprobación definitiva.

No siempre ha sido así. En otras civilizaciones, e incluso en nuestro pasado, se creía que había una autoridad en la vida. Y esto, por supuesto, está en el centro de la fe cristiana. Es Dios quien valida, o no, soberanamente las creencias y el uso del poder. Es aquí donde se encuentra la línea entre el bien y el mal. Pero el bien y el mal ahora son ideas abstractas en nuestro mundo contemporáneo. Se han vuelto irrelevantes para la vida.

Al entrar en nuestra era postmoderna, encontramos que ya no hay una narrativa en la vida; solo tenemos historias personales. No hay un significado superior, solo existen momentos personales cuando algo se vuelve real. No hay solo una verdad; hay verdades. No existe el bien y el mal; solo cosas que nos agradan y desagradan. Vivimos en un mundo psicológico, no moral y, ciertamente, no es un mundo en el que la realidad moral se define por la santidad de Dios. Estamos solos en la oscura noche del relativismo, donde no se puede decir que una opinión es verdadera mientras otra no lo es. Si una opinión es significativa, no puede ser negada por otra. Los diccionarios de Oxford designaron la palabra «posverdad» como la palabra del año 2016. La posverdad acepta el hecho de que una norma personal puede legítimamente superar un hecho objetivo.

En este ambiente cultural, toda autoridad se debilita. En primer lugar, cualquier apelación a cualquier tipo de autoridad es inaceptable, porque no hay nada que valide esa apelación. En segundo lugar, se deduce que quienes apelan a una autoridad lo hacen por motivos egoístas. Su apelación es simplemente una forma de manipular a otros y servir a sus propios intereses.

2. ¿Qué lecciones espera que los líderes de la iglesia puedan aprender de sus comentarios sobre el buen uso de la autoridad? 

En nuestra cultura, la autoridad es rechazada porque es vista como una limitación de las libertades personales. Como una restricción de la autonomía individual. Cuando la autonomía para pensar, hacer y decir lo que queremos se ve amenazada, nos sentimos en peligro. Esto es lo que muchos piensan en nuestro invertido mundo.

El punto de vista bíblico es justamente lo contrario. La libertad que vive desafiando a la autoridad, especialmente la autoridad de Dios, revela su propia esclavitud. Esa «libertad» es en realidad esclava del interés propio, y es un cautiverio cruel.

Por el contrario, la sumisión a la autoridad de Dios a través de nuestra obediencia a las Escrituras, centradas en Cristo, es la puerta a la verdadera libertad. Esta es la paradoja de la que Cristo habló. Debemos morir para vivir, pero si nos negamos a morir no podemos vivir.

Lo que a menudo no entendemos en nuestras iglesias, es que Dios no está en el pecador, no está en nuestra cultura, y nos invita a conocerlo a través de Cristo. La fe cristiana no es una operación que pone parches desde el interior. Y nuestra cultura de autoayuda no nos sirve de nada. La verdad de la fe cristiana viene de otro lado. Viene del Dios de la eternidad, cuya exhortación es también una invitación a someternos, por gracia, a su autoridad. La evidencia de que estamos aprendiendo a hacer esto, es cuando tenemos un creciente deseo por pensar en Dios, centrar nuestras vidas en él, temerlo en nuestros corazones y honrarlo en todo lo que hacemos. Este es el tipo de vida que él aprueba, y es el único tipo que tendrá aprobación eterna.

3. ¿Qué advertencias puede ofrecer a los líderes de la iglesia, y a los cristianos en general, sobre el buen y peligroso don de la autoridad? 

Permíteme comenzar con una simple verdad: toda autoridad, en la iglesia y en la sociedad, es delegada. Es la voluntad de Dios, dice Pedro, que nos sometamos a las instituciones humanas y a los gobernadores porque fueron enviados para castigar a los malhechores y alabar a los que hacen bien (1 P 2:13-15). Sin embargo, mientras que estas autoridades están puestas por designio divino, Pablo explica en Romanos 13:1 que «… no hay autoridad, sino de parte de Dios…». Toda esta autoridad en el gobierno, entonces, es delegada. Por lo tanto, solo se usa correcta y sabiamente cuando se utiliza de acuerdo con la naturaleza moral de Dios. Dios nunca delega la autoridad de las Escrituras a la Iglesia, sino que desiga a los miembros de la Iglesia para servir a su verdad. En este último sentido, permíteme hacer dos observaciones.

Primero, algunos pastores y líderes cristianos, al percatarse del caos actual de la sociedad, y el vacío que subyace en ella, han sido tentados a intervenir y llenar ese vacío; convirtiéndose en autoritarios en su manera de relacionarse con las personas. Desarrollan un estilo dominante. Algunos incluso se han convertido en algo parecido a líderes de cultos. Este estilo es atractivo algunas personas, especialmente para aquellas llenas de incertidumbre y que se alegran de que alguien más tome sus decisiones. Pero al ser un falso uso de la autoridad, siempre es destructivo.

En segundo lugar, lo que todos necesitamos no son predicadores más autoritarios sino sermones más autoritarios.

A veces hablamos de aquellos que han desarrollado un dominio inusual en sus áreas de estudio como «autoridades» en su área. O hablamos de expertos como si fueran maestros. Así, lo que tengo en mente son predicadores que son «autoridad» en vivir como a Dios le agrada, maestros en cómo vivir. Los sermones son mucho más que simples ejercicios de interpretación bíblica, aunque ahí es donde todos deben empezar. Los sermones más convincentes son aquellos que también se ven reflejados en la forma de vivir del predicador. Estos predicadores hablan de la Escritura, ante Dios, y lo aplican a su vida. Estos son los sermones que alimentan nuestras almas porque son verdaderos y sabios. Estos son a los que me refiero como autoritarios.

David Wells

David Wells

David Wells es un distinguido profesor investigador senior del Seminario Teológico Gordon-Conwell y autor de numerosos libros.