El problema de la iglesia hoy en día no es que
haya demasiadas personas que estén
apasionadamente enamoradas del cielo.
El problema no es que las personas que profesan
ser cristianos estén absteniéndose del mundo,
pasando la mitad de sus días leyendo las
Escrituras y la otra mitad cantando sobre el
placer que tienen en Dios mientras que son
indiferentes a las necesidades del mundo.
El problema es que personas que profesan ser
cristianas están pasando diez minutos al día
leyendo las Escrituras y después pasan la mitad
del día ganando dinero y la otra mitad
disfrutando y reparando las cosas en las que
gastaron el dinero.
No es la disposición hacia las cosas del cielo
lo que dificulta el amor; es la disposición hacia
las cosas del mundo lo que obstaculiza el amor,
inclusive cuando esté disfrazada con una rutina
religiosa los fines de semana.
¿Dónde está aquella persona cuyo corazón está
tan apasionadamente enamorado de la promesa de
la gloria del cielo, que siente que es un
exiliado y forastero en la tierra? ¿Dónde está
la persona que ha saboreado tanto la belleza de
la era venidera que ve los diamantes del mundo
como canicas, y a los entretenimientos del mundo
como un sinsentido, y considera que las causas
morales del mundo son insignificantes porque no
tienen en perspectiva la eternidad?
¿Dónde está esta persona?
Esta persona no está esclavizadas al Internet,
ni a comer, ni a dormir, ni a beber, ni a las
fiestas, ni a la pesca, ni a la navegación, ni
a las tonterías. Es una persona libre en una
tierra extranjera, y su única pregunta es esta:
¿Cómo puedo maximizar mi gozo en Dios por toda
la eternidad mientras estoy en exilio en esta
tierra? Y su respuesta es siempre la misma:
haciendo obras de amor.
Una sola cosa satisface el corazón de la
persona cuyo tesoro está en el cielo: hacer
obras del cielo, ¡y el cielo es un mundo de amor!
No son cuerdas del cielo las que atan de manos
al amor: es el amor al dinero, a los placeres
del ocio, a las comodidades y a los elogios
esas son las cuerdas que atan las manos del amor.
Y el poder para cortar esas cuerdas es la
esperanza cristiana.
Lo digo otra vez con toda la convicción que hay
dentro de mí: no es la disposición hacia las
cosas del cielo lo que dificulta el amor en esta
tierra; es la disposición hacia las cosas del
mundo. Por lo tanto, la gran fuente del amor es
la poderosa confianza liberadora de la esperanza
cristiana.
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