El libro clásico de J. C. Ryle «La santidad»1 se toma en serio la santidad, el pecado, la doctrina y el crecimiento cristiano. Pero, sobre todo, se toma en serio a Cristo.
La segunda mitad del s. XIX no fue benigna con los evangélicos victorianos.
Las ideas de Darwin, que aparecieron por primera vez en el libro El origen de las especies en 1859, empezaron a socavar la fe de algunos al igual que lo hizo la alta crítica alemana del Antiguo Testamento cuando llegó a las costas británicas el volumen Essays and Reviews [Ensayos y reseñas]. Al mismo tiempo, los ritualistas se ocuparon de despojar a la Iglesia de Inglaterra de su herencia protestante, ya que los hombres con un «amplio punto de vista» insistían en que la sinceridad —no la verdad— era lo «único necesario». Para empeorar las cosas, las relaciones entre la religión oficial y los inconformistas alcanzaron nuevos mínimos y, atacar —o defender— las instituciones religiosas, se convirtió en una obsesión eclesiástica casi universal.
Pero en la década de 1870, un movimiento de renovación espiritual importado de EE. UU. pareció ofrecer una nueva vida espiritual a los grupos evangélicos enfrentados. Prometía la salvación plena y la liberación completa de todo pecado conocido —lo que en esencia se llamó una «segunda experiencia de conversión»—, y todo lo que había que hacer era simplemente «dejarse llevar y dejar a Dios hacer». Se celebró una serie de reuniones populares por toda Inglaterra para promover esta nueva visión de la vida cristiana, y nació la Convención de Keswick y el Movimiento de Vida Superior.
La santidad explicada y defendida
J. C. Ryle (1816-1900), el llamado «Spurgeon anglicano» y líder indiscutible del partido evangélico dentro de la Iglesia de Inglaterra, rechazó enérgicamente la espiritualidad de Keswick. Ryle, junto con otros líderes evangélicos de la vieja guardia, intentó reconducir este nuevo interés por la santidad personal hacia canales más ortodoxos. Se escribieron artículos y se pronunciaron discursos. Incluso se celebró una conferencia rival en 1875 para promover la santidad bíblica. Aun así, el Movimiento Keswick siguió ganando fuerza, especialmente entre los evangélicos más jóvenes. Por ello, Ryle publicó su propia respuesta en 1877 que, posteriormente, fue ampliada en 1879.
La santidad: Su naturaleza, obstáculos, dificultades y raíces resultó ser una de las obras más populares de Ryle. Es una de las mejores presentaciones de la espiritualidad puritana y reformada que se ha escrito y, gracias a la sencillez y el vigor del estilo de escritura de Ryle, es ciertamente una de las más comprensibles. Podríamos decir que La santidad es como el Progreso del Peregrino solo que expresado de forma proposicional. Y, al igual que la obra maestra de Bunyan, se ha convertido en todo un clásico. Dicho volumen fue editado cinco veces durante la vida de Ryle, y se ha reeditado regularmente desde que Martyn Lloyd-Jones lo promovió en 1952.
La edición ampliada de La santidad (1879) contiene veintiún artículos, así como una excelente introducción. Los primeros siete capítulos son el corazón de La santidad y forman un libro dentro de un libro (en la edición original de 1877). Aquí Ryle explica «la verdadera naturaleza de la santidad, así como sobre las tentaciones y las dificultades concomitantes que todos hemos de esperar» (p. 9). El resto del libro consiste en una serie de sermones relacionados con la santidad ordenados temáticamente: estudios del carácter bíblico (caps. 8-12), la iglesia (caps. 13-14), Cristo (caps. 15-20), y porciones de Robert Traill y Thomas Brooks (cap. 21).
En vez de comentar cada capítulo, permíteme presentarte algunos de los grandes temas de este clásico espiritual.
La santidad
El libro La santidad se toma la santidad en serio. La santidad personal es esencial para la salvación final. Esta afirmación no es un legalismo ni una amenaza para la preciosa doctrina de la justificación solo por fe. Es una verdad solemne y clara en las Escrituras: «Buscad […] la santidad, sin la cual nadie verá al Señor» (He 12:14, LBLA). Si La santidad logra algo, es recordar al lector esta verdad crítica y potencialmente incómoda. Si no me crees, lee el capítulo acerca de la esposa de Lot (cap. 10), o considera esta pregunta que Ryle plantea a los indiferentes:
Imagina por un instante que se te permitiera acceder al Cielo sin santidad. ¿Qué es lo que harías? ¿Qué posible disfrute sentirías allí? ¿A qué santos te unirías y al lado de quién te sentarías? Sus placeres no son los tuyos, sus gustos no son los tuyos, su carácter no es el tuyo. ¿Cómo podrías ser feliz si no hubieras sido santo en la tierra? (p. 110).
Espera ser condenado, desafiado y alentado si estás decidido a buscar la santidad con mayor celo.
El pecado
El libro La santidad se toma en serio el pecado. Ryle argumenta que «quien desee tener una idea adecuada de la santidad cristiana ha de partir del examen de la amplia y extensa cuestión del pecado» (p. 34).
El pecado es una gigantesca enfermedad moral que afecta a toda la raza humana. Esta consiste en «hacer, decir, pensar o imaginar cualquier cosa que no esté en perfecta conformidad con la mente y la ley de Dios» (pp. 35-36). Es una enfermedad familiar que todos heredamos de nuestros primeros padres, y que infecta cada parte de nuestra constitución moral. Su culpabilidad y vileza —la propia pecaminosidad del pecado— debe verse a la luz de su remedio: «Muy negra tiene que ser la culpa para que nada sino la sangre del Hijo de Dios pudiera ofrecer satisfacción por ella» (p. 44). Pero en un hábil movimiento pastoral, típico de La santidad, Ryle pasa de la culpa del pecado a la gracia de Dios:
A la necesidad del hombre se le revela un remedio tan amplio y profundo como su enfermedad. No hemos de temer observar el pecado y estudiar su naturaleza, su origen, su poder, su alcance y su vileza, si tan solo observamos a la par la poderosa medicina que se nos proporciona en la salvación que es en Jesucristo. Aunque el pecado ha abundado, la gracia ha sobreabundado (p. 48).
La doctrina
El libro La santidad se toma en serio la doctrina. En los primeros siete capítulos del libro, Ryle trata la doctrina de la santificación sistemáticamente, comenzando con el pecado (cap. 1) y terminando con la seguridad (cap. 7). Estos capítulos son sin duda los más sofisticados del libro en términos teológicos. Ryle define términos, expone las Escrituras, pormenoriza asuntos importantes, discute los documentos fundacionales de la Iglesia, cita autoridades en el tema y refuta a los oponentes. Y, sin embargo, nunca pierde de vista el propósito pastoral de la obra. No conozco ningún libro comparable en cuanto a profundidad teológica y sensibilidad pastoral.
Lo mismo ocurre con los capítulos que componen el resto del libro. Al ser originalmente sermones, contienen necesariamente más exhortación y aplicación práctica que los siete primeros capítulos, pero teológicamente hablando, son muy vigorosos. Ryle no tiene ningún problema en debatir la persona de Cristo, la inspiración de las Escrituras o la naturaleza de la iglesia cuando el texto del sermón lo requiere.
Las obras de Ryle son muy conocidas y apreciadas por su combinación de sólido contenido doctrinal y práctica sabiduría pastoral. En este sentido, La santidad es posiblemente lo mejor que ha escrito Ryle.
El crecimiento
El libro La santidad se toma en serio el crecimiento. Los creyentes deben crecer en santidad, pues la santificación es una obra progresiva. Esta obra te obligará a aceptar esta realidad. El verdadero cristianismo es una lucha: «Estar en paz con el mundo, la carne y el diablo, es estar enemistados con Dios, y en el camino ancho que lleva a la destrucción. No tenemos alternativa: debemos luchar o perdernos» (pp. 130-131).
Ryle recuerda al lector que es costoso seguir a Cristo. Le costará al hombre su pecado y su justicia propia, su amor por la paz y la comodidad, y el favor del mundo. Mucho antes de que Dietrich Bonhoeffer criticara la gracia barata, Ryle señaló lo siguiente: «¡La religión que no cuesta nada, no vale nada! Un cristianismo barato, sin cruz, al final demostrará ser un cristianismo inútil, sin corona» (p. 158).
Además, el creyente debe «crecer en la gracia». Ryle lo explica:
Cuando hablo de alguien que crece en la gracia me refiero simplemente a esto: que la conciencia de su pecado se acrecienta, su fe se fortalece, su esperanza se hace más brillante, su amor más amplio y su mentalidad espiritual más marcada. Siente de manera más intensa el poder de la piedad en su corazón, y la manifiesta de manera más acusada en su vida. Va de poder en poder, de fe en fe y de gracia en gracia (p. 180).
¿Y cómo crecen los creyentes? «Quien desee crecer en la gracia deberá utilizar los medios dispuestos a tal efecto» (p. 190). Dichos medios incluyen los medios privados de gracia (la oración y la lectura de la Biblia, la meditación y el autoexamen, y la comunión diaria con Cristo), y los medios públicos de gracia (la Palabra predicada y el culto, los sacramentos y el descanso en el día de reposo).
No hay duda de que estos capítulos son desafiantes, pero encuentro el realismo de Ryle refrescante. Aquí no hay gafas de color de rosa. La descripción que hace Ryle de la vida cristiana es una que la mayoría de nosotros puede reconocer e identificar. Es una lucha. Hay costes. El crecimiento es esencial y difícil. Y Ryle nos apremia de forma palpable a buscar todas estas cosas. Aun así, cuando he acabado de leer estos capítulos me encuentro más animado a buscar la santidad que cuando empecé la lectura. Hay recursos y, al mismo tiempo, desafíos. El verdadero cristianismo es la buena batalla. Ryle nos recuerda que tenemos los mejores generales, las mejores ayudas, las mejores promesas y la seguridad de la victoria. Seguir a Cristo nos costará, pero dichos costes palidecen en comparación con la recompensa que espera a aquellos que perseveramos. El crecimiento es necesario, pero hay medios al alcance de todos los creyentes que nos van a ayudar a «crecer en gracia».
Cristo
Por último, El libro La santidad se toma en serio a Cristo. La persona y la obra de Cristo es, quizá, el tema más importante de esta obra. Ryle ciertamente pretendía que así fuera.
Cristo es «el sol y el centro» de la piedad cristiana. «Cristo es al cristianismo verdadero lo que es el sol en los cielos» (p. 575) La comunión con Cristo «es uno de los secretos de una santidad eminente. Quien desee asemejarse a la imagen de Cristo y convertirse en alguien similar a él deberá estudiarle de continuo» (pp. 374-375). Además:
Cristo es la fuente del cristianismo doctrinal y práctico. El correcto conocimiento de él es fundamental para conocer correctamente la justificación y la santificación. Por otro lado, quien busque la santidad no hará verdaderos progresos, a menos que le otorgue el lugar que le corresponde (p. 564).
El último capítulo resume el lugar de Cristo en la obra La santidad: «Cristo es todo». Es uno de los capítulos más sobresalientes que Ryle ha escrito jamás; lo cual no son palabras menores. En vez de describirlo, permíteme animarte a leerlo y no te dejes los capítulos que lo preceden. Es un recordatorio conmovedor de que la santidad personal es cristocéntrica y cruciforme. Ryle concluye el libro con estas palabras:
Vivamos de Cristo, en él, con él y para él. Al hacerlo, demostraremos que comprendemos plenamente que él es el todo, sentiremos una gran paz y alcanzaremos una mayor santidad, sin la cual nadie verá al Señor (p. 592).
El libro La santidad de J. C. Ryle te ayudará enormemente en esta gran búsqueda.
1. Ryle, J. C.: La santidad: Su naturaleza, obstáculos, dificultades y raíces (Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino, 2013).