La mayoría de las personas no quieren ser consideradas como perezosas, como personas reacias al trabajo duro. Todos sabemos que la pereza es un vicio, un uso corruptor y adictivo de un buen don: el descanso. El ocio en dosis adecuadas es un maravilloso y refrescante regalo de Dios. Pero dar rienda suelta al ocio hasta descuidar las responsabilidades que Dios nos ha dado, trae consigo nuestra destrucción y la de los demás.
Sin embargo, es destructiva por una razón más profunda que el obvio impacto perjudicial del trabajo hecho con negligencia, o no hecho en absoluto. A un nivel más profundo, la pereza nos roba la felicidad al disminuir nuestra capacidad de disfrutar de los placeres más profundos. Y, además, nos impide amar como deberíamos.
Dado que todos nosotros somos tentados de diferentes a caer en la pereza, es útil tener en cuenta todo lo que está en juego, y por qué, una y otra vez a lo largo de la Biblia, Dios nos ordena procurar la virtud de la diligencia.
Virtudes y vicios
Para los cristianos, una virtud es una excelencia moral que, si se cultiva como un hábito, se convierte en un rasgo de carácter moralmente excelente. Nos conformamos más a la imagen de Cristo (Ro 8:29) y experimentamos una mayor capacidad para deleitarnos en lo que Dios ha hecho bueno, verdadero y bello. Vemos ejemplos bíblicos en 2 Pedro 1:5-8:
«Vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud [aretē en griego, refiriéndose a todas las virtudes]; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo».
Por el contrario, un vicio es una corrupción moral que, si se cultiva como un hábito, se convierte en un rasgo de carácter moralmente corrupto. Nos conformamos más al modelo de este mundo caído (Romanos 12:2) y experimentamos una menor capacidad para deleitarnos en lo que Dios ha hecho bueno, verdadero y hermoso. Vemos ejemplos bíblicos en Gálatas 5:19-21:
«Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican [prassontes en griego, significa “tener el hábito de hacer”] tales cosas no heredarán el reino de Dios».
Por qué la diligencia es una «virtud celestial»
En el siglo V o VI, muchos en la iglesia incluyeron la diligencia en la lista de las siete virtudes celestiales para contrarrestar la pereza, que estaba en su lista de los siete pecados capitales. Pero los santos a lo largo de la historia redentora siempre han considerado la diligencia como una virtud necesaria. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento ordenan sistemáticamente a los santos ser diligentes y advierten sobre los peligros de la pereza.
A continuación, una muestra:
«Por tanto, guárdate, y guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, ni se aparten de tu corazón todos los días de tu vida» (Dt 4:9).
«El alma del perezoso desea, y nada alcanza; mas el alma de los diligentes será prosperada» (Pr 13:4).
«Tú has ordenado tus preceptos, para que los guardemos con diligencia» (Sal 119:4 LBLA).
«En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor» (Ro 12:11).
«Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma. Porque oímos que algunos de entre vosotros andan desordenadamente, no trabajando en nada, sino entremetiéndose en lo ajeno» (2 Ts 3:10-11).
«Así que, hermanos, sed tanto más diligentes para hacer firme vuestro llamado y elección de parte de Dios; porque mientras hagáis estas cosas nunca tropezaréis» (2 P 1:10 LBLA).
Como muestran estos pasajes, la diligencia es una «virtud celestial» porque es un medio para cultivar la piedad, es decir, para aumentar la capacidad de deleitarnos profundamente en Dios y en sus dones. Cultivar el «pecado mortal» (o vicio) de la pereza, por otro lado, es un medio para cultivar la impiedad, es decir, para disminuir la capacidad de deleitarnos profundamente en Dios y sus dones.
Dejando en evidencia nuestro amor
Pero cuando hablamos de procurar la diligencia como una forma de cultivar la piedad, hay una dimensión adicional además de desarrollar una fuerte ética de trabajo para experimentar mayores alegrías. Puesto que «Dios es amor» (1 Jn 4:8), y puesto que el amor cumple su ley (Ro 13:10; Gá 5:14), crecer en la piedad significa que crecemos en algún aspecto de lo que significa amar. Lo que hace que la virtud de la diligencia sea netamente cristiana es que es una de las formas en que amamos a Dios supremamente y amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mt 22:37-39).
Dios nos ha diseñado de tal manera que nuestras acciones revelan los verdaderos sentimientos de nuestro ser interior. Para decirlo de forma muy sencilla (y admito que muy simplista): la forma en que nos comportamos, a lo largo del tiempo, refleja lo que creemos; lo que hacemos refleja lo que deseamos; nuestro esfuerzo refleja lo que amamos.
Ahora bien, reconozco que estoy tocando un tema complejo. Nuestras creencias, deseos y amores motivadores no son sencillos, como tampoco lo son los contextos en los que nos comportamos, hacemos y trabajamos. Tampoco lo son los trastornos neurológicos y las enfermedades que, a veces, dificultan estos engranajes ya de por sí complejos.
Dicho esto, sigue siendo cierto que nuestros comportamientos constantes a lo largo del tiempo revelan lo que realmente creemos, deseamos y amamos. Esto es lo que quiso decir Jesús al afirmar que podemos distinguir entre un árbol sano (virtuoso) y un árbol enfermo (corrupto) por sus frutos (Mt 7:17-20).
Y por supuesto, el «fruto» se ve no solo en lo que hacemos, sino en cómo lo hacemos. Y aquí es donde nuestra diligencia o pereza suele revelar qué o a quién amamos de verdad. Puesto que procuramos cuidar lo que valoramos mucho, suele ser evidente cuando otros ponen su corazón en lo que hacen y cuando no lo hacen. O como dijo Pablo de algunos que eran «glotones ociosos» en Creta: «Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan» (Tit 1:12, 16).
En lo que hacemos y en cómo lo hacemos, en nuestra diligencia o pereza, dejamos en evidencia nuestro amor, ya sea que amemos a Dios (Jn 14:15) y al prójimo (1 Jn 3:18), o que nos amemos egoístamente a nosotros mismos (2 Ti 3:2).
Sé más diligente
Por tanto, hay más en juego en nuestra diligencia o pereza de lo que podríamos haber pensado anteriormente.
Sí, la diligencia es importante para realizar un trabajo de calidad, lo cual es beneficioso en muchos sentidos. Pero el trabajo duro, por sí solo, no se equipara a la virtud de la diligencia. Como señala Tony Reinke: «La adicción al trabajo es perezosa porque utiliza el trabajo de forma egocéntrica para centrarse en el progreso personal o en los elogios acumulados» (Killjoys, p. 50).
Cuando la Escritura nos ordena ser «más diligentes» (2 P 1:10 LBLA), Dios nos está llamando a trabajar duro hacia los fines correctos (crecer en la piedad), de la manera correcta (lo que Dios manda), por las razones correctas (el amor). Cuanto más nos caracteriza este tipo de diligencia, más nos parecemos a Jesús: nos deleitamos cada vez más en lo que le deleita a él, y amamos cada vez más como él ama, que es la verdadera virtud.