La oración es para pecadores

Dios responde las oraciones de pecadores, no de
personas perfectas. La vida de oración puede
quedarse totalmente paralizada si uno no se
centra en la cruz y se da cuenta de esto.

Podría mostrarlo en numerosos pasajes del
Antiguo Testamento —donde Dios oye el gemido de
su pueblo pecador que clama para ser librado de
los problemas en los que sus mismos pecados los
metieron (por ejemplo, Salmos 38:4, 15; 40:12-13;
107:11-13)— pero lo mostraré en Lucas 11, de dos
maneras:

En esta versión del Padre Nuestro
(versículos 2-4), Jesús dice: «cuando oréis,
decid», y luego en el versículo 4 incluye esta
petición: «y perdónanos nuestros pecados». Por lo
tanto, si conectamos el principio de la oración
con la mitad, lo que Jesús dice es: «Cuando oréis,
decid… perdónanos nuestros pecados».

Considero que esto significa que ésta debería ser
una parte de todas nuestras oraciones, del mismo
modo que cuando decimos «santificado sea tu nombre».
Esto quiere decir que Jesús da por sentado que
necesitamos buscar el perdón prácticamente cada
vez que oramos.

En otras palabras, siempre somos pecadores. Nada de
lo que hacemos es perfecto. Como dijo Martín Lutero
en su lecho de muerte: «Somos mendigos, eso es lo
que somos».

No importa qué tan obedientes hayamos sido antes
de orar. Siempre nos acercamos al Señor como
pecadores todos nosotros. Y Dios no da la espalda
a las oraciones de pecadores cuando oran
de este modo.

El segundo lugar donde veo que se da esta enseñanza
es en el versículo 13: «Pues si vosotros siendo
malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos,
¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu
Santo a los que se lo pidan?».

Jesús llama a sus discípulos «malos». Un lenguaje
bastante fuerte. Y no quiso decir que ellos ya no
tendrían comunión con él. Tampoco quiso decir que sus
oraciones no serían respondidas.

Quiso decir que mientras esta era de perdición dure,
incluso sus propios discípulos tendrían una
inclinación hacia el mal que contaminaría todo lo
que hicieran, pero que eso no impediría que hicieran
mucho bien.

Somos malos y redimidos al mismo tiempo. Estamos
venciendo nuestra maldad gradualmente por el poder
del Espíritu Santo. Pero nuestra corrupción natural
no queda anulada en el momento de la conversión.

Somos pecadores y somos mendigos. Si reconocemos
este pecado, luchamos contra él y nos aferramos a
la cruz de Cristo como nuestra esperanza, entonces
Dios nos oirá y responderá nuestras oraciones.

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