La mentira de los días cotidianos

Muchos se darán cuenta entonces de que la vida cotidiana nunca fue tal cosa.

Cuando Cristo regrese, muchos descubrirán demasiado tarde que vivieron dentro de un sueño. Los años vinieron y se fueron. La primavera se convirtió en otoño y el otoño en invierno. Crecieron y envejecieron, pero nunca despertaron. La «vida cotidiana» les mintió. Así lo predijo Jesús:

Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre. Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre (Mt 24:37-39).

El regreso de Jesús marcará el fin del mundo y será como la época antes del diluvio en los «días de Noé». ¿Qué ocurrió en los días de Noé? Que la gente estaba ocupada sin ser consciente de lo que se le venía encima: estaban comiendo, bebiendo, casándose y dándose en casamiento; yendo por la vida «como de costumbre». La misma mañana del diluvio, la gente se preocupó simplemente de lo cotidiano. Lo inmediato parecía lo más urgente, lo más real. Planificar la comida, cambiar los pañales, preparar la boda, trabajar, comprar y vender; todas estas cosas les parecían las mayores realidades de la vida. Hasta que empezó a llover.

Las experiencias cotidianas

Como muchos en la actualidad, la gente de la época de Noé dedujo que el significado de la vida se encontraba en las experiencias cotidianas de la misma.

Llegaba el miércoles y les parecía como cualquier otro miércoles. Empezaban el trabajo y lo terminaban. Comían, comían de nuevo y terminaban su trabajo para volver a comer. Jugaban con los niños en la casa. Estaban ocupados con los quehaceres y los proyectos diarios. Hablaban y escuchaban, reían y bostezaban, se levantaban de la cama y volvían a ella; todo era normal. Los días no parecían tener un peso eterno. Nada sobrenatural parecía estar en juego. El presente no parecía ser nada más que el presente.

Realidades tales como Dios, Satanás, el alma o la eternidad no se les hicieron más y más evidentes con el paso de los días. No se preocuparon lo más mínimo en considerar la realidad espiritual. Y cuando lo hicieron, les pareció tan inverosímil que fuera verdad como hubiera sido ver una vaca volando por los cielos. Dedujeron que la sustancia de la vida se encontraba en las experiencias cotidianas de la misma. Un error fatal. «Más como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre».

Un hombre y su arca

Mientras ellos se implicaban en sus planes diarios, preocupados por lo que consideraban la parte principal de los lunes, martes y sábados, Noé trabajaba con sus hijos en lo improbable, lo impensable. Mientras el mundo comía y bebía, él trabajaba. Mientras ellos seguían haciendo las cosas que acostumbraban, él y sus hijos prepararon una arca del tamaño de un campo de fútbol para salvar a la familia. «Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase» (He 11:7).

Imagina la escena. Las décadas pasaban, los niños nacían, los pañales se cambiaban, las casas se construían y, cuando los adultos miraban por la ventana, veían lo que habían visto desde la infancia: a Noé y sus hijos trabajando en el arca. Y Noé proclamaba un mensaje tan extraño como el arca que estaba construyendo: advertía del inminente juicio divino. Quizá algunos escucharon la primera semana, pero a la larga, los oyentes decidieron volver a la vida real.

La vida real de Noé era diferente. Aunque él también comió y bebió y organizó matrimonios para sus tres hijos (Gn 7:13), lo hizo con un oído atento a la voz de Dios, un martillo en su mano para el trabajo que Dios le encomendó y los ojos puestos en los cielos esperando la promesa de Dios. Cuando celebró, no le hizo volverse descuidado, cuando bebió, no le hizo apartarse y, cuando se dio en casamiento, no le hizo despreciar su misión. A diferencia de los ciudadanos de este mundo, Noé vivió alerta y preparado. Creyó lo que Dios le dijo; que vendría un diluvio de aguas.

Mientras las décadas se multiplicaban, Noé siguió trabajando, siguió proclamando, siguió resistiendo la tentación de parar y volver a la vida cotidiana.

Y empezó a llover

Como ocurrirá en la segunda venida de Jesús, llegó el día inesperado.

El día comenzó como cualquier otro. Rostros arrugados y ojos desgastados miraron por las viejas ventanas para ver de nuevo a aquel hombre extraño, que ahora estaba llevando mofetas, gansos y ciervos a su arca terminada. Aún pudieron oír su ronca voz diciendo: «Volveos de vuestros pecados, arrepentíos y clamad a Dios. Él está dispuesto a libraros de este juicio inminente. Esta arca es lo suficientemente grande para todos los que quieran venir».

Tal vez sintieron pena por el viejo loco, pero cerraron las ventanas y dirigieron sus pensamientos hacia los quehaceres diarios. Pero ese día, Noé y su familia entraron en el arca y ya no volvieron a ser vistos. «Jehová le cerró la puerta» (Gn 7:16), y las cataratas de los cielos fueron abiertas.

Así pues, ¿cuál es el argumento? El argumento es que el día a día, tanto entonces como ahora, no es lo que a veces pensamos. Los «días cotidianos», cuando se viven sin tener en cuenta la eternidad, sin tener en cuenta a Dios, el pecado y la segunda venida de Cristo, son ilusiones mortales.

La mentira de los días cotidianos

Lo que la mayoría experimenta como un miércoles cotidiano, una cena cotidiana y un fin de semana cotidiano, de pronto, se convertirá en una ola arrasadora que te llevará directamente al juicio y la eternidad. La importancia de estos «últimos días» radica en que preceden al regreso del Rey. Pero la vida diaria, si se lo permitimos, nos hará comer, ser anfitriones, beber, contar historias, reír, ver el fútbol, tener citas, casarnos y darnos en casamiento de forma inconsciente, sin estar preparados para la eternidad.

Así eran los días de Noé. No se daban cuenta de que lo grande, lo verdadero, lo más relevante, se encontraba más allá de lo cotidiano. Existe un mundo en otra parte; un lugar donde vive la «verdadera realidad». Ahora mismo, su mano está llamando a tu puerta. Medita en esto: ¿Qué es más real para ti, la lista de tareas semanales o la promesa del regreso de Cristo?

La verdadera realidad se está acercando

Cuando él venga, todos los planes para la próxima semana morirán. Los libros se quedarán sin leer. Las bodas se cancelarán. Los planes para la cena, se desvanecerán. En un momento, los incrédulos oirán cómo se cierra la puerta del arca. La vida se despojará de sus vestiduras viles al derrumbarse el muro que separa el mundo físico del espiritual.

Jesús llama al mundo a prepararse para su venida: «Por tanto, también vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis» (Mt 24:44).

Y prepararse no significa construir un barco en el patio trasero; sino comer y beber, hablar y casarse, al mismo tiempo que esperamos que se cumpla la promesa de la venida de Cristo. Debemos vivir siendo conscientes de que tenemos un alma eterna. Debemos vivir esperando que empiece a llover. Debemos vivir teniendo temor reverente a Dios. Cuando el mundo te mira, ¿qué es lo que ve, qué estás construyendo? ¿Hay algo en tu vida que solo pueda explicarse por creer en Cristo y su regreso?

No te dejes engañar por la continuidad de las semanas y los años que van pasando. En cada uno de ellos, la eternidad está en juego. En cada uno de ellos, la eternidad se está acercando. La verdadera realidad no tardará mucho en aparecer ante nuestros ojos. Tanto el gozo como el horror eternos se encuentran más allá de las nubes. ¿Estás preparado para el regreso de Cristo?

Greg Morse

Greg Morse

‎Greg Morse es escritor de desiringGod.org y graduado de ‎‎Bethlehem College & Seminary‎‎. Él y su esposa, Abigail, viven en St. Paul con su hijo e hija.‎