La luz más allá de la luz

Jesucristo es refrescante. Apartarse de él y
dejarse llevar por los placeres del ocio sin
Cristo hace que el alma se reseque.

Quizás al principio uno se sienta más libre
y lo pase mejor al escatimar las oraciones
y desatender la lectura de la Palabra. Sin
embargo, esto luego tiene su precio:
superficialidad, impotencia, vulnerabilidad
frente al pecado, preocupación excesiva por
nimiedades, relaciones frívolas, y una
alarmante pérdida de interés por la adoración
y las cosas del Espíritu.

No permitamos que el verano haga que nuestra
alma se marchite. Dios nos dio ese tiempo de
descanso para que fuera un anticipo del
cielo, no un sustituto.

Si el cartero le trae una carta de amor de su
prometida, no se enamore del cartero. No nos
enamoremos del video de preestreno hasta el
punto de volvernos incapaces de amar la
realidad que se avecina.

Jesucristo es el refrescante centro del
verano. Él tiene la preeminencia por sobre
todas las cosas (Colosenses 1:18), incluso sobre
las vacaciones, los días de campo, las largas
caminatas y las comidas y deportes al aire libre.
Él nos hace una invitación: «Venid a mí, todos
los que estáis cansados y cargados, y yo os haré
descansar» (Mateo 11:28).

La pregunta es: ¿es eso lo que queremos? Cristo
se nos ofrece a sí mismo en la medida en que
nosotros anhelamos ser refrescados en él.
«Me buscaréis y me encontraréis, cuando me
busquéis de todo corazón»
(Jeremías 29:13).

Lo que Pedro dice al respecto es lo siguiente:
«Arrepentíos y convertíos, para que vuestros
pecados sean borrados, a fin de que tiempos de
refrigerio vengan de la presencia del Señor»
(Hechos 3:19). Arrepentirse no solo implica dar
la espalda al pecado, sino también volverse al
Señor con el corazón abierto, expectante y sumiso.

¿Qué tipo de actitud veraniega es esta? Es la
actitud que describe Colosenses 3:1-2: «Si habéis,
pues, resucitado con Cristo, buscad las cosas de
arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de
Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en
las de la tierra».

¡La tierra es de Dios! Es un adelanto de la
realidad de lo que el verano eterno será donde
«la ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que
la iluminen, porque la gloria de Dios la ilumina,
y el Cordero es su lumbrera»
(Apocalipsis 21:23).

El sol de verano es un mero destello de luz en
comparación con el que ha de ser el sol: la gloria
de Dios. El verano nos permite percibir y demostrar
esta realidad. ¿Deseamos tener ojos que ven? Señor,
haznos ver la luz más allá de la luz.

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