Dejemos en claro desde el principio del año
que, como creyentes en Jesús, todo lo que
recibamos de Dios este año será misericordia.
Sin importar cuáles sean los deleites o
aflicciones que tengamos por delante, todo
será misericordia.
Esa es la razón por la que Cristo vino al
mundo: «para que los gentiles glorifiquen
a Dios por su misericordia» (Romanos 15:9).
Nacimos de nuevo «según su gran misericordia»
(1 Pedro 1:3). Oramos a diario «para alcanzar
misericordia» (Hebreos 4:16), y ahora estamos
«esperando ansiosamente la misericordia de
nuestro Señor Jesucristo para vida eterna»
(Judas 1:21). Si un cristiano demuestra ser
fiel, es porque «ha alcanzado misericordia
del Señor para ser fiel» (1 Corintios 7:25).
En Lucas 17:5, los apóstoles rogaron al Señor:
«¡Auméntanos la fe!». Jesús les respondió: «Si
tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais
a este sicómoro: Desarráigate y plántate en el
mar. Y os obedecería» (Lucas 17:6). En otras
palabras, la vida cristiana y el ministerio no
dependen de la intensidad o cantidad de fe que
tengamos, ya que eso no es lo que desarraiga
árboles. Dios es quien lo hace. Por
consiguiente, la fe que realmente nos une a
Cristo, por muy pequeña que sea, nos dará
suficiente poder del Señor para suplir todas
nuestras necesidades.
Pero ¿qué hay de nuestros logros? ¿Acaso
nuestra obediencia nos impide rogar por
misericordia? Jesús nos da la respuesta en
Lucas 17:7-10:
«¿Quién de vosotros tiene un siervo arando
o pastoreando ovejas, y cuando regresa del
campo, le dice: Ven enseguida y siéntate a
comer? ¿No le dirá más bien: Prepárame algo
para cenar, y vístete adecuadamente, y
sírveme hasta que haya comido y bebido; y
después comerás y beberás tú? ¿Acaso le da
las gracias al siervo porque hizo lo que se
le ordenó? Así también vosotros, cuando hayáis
hecho todo lo que se os ha ordenado, decid:
Siervos inútiles somos; hemos hecho sólo lo
que debíamos haber hecho.»
Por consiguiente, concluyo que la obediencia
más completa y la fe más pequeña reciben la
misma recompensa de parte de Dios: misericordia.
Una fe del tamaño de un mero grano de mostaza
se nutre de aquella misericordia que hace
posible mover árboles. Asimismo, aun con una
obediencia intachable, seguimos siendo
absolutamente dependientes de la misericordia.
El punto es el siguiente: Cualquiera sea el
momento o la forma en que se manifieste la
misericordia de Dios, nunca estamos por encima
de la condición de ser beneficiarios de esta.
Dependemos totalmente y para siempre de lo que
no merecemos.
Por lo tanto, ¡humillémonos, regocijémonos y
«glorifiquemos a Dios por su misericordia»!
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