La estrategia de Satanás y nuestra defensa

Los dos grandes enemigos del alma son el pecado
y Satanás; y el pecado es el peor enemigo,
porque la única manera de que Satanás nos pueda
destruir es haciéndonos pecar.

Dios le puede dar permiso para molestarnos, como
lo hizo con Job, o hasta matarnos, como lo hizo
con los santos de Esmirna (Apocalipsis 2:10);
pero Satanás no puede condenarnos ni robarnos la
vida eterna. La única manera de que nos pueda
hacer un daño definitivo es incitarnos a pecar —y
eso es exactamente lo que intenta a hacer—.

Por lo tanto, el trabajo principal de Satanás es
defender, promover, asistir, excitar y confirmar
nuestra inclinación al pecado.

Lo vemos en Efesios 2:1-2: «Vosotros… estabais
muertos en vuestros delitos y pecados, en los
cuales anduvisteis en otro tiempo… conforme al
príncipe de la potestad del aire». Pecar es
«conformarse» al poder de Satanás en el mundo.
Cuando él trae maldad moral, lo hace por medio
del pecado. Cuando pecamos, nos movemos en su
esfera y estamos en conformidad con él. Cuando
pecamos, damos «lugar al diablo» (Efesios 4:27).

Lo único que nos condenará en el día del juicio
será el pecado no perdonado —no las enfermedades,
ni las aflicciones, ni las persecuciones, ni las
intimidaciones, ni las apariciones, ni las
pesadillas—. Satanás lo sabe. Por eso, centra su
atención principalmente no en cómo asustar a
cristianos con fenómenos extraños
(aunque hay mucho de eso), sino más bien en cómo
corromper cristianos con modas pasajeras inútiles
y pensamientos de maldad.

Satanás quiere agarrarnos en los momentos en que
nuestra fe no esté firme, cuando esté vulnerable.
Tiene sentido entonces que lo que Satanás apunte
a destruir sean nuestros medios para resistir sus
iniciativas. Por eso Pedro dice: «resistidle
firmes en la fe». Por esto también es que Pablo
dice que «el escudo de la fe» puede «apagar todos
los dardos encendidos del maligno» (Efesios 6:16).

La forma de frustrar al diablo es fortaleciendo
eso mismo que él más busca destruir: nuestra fe.

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