El ruido en mi coche era ensordecedor. Cinco de mis nietos estaban hablando a la vez. Luego, por encima del ruido, escuché la voz de una niña. Miré por el espejo retrovisor y vi a mi nieta de siete años con las manos sobre los oídos. Tratando de que la escucharan sus ruidosos primos, repetía, con un volumen y un énfasis cada vez mayores: «Necesito orejeras. Necesito orejeras. NECESITO OREJERAS».
El ruido en nuestras vidas también puede ser ensordecedor. Tantas voces hablando a la vez. Familia, amigos, compañeros de trabajo y, quizás lo más ruidoso de todo, las voces digitales de la televisión y las redes sociales. Además, de fondo escuchamos nuestro propio diálogo interno. Y el enemigo de nuestras almas aprovecha cada oportunidad para insinuar sus mentiras en medio de todo el ruido. Es como estar en el coche con todos tus primos locos. ¿Dónde puedo conseguirme unas orejeras?
La causa de la mayor parte de nuestra falta de felicidad
Esta es la cuestión: una vida llena de ruido no solo es molesta, sino que también perturba nuestras emociones. Dios creó nuestras mentes y emociones para que trabajen juntas. Cuanto más ruido interfiera con nuestros pensamientos, más volátiles serán nuestros sentimientos. De hecho, Martyn Lloyd-Jones creía que una vida llena de ruido era la fuente de la mayoría de nuestras emociones problemáticas: «¿Te has dado cuenta de que la mayor parte de tu falta de felicidad en la vida se debe al hecho de que te escuchas a ti mismo?». ¿O escuchar a los demás? ¿O a Satanás? Me atrevo a decir que la respuesta a estas preguntas es «no»; la mayoría de nosotros no nos percatamos de cuánto el ruido en nuestras vidas alimenta nuestra falta de felicidad.
La verdad es que todas las pláticas que escuchamos, alentamos y repetimos generan muchas de nuestras emociones de tristeza o apatía. Las voces que penetran en nuestras mentes pueden reflejarse en ansiedad, frustración o desánimo.
Escuchamos sobre una tragedia o leemos noticias de última hora, y nos sentimos ansiosos y asustados.
Nos culpamos por haber fallado de nuevo, y nos sentimos avergonzados.
Recordamos los insultos que hemos recibido, y nos sentimos enojados y amargados.
Navegamos a través de las redes sociales de nuestros amigos y sentimos envidia.
Creemos las mentiras que Satanás nos dice sobre Dios, y nos sentimos desesperados.
La cura que más necesitamos
Debemos ponernos nuestras orejeras espirituales si deseamos deshacernos de los programas de televisión, eliminar las aplicaciones que nos distraen, resistir al diablo, y hacer callar nuestras propias reflexiones internas. Y debemos escuchar la Palabra de Dios. Esta es la cura para la mayor parte de nuestra falta de felicidad. Cuanto más escuchemos la verdad, más felices seremos.
«Feliz», dice el salmista, pues eso significa «bienaventurado», es aquel «que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche» (Sal. 1:1-2). En otras palabras, las emociones piadosas fluyen del continuo hábito de meditar en la Palabra de Dios.
Es sabio comenzar a primera hora de la mañana. Después de todo, ¿no es cuando empieza el ruido? C.S. Lewis escribió:
Llega en el mismo momento en que te despiertas cada mañana. Todos tus deseos y esperanzas [y miedos] para ese día se precipitan sobre ti como animales salvajes. Y la primera tarea de cada mañana consiste simplemente en empujarlos a todos de vuelta; en escuchar esa otra voz, tomar ese otro punto de vista, dejar que esa otra vida más grande, más fuerte y tranquila, fluya (Mero cristianismo, 198).
Si albergamos alguna esperanza de verdadera felicidad para nuestros días, tenemos que elegir, primero, rechazar todo el ruido y «escuchar esa otra voz» al leer la Palabra de Dios.
Lleva la cura contigo
Pero esto es solo el comienzo. También deberíamos elegir escuchar a nuestro Señor meditando en su Palabra todo el día. Es tan básica que a menudo olvidamos lo importante que es. Nos preguntamos por qué no nos sentimos felices, pero pasamos veinte minutos en nuestro devocional y luego las siguientes doce horas paseamos con los primos ruidosos, ¿es de extrañar que nos sintamos tristes o apáticos?
Ahora, por supuesto que no podemos apagar todas las voces, pero podemos y debemos elegir ponernos nuestras orejeras espirituales durante el día, para poder escuchar la voz de Dios. Tal vez podemos usar nuestro tiempo libre para memorizar un pasaje de las Escrituras o para cantar un himno en adoración. Para mí, es tan simple como escribir un versículo en una pequeña tarjeta, llevarla conmigo y leerla con frecuencia mientras realizo mis tareas diarias. Recuerden, feliz es aquel que medita en la Palabra de Dios todo el día.
Luego, por la noche, nuestro nivel de ruido mental a menudo se eleva. Como a mi marido, CJ, le gusta decir: «El diablo hace su mejor trabajo por la noche». Por lo tanto, debemos dormir con nuestras orejeras espirituales puestas. Debemos elegir terminar nuestro día meditando en la Palabra de Dios. Esto, dice el salmista, es la clave de la felicidad de toda la noche, «Será saciada mi alma […] cuando me acuerde de ti en mi lecho, cuando medite en ti en las vigilias de la noche» (Sal. 63:5-6). Escuchar a Dios conduce a un feliz descanso, por lo que a menudo elijo un versículo para meditar antes de dormir. Quiero que mi primer y último pensamiento del día sea sobre Cristo.
En realidad, la decisión que tenemos ante nosotros es simple. Podemos elegir escuchar todo el ruido y estar llenos de emociones de ansiedad, enojo o tristeza, o, por la gracia de Dios, podemos elegir escuchar al Señor a través de su Palabra y experimentar una amplia gama de emociones piadosas. Cuando dejamos de escucharnos a nosotros mismos, al mundo y al diablo, y elegimos meditar en las Escrituras, la poderosa Palabra de Dios renovará nuestros corazones. Cada vez más, la falta de felicidad que surge de tantas voces será desplazada por la verdadera felicidad en Cristo.
Carolyn Mahaney es la esposa de un pastor y ama de casa que ha escrito varios libros con su hija, incluyendo True Feelings y True Beauty. Actualmente están escribiendo un libro sobre Eclesiastés. Carolyn y su marido, CJ, tienen cuatro hijos y doce nietos.