Es una palabra un poco extraña, de ese tipo de palabra que hace que te sientas un poco incómodo. Pero dice mucho sobre lo que necesitas y sobre lo que Dios está haciendo.
Si estás confundido sobre cuál es el propósito de Dios en tu vida, o si no siempre parece que sus promesas se están cumpliendo, entonces esta pequeña y extraña oración del Salmo 51 será útil. En su salmo de arrepentimiento, después de su pecado contra Dios, Betsabé y Urías, David escribe esta pequeña y provocativa oración: «Hazme oír gozo y alegría, y se recrearán los huesos que has abatido». ¿De qué está hablando y cómo puede esto darnos perspectiva y esperanza?
Permíteme comenzar con una confesión personal. Es un poco vergonzoso admitirlo, pero tengo una baja tolerancia a las dificultades. Confieso que soy una persona orientada a proyectos. Estoy acostumbrado a tener una agenda específica para cada día. Me despierto sabiendo exactamente lo que quiero lograr y cómo hacer de mi día uno exitoso. No quiero tener que lidiar con interrupciones u obstáculos. Quiero que la gente, las circunstancias y los lugares se sometan voluntariamente a mi soberanía y participen en mi plan. Todo esto significa que es contrario a mi intuición ver las dificultades como algo beneficioso. Tengo poco tiempo o tolerancia para «huesos abatidos».
Pero tengo un problema. Mi Redentor es el redentor de los huesos abatidos. Ahora, tal vez estés pensando, Paul, ¿de qué estás hablando? Bueno, «huesos abatidos» es una expresión que se refiere al dolor de la redención.
En caso de que no lo hayas notado, la obra de Dios de liberarnos a ti y a mí de nuestra adicción al yo y al pecado y de transformarnos a su imagen no siempre es un proceso cómodo. Existen ocasiones que para hacer que nuestros corazones torcidos y volubles sean rectos y leales, Dios tiene que abatir algunos huesos. ¡Volveré a confesar que no me gustan los huesos abatidos!
Quizá te preguntas: «¿Por qué un Dios de amor traería dolor a las vidas de las personas que dice amar?». Las cosas difíciles que experimentas como hijo de Dios, que pueden parecer el resultado de la infidelidad y la falta de atención o la ira de Dios, son en realidad actos de amor redentor. Verás, al traer estas cosas a nuestras vidas, Dios está cumpliendo su compromiso de satisfacer las necesidades más profundas de su pueblo. ¿Y qué es lo que más necesitamos? La respuesta es simple y clara a lo largo de toda la Escritura: por encima de todo, lo necesitamos a él.
Sin embargo, aquí es exactamente donde está el problema. Aunque nuestra mayor necesidad personal es vivir en una relación transformadora con el Señor, como pecadores tenemos corazones que tienen una propensión a vagar. Rápidamente olvidamos a Dios y empezamos a ponernos a nosotros mismos o a algún aspecto de la creación en su lugar. Pronto olvidamos que él debe ser el centro de todo lo que pensamos, deseamos, decimos y hacemos. Fácilmente perdemos de vista el hecho de que nuestros corazones fueron diseñados para él y que la profunda sensación de bienestar que todos buscamos solo puede encontrarse en él.
Rápidamente olvidamos o ignoramos los peligros poderosamente adictivos del pecado y pensamos que podemos pasar por encima de los límites de Dios sin pagar el precio personal y moral. Pensamos que somos más fuertes de lo que realmente somos y más sabios de lo que realmente demostramos ser. Consideramos que tenemos carácter, disciplina y fuerza que realmente no tenemos. Así que Dios, en la belleza de su amor redentor, abatirá nuestros huesos. Él nos llevará a través de la dificultad, el sufrimiento, la necesidad, la tristeza, la pérdida y el dolor para asegurar que estamos viviendo en la búsqueda de la única cosa que cada uno de nosotros necesita desesperadamente: él.
Es hora de que cada uno de nosotros aceptemos, enseñemos y nos animemos unos a otros con la teología de los huesos abatidos. Porque mientras cada uno de nosotros siga teniendo el pecado viviendo en nosotros, produciendo una propensión a olvidar y a vagar, la gracia de Dios vendrá a nosotros en formas incómodas. Tal vez te has preguntado dónde está la gracia de Dios en tu vida en el momento en que la has recibido. Pero no ha sido la gracia de un cómodo alivio o liberación; no, has estado recibiendo la incómoda gracia del rescate, restauración, transformación y refinamiento.
Así que, si eres hijo de Dios, si alguna vez has orado para que Dios esté cerca de ti y haga lo que ha prometido en y por ti, entonces resiste la tentación de dudar de su bondad en medio de tus aflicciones. Es hora de que tú y yo dejemos de pensar que estamos pasando por dificultades porque Satanás está ganando o Dios nos está castigando. Si eres hijo de Dios y humildemente reconoces y admites que la batalla contra el pecado aún se libra en tu corazón, entonces considera que esas dificultades son la señal segura de su amor rescatador y redentor.
Dios no te ha olvidado. No te ha dado la espalda. No te está castigando con su ira. Seguramente no te está negando la gracia que te ha prometido. No, estás recibiendo la gracia, pero es la gracia que está dispuesta a abatir huesos para capturar y transformar tu corazón. Esta gracia es implacable; no tiene la intención de rendirse. Esta gracia no se satisfará con el statu quo. Esta gracia no se desanima. Nunca se volverá amarga o cínica. Esta es una gracia amorosa, paciente, perseverante y poderosa.
En los momentos en que estés tentado a preguntarte si Dios te ha olvidado, predícate a ti mismo esta gracia implacable y transformadora. Recuerda que estás siendo amado con verdadero amor y colmado de gracia real. Y mientras cojeas hacia su trono una vez más para agradecerle su gracia inquebrantable, que los huesos que ha abatido con amor canten un himno de alabanza a aquel que es el único que te bendice con su asombrosa gracia.
Paul Tripp es un pastor y autor de más de 20 libros, incluyendo My Heart Cries Out: Gospel Meditations for Everyday Life.