Los niños se ríen y juegan con los cachorros y los hámsteres. Los niños y las niñas giran y bailan bajo la lluvia, se revuelcan en el barro, nadan en piscinas públicas en verano y en montones de nieve en invierno. Juegan a las escondidas y al congelado. Corren, esquivan y atrapan.
A menudo el juego requiere poco más que una pelota de fútbol, de fútbol americano, de béisbol, un balón suave o una pelota de tenis. Nuestros niños juegan deportes grupales. Y por diversión, asistimos y vemos a los atletas amateurs y profesionales en grandes estadios y en la televisión nacional.
El juego no es solo para los niños. Los adultos tienen sus propios juegos o pasatiempos, en piscinas, lagos, océanos y en ligas de softball. La caza y la pesca se consideran deportes por una razón. Y los esposos y esposas con una relación sana regularmente «se deleitan juntos» (Gn. 26:8).
Deleitarse no es producto de una cultura en particular. Dios ha implantado el sentido del deleite en nosotros, en todas las sociedades y culturas, como un impulso natural que aprendemos a expresar antes de aprender a hablar o leer. Todas estas risas, giros y bailes expresan naturalmente el diseño creativo de Dios en sus criaturas.
Animales, niños, adultos, todos fuimos hechos para deleitarnos. Los animales salvajes juegan en el bosque (Job 40:20). El Leviatán se deleita en las aguas (Sal. 104:26). David se deleitaba de una manera que nunca veremos que lo haga la iglesia durante el culto de los domingos (2 S. 6:14). Y Sión estará «llena de niños y niñas jugando en sus calles», y cuando salgan de las calles, jugarán en los campos y acosarán a las serpientes (Zac. 8:5; Is. 11:8).
En el principio: piruetas
La aparente frivolidad del deleite asusta a muchos que piensan seriamente en el tema, y eso es desafortunado, porque cuando hablamos de deleite, hablamos de algo profundamente arraigado en el mundo creado por Dios.
Cuando ponía al mar su estatuto, para que las aguas no traspasasen su mandamiento; cuando establecía los fundamentos de la tierra, con él estaba yo ordenándolo todo, y era su delicia de día en día, teniendo solaz delante de él en todo tiempo. Me regocijo en la parte habitable de su tierra; y mis delicias son con los hijos de los hombres. (Pr. 8:29-31).
Este interludio poético nos lleva de vuelta al drama trino de la creación en el regocijo del juego, mejor interpretado como giros o piruetas.
Aquí nos encontramos con dos personajes: «él», una figura paterna (el Señor) que crea, y «yo», un niño a sus pies, quizás un coartesano, ciertamente el objeto del deleite del padre. Hay dos maneras de ver al niño que da volteretas.
¿Cristo preencarnado o una niña?
¿El personaje de la Sabiduría es aquí una figura de Cristo? Consideremos cuatro puntos.
Primero, algunos comentaristas como Roland Murphy observan un doble «yo» en el versículo 30, sugiriendo que esta figura infantil es divina. Segundo, los comentaristas consideran el deleite de Dios en el personaje de la Sabiduría como un reflejo del deleite Padre-Hijo que observamos en los Evangelios. Tercero, muchos comentaristas han sugerido que Proverbios 8:22-31 es el telón de fondo de la cristología de Pablo en Colosenses 1:15-17. Cuarto, los comentaristas también relacionan la Sabiduría personificada aquí con el Logos personificado en Juan 1:1-5, que es Cristo.
En el acto de creación en Proverbios, esta figura preencarnada parecida a Cristo está en la presencia de su Padre mientras despliegan la creación juntos en una mezcla de arte y deleite. Si este es el caso, si el Cristo preencarnado se encuentra en el génesis del cosmos, participa en la historia, no solo como un observador, sino como el maestro de obra, trabajando mientras canta y baila con alegría como un niño que da piruetas, emocionado con el desarrollo de las maravillas de la creación, lo cual conduce a que se deleite en las personas diseñadas.
Pero esta interpretación cristológica no es concluyente. Otros comentaristas, más cuidadosos en esta área, sugieren que «él» es Dios, pero el «yo» no debe ser visto como algo más allá de un personaje femenino, una forma infantil de la Sabiduría personificada, y no añadir más.
Cinco maneras de deleitarnos
Podemos debatir sobre esto, pero menos discutible es la proximidad del deleite en este relato de la creación en Proverbios 8:29-31. Lo observamos en al menos cinco maneras.
1. El deleite es creativo
La diversión encuentra su lugar en el acto de la creación misma. La creación es una fantasía que realmente produce una obra de arte. La naturaleza holística del deleite es apenas mejor que en un himno de Gregorio de Nazianzus, que relata la relación Sabiduría-Logos cuando escribe: «El Logos en lo alto se deleita, agitando todo el cosmos de un lado a otro, como él quiere, en formas de todo tipo».
El deleite no es una mera frivolidad, sino que es creativo.
2. El deleite es productivo
Recordamos la repetición del «bien» declarado por Dios en Génesis 1, al mirar lo que elaboró, y podemos imaginar, a la luz de Proverbios 8, este «bien» pronunciado en un tono juguetón. No se trata de un empleado de control de calidad al final de una cinta transportadora buscando aparatos defectuosos. Este es el Creador de todas las cosas mirando con deleite.
Sí, nuestro trabajo está ahora bajo la maldición del pecado, y la obra de Dios en ese entonces no lo estaba. Pero los adultos tendemos a separar nuestro oficio de nuestro deleite, y al principio de la creación, los vemos estrechamente vinculados en la actividad divina. Esta realidad nos pide a todos los adultos que consideremos si nuestras responsabilidades de producir han perdido su poder porque ya no podemos deleitarnos como lo hacíamos. ¿Somos demasiado formales para hacerlo como Dios lo hizo?
3. El deleite es relacional
La interacción entre «él» y «yo», como sea que finalmente interpretemos a los personajes, revela una relación mediada en la obra. Es el contexto de la relación a medida que la creación se desarrolla.
La obra ha sido, desde el principio, un potente conector social entre las personas, incluso a nivel divino, dentro del Dios trino o en su relación con la Sabiduría personificada. Y cuando Dios se deleita en ti, ¿cómo no puedes deleitarte ante él?
4. El deleite es restrictivo
El deleite es provocado por los límites. Aplazar la infantilidad no es aplazar el deleite, es aplazar la locura (1 Co. 13:11-12). Ser plenamente sabio, apropiarnos de la Sabiduría, es deleitarnos fácil y adecuadamente.
Los límites éticos de la sabiduría desatan nuestro deleite. Los deportes son más agradables cuando las reglas y los límites están claramente marcados y se aplican con justicia. Observar a un jugador de beisbol hacer una captura con una mano con un pie dentro de los límites y los dedos de su otro pie deslizándose en la grava mientras sale del campo es emocionante debido a la restricción impuesta.
El juego florece dentro de límites. Por esta razón, como comenta G. K. Chesterton, «los niños siempre jugarán al límite de cualquier cosa». Los necios son hipócritas que hacen creer que es mejor estar fuera de los límites. El alma honesta es sabia porque sabe que la mejor aventura se encuentra dentro de los parámetros de la voluntad de Dios. Nadie es más adecuado para jugar que la Sabiduría.
5. El deleite es inmortal
Cuando el tiempo comenzó, el deleite ya había empezado. El deleite comenzó en la presencia de Dios, tal vez dentro del Dios trino. El deleite es anterior al tiempo y a la creación. Si hay piruetas y risas en nuestros deportes y en los patios de recreo, y en el correr en el barro bajo la lluvia, no es porque el escenario haya hecho el deleite, sino que los escenarios de la vida dan expresión al deseo primordial del deleite plantado dentro de todos nosotros, y de nuestro mundo, por Dios mismo.
El deleite puede volverse frívolo, pero no es frívolo en sí mismo. El deleite es divino. Dios no solo creó el deleite, sino que podemos decir que el acto de la creación fue en cierto sentido un acto de deleite en sí mismo. El deleite es creativo, productivo, relacional, restrictivo e inmortal. El cosmos fue creado como un deleite, y fue creado para el deleite, un gran teatro para ejercitarnos. Y, de hecho, fuiste creado para deleitarte.
Tony Reinke es el escritor principal de Desiring God y autor de Competing Spectacles (2019), 12 Ways Your Phone Is Changing You (2017), John Newton on the Christian Life (2015), y Lit! A Christian Guide to Reading Books (2011). Es el anfitrión del podcast Ask Pastor John y vive en el Phoenix con su esposa y tres hijos.