Muchos de nosotros estamos familiarizados con la heroica declaración de Martín Lutero en la Dieta de Worms cuando fue llamado a retractarse de su enseñanza: «A menos que me convenzan las Sagradas Escrituras, o por una razón evidente, no puedo retractarme, porque mi conciencia está cautiva por la palabra de Dios, y actuar en contra de la conciencia no es ni correcto ni seguro».
Hoy en día, casi nunca escuchamos alguna referencia a la conciencia. Sin embargo, a lo largo de la historia de la Iglesia, los mejores pensadores cristianos hablaron de la conciencia con regularidad. Tomás de Aquino dijo que la conciencia es la voz interior dada por Dios que nos acusa o excusa en términos de lo que hacemos. Juan Calvino habló del «sentido divino» que Dios pone en cada persona, y parte de ese sentido divino es la conciencia. Y cuando nos dirigimos a las Escrituras, encontramos que nuestras conciencias son un aspecto significativo de la revelación de Dios para nosotros.
¿De dónde viene la conciencia?
Cuando hablamos de la revelación de Dios, hacemos una distinción entre la revelación general y la revelación especial. La revelación especial se refiere a la información que se nos da en las Escrituras. No todos en el mundo poseen esta información. Aquellos que la han escuchado han tenido el beneficio de oír información específica sobre Dios y su plan de redención.
La revelación general se refiere a la revelación que Dios da a cada ser humano en la tierra. Es general en el sentido de que no está limitada a ningún grupo específico de personas. Es global, y se extiende a todos los seres humanos. La audiencia es general, y la información que se da también es general. No tiene el mismo nivel de detalle que las Sagradas Escrituras.
Sin embargo, para entender la conciencia, debemos ir más allá de dividir la revelación especial y la general. Dentro de la revelación general, debemos distinguir entre la revelación general mediata y la revelación general inmediata. La revelación general mediata se refiere a la revelación que Dios da a través de un medio externo, en otras palabras, la revelación se da a través de un mediador: la creación, en la que Dios revela sus atributos invisibles (Ro. 1:20). La revelación general mediada a través de la creación es lo suficientemente clara como para que cada persona sepa que Dios existe y, por lo tanto, no tiene excusa (Ro. 1:20).
La revelación general inmediata es la que se transmite a cada ser humano sin un medio externo. Es interna, no externa. Es la revelación que Dios planta en el alma de cada persona. Dios revela su ley en la mente de cada ser humano, plantando una conciencia dentro de cada uno de nosotros.
La prostituta feliz y la conciencia cristiana
Sin embargo, nos enfrentamos a un problema: la conciencia es fluctuante. No está fija. Casi todas las personas ajustan sus conciencias entre la infancia y la edad adulta, y el ajuste es casi siempre hacia abajo. Es decir, aprendemos a bajar el volumen de nuestra conciencia para que nuestra ética se ajuste a cómo queremos vivir y no a cómo Dios nos dice que debemos vivir.
Hace casi cincuenta años, Xaviera Hollander escribió un éxito de librería con un título extraño: La Prostituta Feliz. Hollander, una prostituta, buscó silenciar a la gente que cree que ninguna prostituta en Estados Unidos puede encontrar alegría en lo que hace. En su libro, Hollander celebra la alegría que experimentó en su profesión, diciendo que nunca se sintió culpable por lo que estaba haciendo. Hollander aclaró que la primera vez que se involucró en la prostitución sintió remordimientos de culpa. Pero con el tiempo, llegó al punto en que sus sentimientos de culpa se disiparon.
Sin embargo, había una importante excepción a esto. Cuando Hollander escuchaba el sonido de las campanas de la iglesia, su conciencia se encendía. Entendía que lo que hacía estaba bajo la condena del Dios Todopoderoso. Ni siquiera esta prostituta profesional podía destruir totalmente la conciencia que Dios había puesto en ella.
Endurecimiento cuando la culpa aumenta
He aquí la suprema ironía y tragedia del pecado: cuanto más repetimos nuestros pecados, mayor es la culpa en la que incurrimos, pero menos sensibles nos volvemos a los dolores de la culpa en nuestras conciencias. Pablo dice que la gente acumula la ira para el día de la ira (Ro. 2:5). Esa es la culpa objetiva, son culpables porque han roto la ley de Dios. Pero algunas personas han destruido tanto sus conciencias que creen que realmente no importa lo que hagan siempre y cuando sea consensuado y no puedan ver el daño. Su culpa subjetiva, su sentimiento o sensación de culpa que acompaña a las malas acciones. disminuye.
Encontramos nuevas formas de aceptar el comportamiento pecaminoso, tanto como individuos como cultura. En 2017, hemos matado casi sesenta millones de bebés, desgarrándolos miembro por miembro. La gente usa los medios sociales para presumir de esta realidad, diciendo lo orgullosos que están de haber mantenido la libertad de una mujer para abortar a su hijo. Ahora nos jactamos del matrimonio entre un hombre y un hombre, y una mujer y una mujer, sin vergüenza. No queda mucha conciencia colectiva en este país.
Lo peor de la acusación de Pablo en Romanos 1 no es simplemente que practicamos cosas que merecen la muerte, a pesar de conocer el justo juicio de Dios, sino que aprobamos que otros las practiquen también (Ro. 1:32). Cuando la gente destruye sus propias conciencias, hace todo lo posible para destruir las conciencias de los de alrededor.
Para tranquilizar sus conciencias, la gente buscará aliados y hará proclamaciones como: «Solo buscamos la libertad de elegir». Qué estrategia. «No estoy a favor de los asesinatos, estoy a favor del aborto». Eso es lo que diría el Padrino. «Estoy a favor de elegir. Elijo asesinar a mis enemigos».
Los que juzgamos no tenemos excusa
Sin embargo, nuestro propósito al discutir estas cosas no es lamentar lo malo que está «el mundo allá afuera», sino que los cristianos hacemos lo mismo. Nosotros, también, ajustamos nuestras conciencias para que encajen con la cultura. Como humanos, todos intentamos todo lo que está a nuestro alcance para excusar nuestro pecado.
Por eso es tan importante mantener nuestros corazones sensibles al testimonio de la Palabra de Dios en nuestra conciencia. En la Dieta de Worms, Lutero no dijo: «Mi conciencia está cautiva por mi cultura contemporánea, por la última encuesta de Gallup, y por lo que todos los demás están haciendo». Tampoco dijo: «Mi conciencia está influenciada por la palabra de Dios».
En esencia, dijo: «Estoy cautivo de las Escrituras. Por eso no puedo retractarme». Si su conciencia no hubiera estado cautiva por la Palabra de Dios, se habría retractado inmediatamente. Así que dijo,:«Actuar contra la conciencia no es ni correcto ni seguro».
Aprende de la mente de Cristo
No queremos oír el juicio de la conciencia, queremos destruir el juicio de la conciencia. Esa es nuestra naturaleza. El único antídoto es conocer la mente de Cristo. Necesitamos hombres y mujeres cuyas conciencias hayan sido capturadas por la Palabra de Dios. Agradece a Dios por su Palabra. Ella expone las mentiras que nos decimos a nosotros mismos para hacernos sentir mejor.
No se nos juzgará en el último día por si nos sentimos culpables, sino porque somos culpables. Pero probar parcialmente ese juicio ahora, a través de nuestras conciencias, es un regalo del Dios que desea que todos lleguen al arrepentimiento (2 P. 3:9). El sentimiento de culpa es la señal de que probablemente hay algo malo. El Espíritu Santo nos convence de pecado, y con esa convicción viene una cierta misericordia tierna que nos lleva al arrepentimiento y al perdón para que podamos caminar en su presencia.
Artículos relacionados:
R.C. Sproul (1939-2017) fundó y presidió Ligonier Ministries, fue pastor en Saint Andrew’s Chapel en Sanford, Florida, y es autor de más de cien libros.