Nota del editor: Texto tomado de la conferencia PxE 2021
Soy Joel Beeke de Grand Rapids y soy el presidente del Seminario teológico puritano reformado y pastor de Heritage Reformed Church en Grand Rapids, Michigan. Tanto la iglesia como el seminario les envían saludos. Desearía estar con ustedes en España, pero por ahora no es posible. Así que lo haremos virtualmente. Estoy ansioso por compartir con ustedes esta conferencia titulada: Enfriamiento espiritual, ¿qué es? Y más tarde tendremos también la sesión de preguntas y respuestas.
Vayamos a Oseas 14:1-4. «Vuelve, oh Israel, a Jehová tu Dios; porque por tu pecado has caído. Llevad con vosotros palabras de súplica, y volved a Jehová, y decidle: Quita toda iniquidad, y acepta el bien, y te ofreceremos la ofrenda de nuestros labios. No nos librará el asirio; no montaremos en caballos, ni nunca más diremos a la obra de nuestras manos: Dioses nuestros; porque en ti el huérfano alcanzará misericordia. Yo sanaré su rebelión, los amaré de pura gracia; porque mi ira se apartó de ellos».
Oremos. Dios de gracia, mientras escuchamos varias conferencias sobre el grave pecado del enfriamiento espiritual, oro por sabiduría para abordar en esta primera conferencia la cuestión de qué es el enfriamiento espiritual. Señor, necesitamos conocer a nuestros enemigos para ser capaces de lidiar con ellos y luchar mediante los remedios de las provisiones divinas. Así que por favor ayúdanos en esta primera conferencia a mirar este tema desde una perspectiva bíblica y ser capaces de identificar en nuestras propias vidas nuestra propensión al enfriamiento espiritual. Señor, sé también con los demás oradores y bendice esta conferencia para que podamos alejarnos de todo enfriamiento espiritual y para que nuestras almas se impregnen del amor de Dios que sobrepasa todo entendimiento. Pedimos todo esto solo por gracia, en el nombre de Jesús, amén.
Imaginemos un corredor en una competencia de larga distancia a campo traviesa. Al comienzo las cosas se ven bastante bien. Lleva un buen ritmo, se siente bien y anticipa la victoria por delante. Pero a medida que avanza, se confía un poco y se descuida. Deja de prestar atención al terreno, empieza a soñar con la celebración de su victoria y los gritos de admiración que recibirá cuando cruce la línea de meta en tiempo récord. Pero después de correr con fuerza durante un buen rato, no ve un desnivel en el camino y cae. En un instante se encuentra en el suelo, con las rodillas sangrando, la cabeza adolorida y la cara en la tierra. Se siente confundido, desconcertado, desanimado y avergonzado. Piensa: ¿debo seguir, debo levantarme y seguir? Bueno, es una situación difícil. Es un momento de crisis y el corredor tiene todas las razones para sentirse avergonzado de sí mismo. Pero la cuestión es que no tiene que rendirse. No debe rendirse. Puede terminar la carrera. De hecho, puede terminarla bien, y tú también puedes, si eres un cristiano que ha caído en el enfriamiento espiritual, si has caído en el pecado por tu propia debilidad y descuido, Dios es capaz de ayudarte a levantarte y terminar la carrera mejor de lo que nunca has corrido. Y por eso quiero animarte mientras consideramos este tema tan serio, ¿qué es el enfriamiento espiritual? Existe un buen futuro en el evangelio para los que se arrepienten y regresan al Señor.
Me gustaría que consideráramos cuatro puntos. Primero, vamos a definir el enfriamiento espiritual. Segundo, observaremos nuestra propensión al enfriamiento. Tercero, vamos a examinarnos a nosotros mismos en búsqueda de enfriamiento. Y cuarto, vamos a ver los trágicos resultados del enfriamiento.
¿Qué es el enfriamiento espiritual?
El enfriamiento espiritual es una temporada de aumento del pecado y disminución de la obediencia; aumento del pecado y disminución de la obediencia en aquellos que profesan ser cristianos. No todo pecado es igual a enfriamiento espiritual. Tristemente, los cristianos debemos esperar que nuestras vidas sean un ciclo continuo de pecado y arrepentimiento del pecado por la fe en Cristo crucificado. En realidad, como Juan señala en 1 Juan 1:9-2:2, esta es una rutina diaria. Todos los días pecamos, todos los días vamos a Cristo en busca de perdón. Cada día buscamos conformarnos más a la imagen de Cristo. En el enfriamiento espiritual, este ciclo de arrepentimiento que sigue al pecado se rompe y se pierde terreno espiritual. Alguien describió el enfriamiento espiritual como «invierno espiritual, lo opuesto al crecimiento». Andrew Fuller definió el enfriamiento entre los cristianos profesantes como «pecar y no arrepentirse de sus actos». Y Edward Reynolds, un puritano, lo llamó un «arrepentimiento del arrepentimiento». Verás, cuanto más tiempo alguien persistente en el enfriamiento, menos derecho tiene a proclamarse un verdadero cristiano (1 Jn. 2:3-4). El arrepentimiento es la verdadera esencia del cristianismo real.
Ahora bien, a lo largo de la Biblia se nos advierte sobre el enfriamiento espiritual, especialmente los profetas Oseas y Jeremías amonestan a Israel y a la Iglesia de todas las épocas contra este mal. La reprimenda profética contra el enfriamiento reveló que el alejamiento de Israel del Señor era nada menos que un adulterio contra su divino Esposo. La esposa de Dios se dedicó a la prostitución espiritual con amantes rivales. Eso es realmente el enfriamiento espiritual. La esposa de Dios se involucra en la prostitución espiritual con amantes rivales (Jer. 3; Os. 4, 14). Así que el enfriamiento espiritual es un asunto muy serio. Deshonra a Dios, desprecia a Cristo como Salvador, aflige al Espíritu, pisotea la ley de Dios y abusa del evangelio. En otras palabras, el enfriamiento espiritual significa apartarse de la Palabra y de los caminos del Dios vivo. Apartarse de la Palabra y de los caminos del Dios vivo. Sin embargo, en todas las épocas, el enfriamiento espiritual, por muy grave que sea, ha sido y sigue siendo un pecado tan común como terrible. En realidad, no importa quiénes seamos como creyentes tenemos algo dentro de nosotros, en nuestra vieja naturaleza, que es propenso al enfriamiento. La Biblia lo dice de esta manera: «… mi pueblo está adherido a la rebelión contra mí» (Os. 11:7).
Observando nuestra propensión al enfriamiento espiritual
Ahora, el apóstol Santiago, aunque no usó la palabra enfriamiento, se dirigió al mismo amor adúltero del mundo en medio de las iglesias en Santiago 4:1-10. Solo unas pocas décadas después de que Cristo ascendió al cielo y derramó el Espíritu Santo, las iglesias y los cristianos se estaban enfriando y esa tendencia no era nada nuevo. Israel, en el Antiguo Testamento, constantemente se enfriaba. Así que no es de extrañar que Dios pueda decir en Oseas 11:7: «… mi pueblo está adherido a la rebelión contra mí». Eran propensos a enfriarse. «Mi pueblo» se refiere, en cierto sentido, al pueblo de Dios en general, a la iglesia visible de hoy. Así que incluye a los que profesan la fe, pero no tienen un verdadero corazón para el Señor. Jeremías Burroughs dijo de ellos que «hay un principio de apostasía en ellos. Los caminos de Dios han sido inadecuados para ellos y por lo tanto los han encontrado duros y tediosos». Pero notemos que Oseas 11:7 dice «está adherido» y no solo que «puede adherirse» al enfriamiento. Ebenezer Erskine escribió a principios del siglo xviii: «No solo hay una facilidad y flexibilidad en el corazón del hombre para pecar, sino una fuerte propensión e inclinación». Las Escrituras y la historia lo confirman. La Iglesia tiene una fuerte inclinación a enfriarse. Como un hombre parado en una colina junto a un acantilado, un paso en falso puede comenzar un deslizamiento hacia la destrucción. Pero el enfriamiento no se limita de ninguna manera a los incrédulos o a los creyentes nominales, los hipócritas en la iglesia o a la iglesia en general, una mezcla de cristianos y aquellos que profesan la fe pero no la poseen. Más bien, la misma tendencia existe para aquellos que son los verdaderos corredores de Dios en la carrera de la salvación.
El pueblo de Dios también se enfría. Debido al enfriamiento pierden recompensas celestiales que podrían haber obtenido. Por lo tanto, permítanme considerar con ustedes una analogía que muestra cuán fácilmente podemos caer en el enfriamiento. Al entrar en la prueba de 10 000 metros en los Juegos Olímpicos de 2010, Sven Kramer de los Países Bajos estaba bien posicionado para ganar su segunda medalla de oro en patinaje de velocidad. De hecho, cuando llegó la carrera, completó el recorrido en un tiempo récord. Sin embargo, trágicamente fue descalificado por patinar en el carril equivocado durante parte de la carrera, siguiendo el mal consejo de su entrenador. Ahora bien, cualquier atleta puede decirte que tu rendimiento no significa nada si no sigues las reglas. Por eso Pablo escribió en 2 Timoteo 2:5 que, si un hombre compite en los juegos, no recibirá la corona de vencedor a menos que compita de acuerdo con las reglas. No debes patinar en el carril equivocado. Es decir, si te enfrías en tu obediencia a los mandatos de Dios, no importa lo bien que pensemos que lo estamos haciendo, o cuánta admiración puedan tener los demás por nosotros. Debemos correr en los caminos de Dios, según la voluntad de Dios y no la nuestra. Así que, mientras corremos nuestra carrera cruzando pecaminosamente las líneas que Dios nos marca, lo cual puede suceder casi sin esfuerzo cuando pecamos contra cualquiera de sus Diez Mandamientos, nos ponemos en grandes aprietos. William Plummer dijo: «Es fácil alejarnos de Dios. Nos desviamos desde el vientre materno al decir mentiras. Es tan natural para nosotros hacer el mal como para las chispas ascender. En nuestro viaje hacia el cielo el viento y la marea están en nuestra contra. Si no hacemos nada para superar su acción, nos arrastrarán. Podemos ir al infierno sin proponérnoslo, sin hacer ningún esfuerzo para ello. Pero para ir al cielo es necesario orar, negarnos a nosotros mismos, velar, luchar y correr». Plummer tiene razón. Esta vida cristiana es una guerra. Una guerra espiritual, no contra los hombres, sino contra nosotros mismos, contra el sistema de este mundo, contra el diablo. Verás, si el enfriamiento ocurriera solo una vez en nuestras vidas como cristianos, sería indeciblemente grave y atroz.
Dios nos ha amado con un amor eterno, ha perdonado todos nuestros pecados, nos ha abrazado como sus hijos, nos ha bendecido con todas las bendiciones espirituales en Cristo Jesús. Alejarnos de él incluso una vez, simplemente en el pensamiento, sería una razón más que suficiente para que Dios retirara su amor de nosotros. Pero el estado real de las cosas es mucho peor que eso. Oseas señala que estamos adheridos a ello, estamos habituados a ello, inclinados a ello, dirigidos a ello a pesar de la inconmensurable profundidad del amor de Dios. ¡Que tragedia! Dios mira a su pueblo y dice: «ustedes se adhieren al enfriamiento». No es un asunto trivial. Ciertamente, Dios promete que dondequiera que comience la buena obra de la salvación, la llevará a término. Pero eso no nos permite ser pasivos y apáticos ante nuestra propensión a enfriarnos. Thomas Vincent advirtió que «Dios preserva a su pueblo a través de sus motivos y de sus esfuerzos por utilizar los medios de gracia que él provee». A través de las disciplinas espirituales debemos participar en esa guerra contra el enfriamiento. Y, además, la preservación de Dios no garantiza que no tengamos algunas caídas bastante tristes en nuestras vidas. Así que Dios no permitirá que caigas totalmente de la gracia si la buena obra de la salvación ha iniciado en ti. Sin embargo, si no tienes cuidado, puedes caer en una gran decadencia de la gracia. Tu gracia puede languidecer, de manera que seas casi como un muerto (Ap. 3:1). ¿Cómo se ve esto de manera práctica? Bueno, Thomas Vincent lo pone de esta manera: «Puedes caer locamente en el pecado, de modo que avergüences el nombre de Cristo, hiriendo tu conciencia, entristezcas al Espíritu, lastimes a la Iglesia, interrumpas tu comunión con Dios, pierdas tu seguridad de salvación y caigas bajo la disciplina de Dios». ¡Eso es espantoso! Pero creo que tiene razón. «… el que piensa estar firme, mire que no caiga» (1 Co. 10:12).
Examinándonos a nosotros mismos en búsqueda de enfriamiento espiritual
Ahora bien, eso nos lleva no solo a haber definido el enfriamiento y a considerar nuestra propensión a él, sino, en tercer lugar, a examinarnos a nosotros mismos para hacer un balance de nuestras tendencias hacia el enfriamiento. Y quiero dedicar un poco más de tiempo a este punto porque es muy importante. Tal vez hubo un tiempo en tu vida, quizá lo llamas tu periodo del «primer amor» con Dios, donde no podías ni siquiera imaginar el enfriamiento espiritual, pues acababas de ser liberado. En Cristo y en el evangelio encontraste la libertad espiritual. Estabas en la época del del primer amor. La oración era tu deseo diario, tu aliento diario; la Palabra de Dios era tu alimento diario. Estabas lleno de celo. La palabra «enfriamiento» era completamente ajena a tu vocabulario. Todo es real en este momento de la vida cristiana, es vital, está vivo. El pecado es verdaderamente pecaminoso. La gracia es verdaderamente asombrosa. Dios es Dios. Cristo es Cristo. El evangelio es el evangelio. Haces cualquier cosa para llegar a Jesús, para encontrar tu descanso en él. Como dijo un puritano: «Vadearía el infierno para llegar a Jesús». Y el Señor podría decir de ti en ese momento: «Me he acordado de ti, de la fidelidad de tu juventud, del amor de tu desposorio, cuando andabas en pos de mí en el desierto, en tierra no sembrada» (Jer. 2:2). En ese periodo de tu vida, como José, temes incluso pensar en pecar contra Dios. Así que, ¿cómo puede el pueblo de Dios caer en la rutina cada vez más profunda y horrible, hundirse en el pozo del enfriamiento espiritual? ¿Qué señales o marcas debemos buscar en nosotros mismos para saber si nos estamos enfriando espiritualmente? Bueno, el enfriamiento realmente comienza cuando empezamos a dejarnos llevar.
Usualmente no caemos en el enfriamiento por un pecado serio y repentino, aunque eso es posible. Generalmente el enfriamiento es un proceso que se desarrolla con el tiempo. Y eso no es sorprendente porque, aparte de la gracia de Dios, seguimos siendo hijos caídos de Adán durante toda nuestra vida, nunca nos libramos por completo de nuestra vieja naturaleza. Se aferra a nosotros con innumerables tendencias pecaminosas. Verán, la vida de un creyente se ilustra con una escena frecuente en el estado que vivo, Michigan. Durante las semanas de invierno de fuertes nevadas, las calles y caminos rurales, muchos de ellos sin pavimentar, se vuelven fangosos y casi imposibles de transitar. Y al mirar por estas carreteras después de una nevada, al principio solo es visible un conjunto de huellas de neumáticos. Sin embargo, cuando otro vehículo sigue las mismas huellas, el camino fangoso se hace cada vez más profundo hasta que finalmente algún vehículo se queda atascado y no puede avanzar más. Y lo que ocurre es que, como creyentes, somos propensos a seguir las huellas de nuestra sucia naturaleza humana. Seguimos esas huellas a donde sea que nos lleven. Y mientras más avanzamos, más profundo nos hundimos, paso a paso, una cosa lleva a la otra, hasta que nos quedamos atascados. Ahora bien, ¿cuáles son esos caminos fangosos? Bueno, permíteme mencionar cinco o seis de ellos.
Primero, la frialdad en la oración.
El enfriamiento espiritual usualmente comienza en el interior. Antes era un deleite para tu alma ir a Dios en oración. Anhelabas encontrarte con Dios en privado, exponer tus circunstancias ante el Señor. Deseabas hacer lo que Mary Winslow invitó a su hijo a hacer en la oración: «Hijo, cuando ores, cuéntale al Señor todo sobre ti como si él no supiera nada de ti. Sin embargo, sabiendo que él sabe todo sobre ti». En otras palabras, descarga tu corazón ante Dios. Pero cuando te enfrías espiritualmente ese celo, esa apertura en la oración comienza a desvanecerse. Empiezas a perder esa vitalidad en tu oración. Aún oras, por supuesto, pero es más forma, es más obra de los labios que del corazón. Y antes de que pase mucho tiempo, tal vez abandonas la oración matutina, abandonas las oraciones espontáneas gradualmente a lo largo del día, pides cosas equivocadas: conquistas, poder y exceso. Y a veces estás tan cansado de tus propias oraciones que parece que omitir la oración es mejor que dedicarse a ella. Ser descuidado en la oración, no orar realmente, aunque pretendo hacerlo, promueve el enfriamiento espiritual. A su vez, esto surge de la incredulidad. Dios ya no es real cuando acudimos a él en oración y perdemos de vista la gloria de nuestro Esposo y Padre; nuestros corazones comienzan a buscar sustitutos baratos, falsos dioses de nuestra propia elección que prometen mucho, pero no cumplen. Así que ahí es donde comienza. Una frialdad en la oración.
En segundo lugar, la indiferencia a la Palabra.
Al alejarte del Señor, creo que lo has experimentado en tu propia alma, tus afectos hacia el Señor se enfrían. Esto es evidente de manera especial cuando acudes a la Palabra de Dios. El poco apetito que tienes por la Palabra viva y vivificante de Dios revela una falta de salud espiritual y pronostica una mayor decadencia si no eres cuidadoso. La Biblia dice: «Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación» (1 P. 2:2). No es que dejes de asistir a la iglesia. Es que cuando adoras a Dios en su casa, tu corazón no está en ella como antes. Parece que el ministro no predica tan bien, no te habla de corazón a corazón como antes porque ahora tu corazón se aleja del Señor. Físicamente entras en el santuario, pero espiritualmente sigues en los atrios exteriores del templo. Ya no llevas tu alma más allá del vestíbulo, por así decirlo. Tu corazón se enfría incluso bajo la Palabra de Dios. Además, cuando lees la Biblia en tu propia casa, ya no adoras, ahora parece que es más tedioso. Ya no dices tan a menudo: «¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca» (Sal. 119:103). ¿Dónde está ese antiguo deseo de estar a solas con Dios en su Palabra, leyendo esas páginas sagradas, recibiendo instrucciones para mi alma? Esta falta de deseo por la Palabra implica enfriamiento espiritual. Te estás alejando de aquel que es la Palabra viva y eterna, Jesucristo. Y así, Oseas 4:6 comienza a tomar el control de nuestras vidas. «Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento». «Me han desconocido», dice Jeremías. «No quisieron conocerme» (Jer. 9:3, 6). Y comienzas a llenar tu mente con las cosas del mundo y las preocupaciones de esta vida, mientras descuidas la Palabra de Dios.
En tercer lugar, examinemos nuestra creciente pecaminosidad.
No solo la frialdad en la oración y la indiferencia a la Palabra, sino nuestra creciente pecaminosidad. Cuando caemos en el enfriamiento espiritual, si examinas tu propia alma correctamente, empiezas a ver que los pecados secretos se multiplican y ya no te esfuerzas por mortificarlos. Tu oración ferviente ya no es: «Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno» (Sal. 139:23-24). Cuando tu conciencia te acusa, lo que haces ahora es defenderte. Eres propenso a decir, como Adán: «La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí» (Gn. 3:12). Culpas a Dios, o culpas a la mujer o culpas a otro. No eres honesto ante Dios. Y estas excusas que usamos, mientras nuestra pecaminosidad se multiplica, fomentan la hipocresía. Poco a poco nos interesamos más en aprender el lenguaje del pueblo de Dios, en lugar de experimentar la realidad, y una doble vida comienza a surgir. El orgullo espiritual sustituye a la quietud de la mente. Una vida hipócrita, a su vez, conduce a la multiplicación del pecado, ya sea de pensamiento, palabras o de acción. Antes de que te percates, ya no estás haciendo la guerra contra el pecado en absoluto. De hecho, ya ni siquiera te examinas tanto. El auto análisis se vuelve menos frecuente, menos minuciosos y acompañado de menos oración. Lo que a menudo sucede con el enfriamiento espiritual es que comienzas a presumir más y más que todo está bien, cuando en realidad todo está mal.
En cuarto lugar, necesitamos examinar nuestra relación con el mundo, en especial nuestro amor al mundo.
Esa es una señal del enfriamiento espiritual. Mientras crecemos en nuestra pecaminosidad, también crecemos en nuestro amor al mundo: las modas del mundo, el entretenimiento del mundo, las conversaciones del mundo, la vestimenta del mundo. El espíritu del mundo en general comienza a apoderarse de nosotros de una manera u otra. Y la advertencia de Santiago ya no parece tan apremiante: «¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios» (Stg. 4:4). Así que en lugar de caminar hacia la piedad y alejarnos de la mundanalidad, ahora parece que nos arrastramos hacia el mundo y nos alejamos de la piedad. En un tiempo nuestras posesiones, nuestro entretenimiento y nuestros amigos encontraban su propósito y enfoque en Cristo y en su reino. Pero ahora cada vez más nos encontramos apegados a las cosas seculares. Nos aliamos con el mundo. Y mientras eso sucede, el mundo llena cada vez más nuestros días y nuestro tiempo, subvirtiendo nuestro corazón. John Owen dijo: «Cuando el mundo llena nuestros pensamientos, enredará nuestros afectos». Por supuesto, el apóstol Juan nos advirtió: «No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo» (1 Jn. 2:15-16). Como Lot, comenzamos a armar nuestra tienda cada vez más cerca de Sodoma, con la forma en que usamos nuestro dinero, la forma en que empezamos a poner nuestras esperanzas en la política, con la forma en que invertimos nuestro tiempo y con la forma en que nos hacemos de amigos. La mundanalidad comienza a apoderarse de nosotros de nuevo, y tal vez incluso algunos pecados que pensábamos que estaban resueltos aparecen de nuevo en nuestras vidas. Esa es una señal del enfriamiento espiritual.
En quinto lugar, la disminución del amor por los creyentes.
El enfriamiento puede avanzar tanto que el amor fraternal comienza a languidecer. El amor fraternal es una de las marcas básicas de la gracia salvadora. «Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos…» (1 Jn. 3:14). La mundanalidad en los miembros de la iglesia a menudo fomenta los pleitos entre los miembros de la iglesia. Plummer dijo: «Mientras la piedad muere en el alma, la caridad disminuye y la censura toma su lugar». Así que, la autopromoción y la autoprotección pueden sofocar los pensamientos de sacrificio personal o de servicio a los demás. Quienes se enfrían espiritualmente comúnmente se convierten en personas conflictivas. Y así empezamos a trabajar unos contra otros en lugar de colaborar unos con otros.
En sexto lugar, las esperanzas centradas en el hombre.
Hacia el vacío creado por la gloria de Dios se aparta, se abalanza el amor del hombre por la contienda y la vanagloria (Fil. 2:3). Satanás pasa de cuestionar «¿ha dicho Dios eso?», a afirmar que seremos como dioses. Las personas se convierten en el centro de la iglesia. Las personas se convierten en el tema de todas las conversaciones. Las personas son idolatradas o criticadas, mientras que Dios y su Palabra son dejados de lado. La conversación se centra cada vez más en los predicadores y líderes y las personas se erigen como jueces de los demás. Hay una especie de enfoque en el hombre que puede llenar la iglesia, incluso cuando decimos ser cristianos. Pablo dijo a los corintios: «Porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres? Porque diciendo el uno: Yo ciertamente soy de Pablo; y el otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois carnales?» (1 Co. 3:3-4). «Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová» (Jer. 17:5). El enfoque en el hombre reemplazando el enfoque en Dios es donde el enfriamiento espiritual siempre termina si se deja sin control. Siempre en el Antiguo Testamento, sin duda lo has visto, Israel va a los extranjeros en busca de ayuda en lugar de ir al Dios vivo, centrándose en sí mismo. Pero la única esperanza de la Iglesia, la única esperanza de los verdaderos creyentes está en Dios, porque solo Dios puede revertir el daño hecho por el enfriamiento. Solo Dios puede revivirnos del enfriamiento, ya sea el de un solo creyente o el de toda una iglesia. Así que necesitamos orar para que Dios nos recuerde que somos propensos al enfriamiento. Que envíe su Espíritu indispensable y reviva tanto a nuestras iglesias como a nosotros. Que nuestros hijos e hijas nazcan de nuevo en Sión. Que nuestra vieja naturaleza sea crucificada, que el mundo sea despreciado, que Satanás sea resistido. Que seamos intercesores en el trono de la gracia. Que Dios restablezca el lugar que le corresponde por conquista divina en nosotros, para que Cristo se convierta todo en todo para nosotros. Que seamos cada vez más conformados a su imagen. Que podamos decir con el apóstol Pablo: «Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia» (Fil. 1:21). A esto tenemos que volver.
Consecuencias del enfriamiento espiritual
Bueno, permítanme concluir esta conferencia mirando con ustedes solo un momento a los amargos resultados del enfriamiento. ¿A dónde nos lleva el enfriamiento? Permítanme mencionar solo tres o cuatro frutos amargos.
Primero, lastima al santo y digno nombre de Dios.
Cuando David cometió adulterio y asesinato y luego lo encubrió, Dios dijo: «¿Por qué, pues, tuviste en poco la palabra de Jehová, haciendo lo malo delante de sus ojos? […] por cuanto con este asunto hiciste blasfemar a los enemigos de Jehová» (2 S. 12:9, 14). Las personas se burlan de Cristo cuando observan que sus seguidores actúan de forma vergonzosa. ¡Qué tragedia es deshonrar el nombre de Dios! Ese Dios que nos ha llenado de misericordia. ¡Cómo debería lastimarnos el siquiera pensar en estas cosas que nos llevan a alejarnos del Salvador! ¿Voy a alejarme del Salvador que colgó en la cruz por mí durante seis largas y tortuosas horas? El enfriamiento espiritual es un insulto a Cristo, al amor del Padre y a la entrega de su Hijo, al amor del Espíritu y a su obra de salvación en nosotros. Así que ese es un gran fruto amargo del enfriamiento, lastima al santo y digno nombre de Dios.
En segundo lugar, nuestro propio sufrimiento.
El enfriamiento provoca que un creyente experimente más muerte que vida, más rebelión que reconciliación, más paz falsa que paz real. Si no somos cuidadosos, el enfriamiento espiritual conducirá a la apostasía. Todo pecado tiende al infierno y por lo tanto debe ser tratado con severidad, pero en especial el enfriamiento espiritual. Jesús dijo en Mateo 5:30: «Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti —ni literalmente, sino de forma figurada— pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno». Ahora, esto no es para negar la perseverancia de los elegidos. Porque la elección produce santidad (Ef. 1:4). La seguridad de los elegidos nunca debe ser separada de su perseverancia y arrepentimiento por la fe. Así que, si quieres encontrar paz en la doctrina de la elección, debes arrepentirte y buscar la santidad, y vivir como elegido. Mientras estés descansando en tu pecado, estás en una trayectoria hacia el infierno.
Número tres, el pecado y la apostasía de nuestros hijos.
No es raro, como dice Éxodo 20, que los hijos sigan a sus padres y pequen hasta la tercera y cuarta generación. Muchas veces observamos a alguien que profesa a Cristo y lo vemos alejarse de la fe y pensamos: es lo mismo que hizo su papá, o así vivía su mamá o así vivían sus padres. Verás, Lot estaba frustrado por la maldad de Sodoma, pero su apego a esa ciudad impía le hizo perder a su esposa y a sus hijas en la mundanalidad. David se arrepintió de sus pecados, pero su adulterio y asesinato fue seguido por la violación de Amnón a su media hermana Tamar. Absalón, otro de los hijos de David, se convirtió en un engañador, un usurpador, un traidor al propio trono de David. Así que este es el punto, ¿vamos a orar por la salvación de nuestros hijos con nuestras bocas, pero apuntarlos a la condenación con nuestras acciones?
Y un cuarto fruto amargo, el último fruto, es la decadencia de la iglesia.
«Las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres» (1 Co. 15:33). Una persona dentro de la iglesia cuyo corazón se aleja del Señor es como una raíz que produce hiel y ajenjo (Dt. 29:18). Y utilizando una metáfora similar, Pablo advirtió que llega un momento en que la iglesia debe eliminar tales influencias del cuerpo para evitar una mayor corrupción (1 Co. 5:6-7). Incluso un hombre piadoso como Bernabé fue arrastrado hacia la hipocresía por el tropiezo de Pedro (Gá. 2:13). ¿Quieres ser la causa de que otros tropiecen? Un camión a baja velocidad puede retrasar el tráfico. Un accidente en la autopista puede crear un atasco de kilómetros. No eres una isla. No estás solo. Tu progreso hacia Cristo o tu alejamiento de él afectarán a muchos otros, para bien o para mal.
La mayor consecuencia del enfriamiento espirtirual
Ahora, el mayor mal de todos —permítanme concluir esta conferencia con este punto—, el mayor mal del enfriamiento espiritual es cuando no sentimos ninguna culpa por ello. Podemos quejarnos de nuestra aridez espiritual, la oscuridad de los tiempos, la triste condición de la iglesia y del pueblo de Dios, pero ¿qué dice el Señor de tales quejas? No son más que palabras vacías si no nos arrepentimos, nos arrepentimos de nuestro propio papel y de ser los causantes de esa oscuridad y de esa aridez. Dios dice en Jeremías 8:6: «Escuché y oí; no hablan rectamente, no hay hombre que se arrepienta de su mal, diciendo: ¿Qué he hecho? Cada cual se volvió a su propia carrera, como caballo que arremete con ímpetu a la batalla». ¿Dónde están los Jeremías de hoy? ¿Quién puede clamar con el corazón y el alma: «Quebrantado estoy por el quebrantamiento de la hija de mi pueblo; entenebrecido estoy, espanto me ha arrebatado»? ¿Puedes decir, como hijo de Dios, que tu enfriamiento espiritual ha provocado amargas heridas en tu vida, surcos de dolor y tristeza en las profundidades de tu alma? ¿Ha cortado tu alma en mil pedazos ante el Señor? ¿Te hace gritar de angustia espiritual: «Oh, Señor, ¡qué necio soy por alejarme de ti! Si pudiera arrancar mi corazón y deshacerme de él. Me horrorizo y me arrepiento en polvo y cenizas». Cómo necesitamos unirnos a Jeremías y decir: «¡Oh, si mi cabeza se hiciese aguas, y mis ojos fuentes de lágrimas, para que llore día y noche los muertos de la hija de mi pueblo!» (9:1). Solo cuando el dolor piadoso te lleva a tal punto puedes dar el primer paso hacia la sanidad de tu enfriamiento espiritual. Este tema continuará en las otras sesiones de esta conferencia.
Que Dios te bendiga y te guarde del enfriamiento espiritual. Y si estás alejado del Señor, te dé la gracia de volver a él y enamorarte de nuevo y más profundamente de su Hijo, para que puedas clamar: «Para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia». Oremos.
Dios de gracia, nos acercamos de nuevo a ti y pedimos que bendigas esta charla y que nos redarguyas de nuestro enfriamiento espiritual y nos muestres la necesidad de arrepentirnos. Ayúdanos a recordar, como le dijiste a la iglesia de Éfeso, recordar desde dónde hemos caído, para luego arrepentirnos y regresar a ti. Señor, ayúdanos a volver a ti con celo, con humildad, con arrepentimiento y con amor. Atráenos a ti mismo, Señor. Correremos tras de ti. Pedimos todas estas cosas, orando por gracia para dar muerte a todo pecado en nosotros. Ayúdanos a no dejar espacio ni ventanas abiertas al pecado, sino a crucificarlo, a atravesarlo con una espada y odiarlo por lo atroz que es. Ayúdanos a amar la justicia y andar por tus caminos y según tu Palabra. Lo pedimos en el nombre de Jesús. Amén.
Nota del editor: puede disfrutar de la conferencia PxE 2021 completa haciendo clic aquí
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Dr. Joel R. Beeke es el presidente y profesor de teología sistemática y homilética en el Puritan Reformed Theological Seminary y un pastor en Heritage Netherlands Reformed Congregation en Grand Rapids, Mich.