Tal es el propósito universal de Dios con
todo el sufrimiento cristiano: más gozo en
Dios y menos satisfacción en uno mismo y en
el mundo. Nunca oí a alguien decir:
«Las lecciones más profundas de la vida vienen
en tiempos de calma y comodidad».
Al contrario, he oído a grandes santos decir:
«Cada paso significativo que he dado alguna
vez en el descubrimiento de las profundidades
del amor de Dios y en el crecimiento de mi
relación con él fue por medio del sufrimiento».
La perla de gran precio es la gloria de Cristo.
Por eso, Pablo hace hincapié en que, en nuestro
sufrimiento, la gloria de la gracia
absolutamente suficiente de Cristo se magnifica.
Cuando confiamos en él en medio de las calamidades
y él sustenta nuestro «gozo en la esperanza»,
se pone de manifiesto que él es el Dios de gracia
y poder que todo lo satisface.
Si nos aferramos a él cuando todo lo que rodea
nuestra alma se desmorona, entonces él demuestra
que es más deseable que todo lo que hemos perdido.
Cristo le dijo al apóstol en medio de su
sufrimiento: «Te basta mi gracia, pues mi poder
se perfecciona en la debilidad». La respuesta de
Pablo fue: «Por tanto, muy gustosamente me gloriaré
más bien en mis debilidades, para que el poder de
Cristo more en mí. Por eso me complazco en las
debilidades, en insultos, en privaciones,
en persecuciones y en angustias por amor a Cristo;
porque cuando soy débil, entonces soy fuerte»
(2 Corintios 12:9-10).
Por lo tanto, el sufrimiento claramente fue
diseñado por Dios no solo como un método para que
los cristianos renuncien a su individualidad y se
sujeten a la gracia, sino también como una forma
de destacar esa gracia y hacerla brillar.
Es precisamente eso lo que la fe hace: magnifica
la gracia futura de Cristo.
Las lecciones más profundas de la vida en Dios
se aprenden por medio del sufrimiento.
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