Pablo describe la segunda venida de Cristo en
términos de esperanza y terror.
Jesucristo no solo volverá para hacer efectiva
la salvación final de su pueblo, sino también
«para ser glorificado en sus santos en aquel
día y para ser admirado entre todos los que
han creído» por medio de su salvación.
Un último comentario se refiere al momento
culmine de la historia en el libro de
Apocalipsis: Juan retrata la nueva Jerusalén,
la iglesia glorificada, en Apocalipsis 21:23:
«La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna
que la iluminen, porque la gloria de Dios la
ilumina, y el Cordero es su lumbrera».
Dios el Padre y Dios el Hijo son la luz en la
cual los cristianos vivirán su eternidad.
Esta es la consumación del propósito de Dios en
toda la historia: manifestar su gloria para que
todos la vean y lo alaben. La oración del Hijo
confirma el propósito definitivo del Padre:
«Padre, quiero que los que me has dado, estén
también conmigo donde yo estoy, para que vean mi
gloria, la gloria que me has dado; porque me has
amado desde antes de la fundación de mundo»
(Juan 17:24).
Podríamos concluir que el principal fin de Dios
es glorificar a Dios y obtener su propio deleite
eterno. Él está en el centro de sus propios
afectos. Por esa misma razón, es una
autosuficiente e inagotable fuente de gracia.
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