Dios tiene cuidado de nosotros

¿Por qué la ansiedad acerca del futuro es una
forma de orgullo?
La respuesta de Dios sería algo así:

Yo el Señor, tu Hacedor, Yo soy quien te
alienta, quien promete tener cuidado de ti;
y aquellos que te amenazan son simplemente
seres humanos que mueren. Entonces el miedo
debe significar que no confías en mí; y a
pesar de que no estás seguro de que tus
propios recursos cuidarán de ti, aun así
optas por la frágil autosuficiencia, en
lugar de tener fe en mi gracia para el futuro.
Entonces, todo tu temblor tan débil como sea
revela orgullo.

¿El remedio? Dejar la autosuficiencia para
volverse a la dependencia en Dios, y poner la
fe en el poder completamente suficiente de la
gracia venidera.

Vemos la ansiedad como una forma del orgullo en
1 Pedro 5:6-7. Notemos la conexión gramatical
entre versículos: «Humillaos bajo la poderosa
mano de Dios [versículo 7] echando toda vuestra
ansiedad sobre Él». El versículo 7 no es una
nueva oración; es una cláusula subordinada.
«Humillaos echando toda vuestra ansiedad sobre
Él».

Esto significa que echar nuestras ansiedades
sobre Dios es la manera de humillarnos bajo su
poderosa mano. Es como decir: «Coman de manera
educada… masticando con la boca cerrada».
«Manejen con cuidado… manteniendo los ojos
abiertos». «Sean generosos… invitando a alguien
a su casa en el Día de Acción de Gracias».

Una manera de humillarnos es echar toda nuestra
ansiedad sobre Dios, lo que significa que un
impedimento para echar nuestra ansiedad sobre
Dios es el orgullo, de lo cual inferimos que
la preocupación excesiva es una forma de orgullo.

¿Por qué es que echar nuestra ansiedad sobre
el Señor es lo opuesto al orgullo? Porque al
orgullo no le gusta admitir que tiene alguna
ansiedad. Y si el orgullo tuviera que admitirlo,
aun así no le gustaría admitir que el remedio
pueda ser confiar en alguien más, que es más
sabio y más fuerte.

En otras palabras, el orgullo es una forma de
incredulidad y no le agrada confiar en la
gracia venidera de Dios. La fe admite que
necesita ayuda; el orgullo no lo hace. La fe
cuenta con Dios para dar ayuda; el orgullo no
lo hace. La fe echa la ansiedad sobre Dios; el
orgullo no lo hace.

Por lo tanto, la manera de combatir la
incredulidad del orgullo es admitir abiertamente
que tenemos ansiedad, y deleitarnos en la promesa
de la gracia venidera que se halla en las palabras:
«Él tiene cuidado de vosotros».

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