Dios en verdad quiere bendecirnos

Dios no nos bendice a regañadientes. En cierto
modo, está ansioso por mostrarnos su
benevolencia. No espera a que nosotros vayamos
a él; él nos busca, porque se deleita en
hacernos bien. Dios no nos está esperando, nos
está persiguiendo. De hecho, esa es la
traducción literal de Salmos 23:6:
«Ciertamente el bien y la misericordia me
seguirán todos los días de mi vida».

Dios ama mostrar misericordia. Permítanme
repetirlo: Dios ama mostrar misericordia. Él no
es dubitativo, ni indeciso, ni vacilante en el
deseo de bendecir a su pueblo. Su ira solo se
libera abriendo un candado pesado y duro, pero
su misericordia es como un gatillo sensible.
A eso se refería cuando le dijo a Moisés en el
monte Sinaí?: «El Señor, el Señor, Dios compasivo
y clemente, lento para la ira y abundante en
misericordia y fidelidad» (Éxodo 34:6).

Dios nunca está irritable ni con los nervios a
flor de piel. Su ira nunca se enciende rápidamente.
Por el contrario, él es infinitamente vigoroso y
tiene un entusiasmo ilimitado en el cumplimiento
de su deleite.

Nos resulta difícil comprenderlo porque nosotros
necesitamos dormir todos los días para poder
lidiar con los problemas —ni hablar de progresar—.
Nuestro disfrute es un vaivén, sube y baja
constantemente. Un día estamos aburridos y
desanimados; al otro día estamos optimistas y
alegres.

Somos como pequeños géisers que borbotean y
explotan de manera impredecible. Pero Dios es como
un gran Niágara. Al contemplar esto pensamos:
Ciertamente es imposible que continúe con tanta
fuerza año, tras año, tras año.
Así es como Dios nos bendice. Él nunca se cansa;
nunca se aburre de hacernos bien.

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